Ciclo C. IV Domingo de Adviento
Pedro Guillén Goñi, C.M.
En el evangelio del día de hoy leemos el conocido pasaje de la Visitación de María a
su prima Isabel. El nacimiento del Niño Dios se nos aproxima y es normal que
María, su Madre, adquiera un protagonismo especial en este tiempo de Adviento, de
“tensa espera” y vigilancia ante la llegada del Hijo de Dios que se encarna en
nuestra propia historia.
El diálogo que María sostiene con Isabel nos presenta toda una catequesis de
apertura, fe, silencio interior y acogida de la palabra, como expresión y aceptación
de la voluntad de Dios.
El encuentro entre María e Isabel nos evoca profundas actitudes que debemos tener
presente en nuestra vida cristiana: la apertura de nuestro ser para escuchar las
necesidades de los demás; la hospitalidad que se traduce en acogida, generosidad
y cercanía; la colaboración mutua para profundizar en la Palabra de Dios que nos
compromete en gestos de misión, de redención y de amor.
María ilumina con el ejemplo de sus actitudes y virtudes la última etapa del tiempo
de Adviento. Nadie como ella nos puede orientar a vivir la sencillez como
transparencia y sinceridad de vida para dirigirnos a Dios. Asumir la vida como la
esclava del Señor Lc. 1,38), testimonio máximo de humildad, supuso en María
sentirse instrumento de salvación ante Dios para ofrecer a su propio Hijo como
causa de redención por nuestros pecados. La oración en María presupone un estado
permanente de silencio interior para acoger la Palabra de Dios y darle respuesta
adecuada con disponibilidad y desprendimiento desde el compromiso y respuesta
en las necesidades de la vida diaria.
María es también, siguiendo el itinerario de Aparecida, primera discípula y
misionera. El evangelio nos describe que acompañó al Señor en los momentos más
significativos: al inicio de la predicación en las Bodas de Caná, en momentos
puntuales de la instauración del Reino y ante el sufrimiento y el dolor al pie de la
cruz. Anima a los apóstoles a anunciar el Reino y se hace testigo predilecta de
Cristo resucitado.
Muchas son las razones, entonces, par mirar a María con fe en esta etapa final de
Adviento y preludio ya del nacimiento del Hijo de Dios. Que Nuestra Señora de la
Esperanza nos mantenga en el gozo de celebrar la venida del Señor que ya llega
para iluminar con su amor el caminar de nuestra vida.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)