Ciclo C. IV Domingo de Adviento
Mario Yépez, C.M.
La pequeñez de Belén, la grandeza de Dios
Miqueas, profeta de Judá, denuncia las injusticias que vive el reino del Sur y
propone la vuelta a los orígenes, aferrado al proyecto inicial de salvación de parte
de Dios para Israel. Para ello, deja de lado la gloria de Jerusalén, e invita la mirada
hacia la pequeña Belén de Efrata, allí donde luego de la desgracia de Noemí y la
línea de descendencia truncada de Elimelec (libro de Rut), es cambiada por la
providencia divina, en la continuación del linaje por Booz hacia la esperanza del
“renuevo” del brote de Jesé: David el rey. Se vincula así, la esperanza mesiánica
real, para los tiempos del profeta. Israel tiene que volver a ser un solo pueblo. Hay
hermanos dispersos que necesitan ser reunidos bajo un solo cayado, el belemnita
pastor acreditado por Dios. El evangelio de Mateo leyó este pasaje desde la clave
del cumplimiento de la Escrituras en Jesús, el Hijo de Dios. Es la invitación para
hacer realidad un “cambio de época”, donde dejemos de insistir en nuestro
proyecto de gobernar a nuestra manera nuestro mundo, con las decisiones
incoherentes y perjudiciales para los hermanos, que solo sirven para separarnos
más unos de otros. Hay que mirar con ojos de fe el proyecto de Dios, aquel inicial
proyecto en donde podamos resaltar que no es por la gloria de nuestros intereses
particulares por donde se nos puede asegurar la felicidad sino en la grandeza de un
punto de inicio humilde y sencillo, desde la pequeñez del amor de Dios que es
capaz de cambiar una realidad de tristeza y muerte en un signo de esperanza y
alegría para todos.
La carta a los Hebreos, desde el paralelo de la liturgia sacrificial del Antiguo
Testamento, ofrece una reflexión profunda y desafiante sobre el acontecimiento
redentor de Cristo en favor de la humanidad. El poder de convencimiento en esta
exhortación gira sobre el peso del ofrecimiento del propio cuerpo de Jesucristo que
está por encima de todos los holocaustos y ofrendas juntas que podamos realizar
para Dios. Para el autor de la carta a los Hebreos, no se busca contradecir la
necesidad del creyente de expresar su culto religioso a Dios sino es invitado a
descubrir la validez de una acción litúrgica plena y auténtica en el sacrificio
redentor de Cristo y oriente así su propia vida como creyente como el mejor culto
agradable a Dios. Cercanos a la manifestación del Dios hecho hombre, aquel
misterio maravilloso de amor escondido en el rostro frágil de un niño, reflexionemos
sobre nuestra valoración en torno a la liturgia de nuestra vida, la motivación por la
que celebramos nuestra fe, el sentido de nuestras ofrendas y oblaciones. Cristo es
la ofrenda de Dios para nosotros, ¿cómo lo entendemos? ¿cómo lo apreciamos?
¿qué ofrenda me exige entonces dar sino es mi propia vida?
Lucas en sus relato de la infancia, nos trae a la mente este encuentro maravilloso
de dos mujeres que como en antiguo, han recibido el favor de Dios, han sido
visitadas y en ellas se han confirmado la esperanza de que para Dios nada hay
imposible. María ha recibido una revelación donde no solo se le ha anunciado que
sería la madre de Jesús, el Hijo del Altísimo, sino que tiene un signo de
confirmación en Elizabet, aquella mujer avanzada en sus días que cargaba con el
estigma de no poder tener hijos, pero que ahora estaba esperando un hijo por el
favor de Dios. La acción del Espíritu Santo entra a tallar en este encuentro
suscitado por el saludo de María y el salto del niño en el vientre de Elizabet. La
exclamación viva de Elizabet revela el misterio del amor de Dios en la pequeñez de
su persona y la de su hijo en relación a María y en grado mayor a quien espera en
su santo seno, Jesús. Por eso María es dichosa, porque ha creído todo lo revelado.
Su sola presencia en aquella casa habla de la disponibilidad de una mujer que supo
leer lo que le estaba ocurriendo. Este cuadro lucano es el encuentro de dos mujeres
favorecidas y agradecidas por ello a Dios. Brota de una experiencia profunda de
vida pero que se abre en una experiencia salvífica para toda la humanidad.
¿Cuántas veces hemos reflexionado sobre los éxitos en nuestra vida y los logros
obtenidos desde un proyecto más grande que viene de parte de Dios? ¿En cuántas
ocasiones hemos caído en la cuenta de que nuestras decisiones tienen
repercusiones hondas en la vida de los demás y por ello podemos ser maravillosos
puentes de la gracia de Dios para nuestros hermanos?
Próximos a prorrumpir cantos de alabanza a nuestro Dios por el nacimiento de
Jesús, hagamos propósitos firmes de ser rostros encarnados de la gracia para
nuestros hermanos. Compartamos júbilo, esperanza, fortaleza y hagamos que este
mundo pueda poco a poco convencerse de que hay un plan mucho más grande y
maravilloso que pude realmente hacernos felices a todos. “Despierta tu poder y ven
a salvarnos”, sí eso es lo que anhelamos y queremos. Vayamos preparando ese
camino para que venga el poder de Dios, en el rostro de un pequeño niño, fuerza
de Dios para todos.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)