Natividad del Señor, Misa de Nochebuena
Pautas para la homilía
“Os traigo la buena noticia, la gran alegría”
Crónica administrativa
El evangelista san Lucas nos narra el nacimiento de Jesús como si se tratara de un
acto puramente administrativo dentro del Imperio Romano.
Se habla de una orden para llevar a cabo un censo en el Imperio. Algo que, por su
extensión, sólo podía firmarlo Augusto, el Emperador de Roma. Como ejecutor más
inmediato, Quirino, gobernador de la provincia senatorial de Siria. Los personajes
de nuestra historia, José y María, suben a Belén, por ser de la estirpe de David. Al
sentir allí María la llegada del parto y no haber sitio para ella en la posada, se
refugian junto a un pesebre, donde tiene lugar el nacimiento de Jesús.
Sólo crónica. Pero, como en toda crónica, los detalles, la precisión y las palabras,
marcan toda la diferencia. En orden descendente: Augusto, Quirino, Nazaret, Belén
de Judea, José y María, la posada llena, el pesebre y Jesús. Sobresale el contraste
intencionado entre Augusto, el emperador del mundo, y un niño recién nacido,
nada, aparentemente nadie, pero realmente el Hijo de Dios.
Liturgia celestial
En la narración de San Lucas hay crónica, pero no sólo. Hay unas pautas, como una
luz que ilumina el misterio que se encierra en esa crónica y en esos
acontecimientos. Y esa luz se dirige hacia arriba, hacia el cielo.
En un segundo momento, entran en escena los ángeles que anuncian “la gran
alegría, la buena noticia para todo el pueblo –para todo el mundo-“, el nacimiento
del Mesías, del Salvador. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres
que Dios ama”.
A Dios la gloria y a nosotros, los humanos, la paz. Este es el mensaje y el deseo de
Dios desde Nochebuena hasta siempre. Esta es la encomienda que nochebuena nos
entrega: Paz. Con nosotros mismos para poder tenerla con los demás; y con
nosotros y con los demás para poder tenerla con Dios. Esta es la forma que Dios
busca para que le glorifiquemos en el cielo. ¿Cómo reconocer la paz a la que se
refiere Dios por medio de los ángeles? Los signos se nos han dado: “Ahí tenéis la
señal: encontraréis un niño envuelto en pa￱ales y acostado en un pesebre”. Un
Niño, sólo un Niño, con el sello de Dios, la sencillez y el desprendimiento.
Liturgia terrenal
La celebración y la liturgia más humana la protagonizan los pastores. Estaban
guardando el ganado en las colinas, más que monta￱as, de Belén. “Estaban
velando, por turno, su reba￱o”. Y es a ellos a quienes se dirige el ángel: “No
temáis, os anuncio la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo”. Y los
pastores, gente sencilla, van a Belén, se dirigen al portal, felicitan a María y a José,
y les dicen cuanto han visto y oído.
Cada detalle es importante. Pero, por encima de los detalles están las personas. Y a
mí me llaman la atención en este misterio Dios que habla y María que escucha.
Todo propiciado por el Niño Dios.
Dios y María
“No temáis”, dice Dios, por medio del ángel. No temamos. Es un sentimiento muy
humano ante lo desconocido y ante lo que nos supera. María tuvo que escuchar lo
mismo nueve meses antes a otro ángel que hablaba en nombre de Dios. Jesús tuvo
que repetir lo mismo que su Padre muchas veces a lo largo de su vida: “No temáis”.
No temáis a nada ni a nadie, porque la seguridad que da el Niño, compatible con
todas las miserias y carencias humanas que podamos imaginar, es superior a todo.
No temáis, no temamos, porque estamos en las mejores manos; y de esas manos
nadie nos podrá apartar más que nosotros mismos. Y que se nos note que no
tememos, que sólo cantamos, celebramos y agradecemos.
“Os traigo la buena noticia, la gran alegría”, dice Dios a los pastores por medio del
ángel. La noticia esperada durante siglos y preparada por medio de profetas, reyes
y sacerdotes. La noticia más consoladora para quienes se sentían dominados por
potencias extranjeras. La gran alegría de tener entre ellos al Hijo de Dios, al
Mesías. Para nosotros, que sabemos más que los pastores de Belén, la alegría de
todo lo que significó el Niño cuando se hizo adulto y nos mostró el rostro de su
Padre antes de ofrecerse a él por nuestra salvación.
“María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su coraz￳n”.
Las cosas de Dios y, en particular, las cosas de aquel Niño. Y así empezó a ser la
primera cristiana, la primera creyente, el modelo de la mujer orante. Se fijaba en
todo, lo memorizaba, lo guardaba, lo meditaba, lo oraba y lo practicaba. Y todo con
la sencillez de quien s￳lo se consideraba la “sierva del Se￱or”, aunque ella y
nosotros sabemos que era su Madre. Todo un misterio. Todo un ejemplo, como el
silencio y el saber estar de José.
Si como María hemos adorado al Niño, como María guardemos el misterio en
nuestro corazón. Si, como los pastores, hemos visto, oído o al menos intuido, el
misterio que celosamente guardamos, como los pastores vayamos y contemos.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino