Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Un adolescente perdido
La Sagrada Familia subió a Jerusalén a la fiesta de pascua. Pasados algunos días volvieron
a Nazaret, pero Jesús se quedó sin avisar a sus padres. María y José creyendo que iba en la
caravana hicieron un día de camino y entonces lo buscaron. Al darse cuenta de que no
estaba se volvieron caminando a Jerusalén. ¡Dos días caminando! Como toda buena mamá,
María le habrá echado una cantaleta al pobre de san José, de muy Señor y Dios mío.
Si esperar 30 minutos en la fila de un banco nos agota la paciencia, figúrense dos días
caminando bajo el sol de Palestina. Finalmente lo encontraron, al tercer día, en el templo
sentado en medio de los doctores escuchándoles y haciéndoles preguntas.
¿Se imaginan el cruce de miradas? Jesús estaba feliz porque se sentía que ya era grande,
que ponía en jaque mate a los doctores de la ley con sus preguntas y respuestas. Querría
comenzar ya a predicar que para eso se hizo hombre. Estaría esperando alguna palabra de
admiración por parte de los suyos y en lugar de esto la Virgen le hace un reclamo: “Hijo
mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscado
llenos de angustia”. En este conflicto, cuántos hijos y cuántos padres se ven perfectamente
reflejados. Ellos ven que sus padres no les entienden y los papás piensan lo mismo, que sus
hijos no se dan cuenta del peligro que corren saliendo de madrugada, trabando amistad con
amigos inconvenientes o enamorándose tal vez a muy temprana edad.
La adolescencia es la etapa decisiva de la madurez humana porque se injertan al mundo
dándole un sentido a su existencia. Los padres se angustian porque sienten que sus hijos se
les van de las manos, pero es algo necesario, deben salir del amparo del hogar para madurar
y saber qué rol juegan en la sociedad. Por eso la mejor inversión en la formación de los
hijos está en la infancia, no después.
Jesús, aún pensando que tiene la razón, obedece a sus padres y sin protestar se va con ellos
a Nazaret. Aunque el evangelio no lo indica, estoy seguro que habrá sabido disculparse por
haberles mortificado. ¡Qué magnífica lección para todos los jóvenes y también para los
papás, pues María no lo agarró a pescozones, ni le gritó, ni lo amenazó, sino que lo
reprendió con justicia y bondad!
A los hijos les corresponde obedecer y a los padres el de vigilarlos y no dejarlos hacer lo
que les venga en gana. Tienen que ejercer el servicio de la autoridad porque el adolescente
necesita ser guiado con cariño y firmeza.
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