Fiesta. Sagrada Familia de Jesús, María y José
Pautas para la homilía
¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
La eucaristía reúne en familia a los discípulos. Familia orientada hacia Dios en los
diferentes proyectos de vida. Orientada por el altar que representa a Cristo y
alrededor de su mesa, memorial de la cruz y anticipo del banquete del Reino. Cada
domingo celebramos y visibilizamos que Dios nos ha emparentado consigo y entre
nosotros. Es el amor de Dios quien genera vínculos relacionales en la libertad y la
fraternidad ¿cómo no recibirlo con alegría?
Desde que tuvo uso de razón, Jesús se supo lleno de Espíritu, movido por una
pasión, buscaba la sabiduría junto a los doctores y maestros de la Ley. Desde
peque￱o buscaba realizar las “cosas del Padre”, el amor de Su voluntad. Hombre de
deseos, los integró todos al servicio del Reino.
El corazón de su Madre ha guardado y transmitido este recuerdo que hoy nos
propone el evangelio. Ya desde niño su identidad se abría paso a la sombra del
Templo, la Casa de Dios y lugar de la manifestación del Mesías que en la muerte y
resurrección de Cristo quedará superado para siempre. Es el cuerpo de Jesús, su
carne y su persona, el lugar de la plena manifestación de Dios en la historia
humana.
Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy expresan su vocación y conciencia de
filiaci￳n con el Eterno. Su “deber” consiste en “estar en la Casa de su Padre”.
Habitado Él mismo por el Espíritu, con esas palabras resume todo su futuro trabajo,
sufrimiento y gloria.
La fiesta de la Sagrada Familia es buena ocasión para reconocer la importancia de
la familia en la sociedad. La familia, sostenida por el pilar de los esposos, refleja a
su manera la vida comunitaria que existe en Dios (Uno y Trino), al crear al varón y
la mujer. Desde su origen, la comunidad cristiana se ha caracterizado por defender
y proteger el valor de la familia según el proyecto de Dios, entendida como una
comunidad de vida y amor. Ya en tiempos de las comunidades primitivas, los
cristianos afirmaban que la transmisión de la vida no sólo era un acto de
reproducción de la especie, sino un modo de colaborar con Dios en su historia de
salvación. Crear, transmitir y cuidar con dignidad la vida humana nos asemeja al
Creador, fuente de toda vida.
Las lecturas de hoy, si bien reflejan la mentalidad de la época en las que fueron
escritas, contienen valores imperecederos. Hablan del valor de la paternidad y
maternidad. Invitan a honrar al padre y la madre; a dialogar y escucharse en la
familia; a reconocer el papel de cada miembro del hogar; a ejercer la solidaridad
intergeneracional. Pero por encima de todo, la Palabra de hoy insiste en que sean el
amor y el perdón los ceñidores de la unidad consumada. Sin amor o sin perdón, sin
escucha o diálogo, ¿qué familia puede superar las dificultades?
Celebrar las familias implica colaborar con ellas para que continúen prestando su
insustituible servicio a la vida social, defender sus derechos y recordar sus
responsabilidades. Pero también es buena ocasión para que la comunidad cristiana
recupere como parte de su verdad e identidad, el horizonte de la fraternidad y sus
implicaciones en el campo de las relaciones.
La familia de Jesús no se redujo a la familia de Nazaret, abarcaba a todos sus
discípulos que sabiéndolo o no, cumplían la Palabra de Dios. Cuando llegó el
momento Jesús abandonó su hogar de Nazaret para generar lazos familiares entre
sus discípulos, comenzando así la predicación e instauración del Reino. Jesús
pretendió que esa nueva familia se caracterizara por la fraternidad como criterio de
actuación entre sus miembros.
En la actualidad, hay muchas familias desestructuradas, mucha gente sola, muchos
niños o ancianos necesitados de un ambiente de seguridad, afecto y dignidad. La
fidelidad a Jesús reclama de nosotros estar atentos para recrear donde sea
necesario espacios y estilos que favorezcan el desarrollo humano y cristiano de
todos aquellos que no tuvieron suerte con sus familias de origen. Si cultivamos
vínculos de amistad y fraternidad, podemos generar relaciones fuertes capaces de
proteger la dignidad y alegría de muchas personas que de otro modo se sentirían
desamparadas.
Toda comunidad cristiana que se precie debería estar alerta para facilitar la
transmisión de la vida y de la fe a las familias que la componen, especialmente a
las más jóvenes. Pero también debería cuidar a las personas que viven solas o
desarraigadas para tejer con ellas una fraternidad solidaria e incluyente. No sólo
estamos juntos para celebrar la fe sino también debemos permanecer unidos para
honrar la vida en todas sus etapas. Porque en la comunidad cristiana como en
cualquier familia de verdad, importa que todos cuiden de todos.
Fray Xabier Gómez García
Real Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)