LA SAGRADA FAMILIA (C)
Lecturas: 3,3-7.14-17; S 127; Col 3,12-21; Lc 2,41-52
Homilía por el P.José R. Martínez Galdeano, S.J.
Crecer en gracia
ante Dios y los hombres
Las fiestas de la Navidad de Jesús tienen la virtud de
reactivar el amor y la unión en las familias cristianas. La
familia goza en la Biblia de una cierta sacralidad desde el
principio: “Y cre￳ Dios al hombre a imagen suya; macho y
hembra los cre￳. Y los bendijo Dios” (Ge 1,27s).
La Iglesia en su magisterio pastoral recuerda
constantemente el tema y estimula a los fieles a no descuidar
la atención y sacrificios necesarios para que la familia recupere
su buena salud y la mantenga. En concreto está entre los
temas más tratados por el magisterio actual del Papa y los
Obispos.
A él dedica la liturgia este domingo. Porque Jesús formó
parte de una familia. Es un misterio en sentido teológico.
Porque contiene oculto y al mismo tiempo revela algo que
forma parte de la obra de salvación llevada a cabo por Jesús a
favor nuestro.
El 90% del tiempo de la vida de Jesús en este mundo fue
en su familia. Ya esto nos indica que Dios da a la familia una
importancia extraordinaria para la salvación de los hombres. Y
es que en la familia se conforman las actitudes básicas de la
personalidad y se aceptan y rechazan como fundamentales
valores y contravalores, que influyen y sostienen después toda
la vida.
Y son muchos los textos de la Escritura que destacan el
valor extraordinario que para Dios tiene la familia. Hoy hemos
escuchado algunos. “Dios hace al padre más respetable que a
los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre sus hijos” –
dice el libro del Eclesiástico–. Son advertencias muy sensatas
de la Escritura. El padre que por sus virtudes se gana en la
comunidad el respeto de los demás hace partícipes de él a los
miembros de su familia; pero aunque haya también un influjo
en sentido inverso, no es en la misma proporción. Y
acertadísima también la observación sobre la autoridad de la
madre: “Dios afirma la autoridad de la madre sobre sus hijos”.
Por eso la madre, aunque se ayude de otras personas, no debe
nunca dejar en otras manos la responsabilidad de advertir,
inculcar y corregir lo que vea ser necesario para la educación
de sus hijos. Debe, como María, seguir de cerca el crecimiento
de sus hijos: “Su madre conservaba todo en su corazón. Y
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y los hombres”.
“El que honra a su padre –sigue el texto leído– alcanza el
perdón de sus pecados, el que respeta a su madre acumula
tesoros. El que honra a su padre recibirá alegría de sus hijos y,
cuando rece, su oración será escuchada; al que honra a su
madre el Señor le escucha”. No lo debemos olvidar. La oración
es clave en nuestra vida. Quien no ora ¿qué clase de fe tiene?
A veces se lamenta de no ser escuchado en la oración. ¿Estará
la causa en la falta de respeto a los padres? Tal vez encuentres
aquí la solución a tus problemas.
“Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo
abandones mientras vivas; aunque inteligencia se debilite, sé
comprensivo con él, no lo desprecies mientras vivas. La piedad
para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para
pagar tus pecados”. Y a￱ade más el texto bíblico: “y si un día
sufres, se acordará Dios de ti y se desharán tus pecados como
la escarcha bajo el calor” (Ecco 3,15). Piensa bien en esto
cuando te preparas para el sacramento de la penitencia;
cuando simplemente pides perdón de tus pecados al acabar el
día o en cualquier otra ocasi￳n: “la piedad con tu padre (y lo
mismo con tu madre) será tenida en cuenta para pagar tus
pecados”. Piensa a esta luz si tus pecados no se deshacen
como la escarcha bajo el calor, pese a que los confieses tantas
veces.
Fuente de oración preciosa y de principios de conducta
familiar maravillosos son los que propone Pablo a la Iglesia de
Colosas y que la misma Iglesia nos traspasa hoy como materia
de reflexión en nuestra conducta familiar, pues no olvidemos
que la familia es la Iglesia doméstica:
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“Como elegidos de Dios, santos y amados”: Es así; todas
las familias cristianas han nacido de la acción sacramental de
los padres en su matrimonio.
“Revístanse de sentimientos de misericordia entra￱able”,
es decir vuestro modo normal de relacionarse esté impregnado
de misericordia, “de bondad, humildad, dulzura, comprensión;
sopórtense mutuamente y perdónense, cuando alguno tenga
quejas contra otro” –en lugar de estar interiormente
acusándole y justificándose–. El Señor los ha perdonado,
hagan ustedes lo mismo”. Cuántas actitudes y palabras
agresivas desaparecerán si todos en las familias se esfuerzan
por aplicar estos consejos.
Y Pablo enumera un grupo de virtudes cuyo sólo nombre
nos estimula a practicarlas en la familia: El amor, la paz de
Cristo, el agradecimiento, la oración en familia, la presencia de
Dios en todos los detalles, el respeto, la delicadeza, la
obediencia de los hijos, la moderación de los padres al mandar.
El evangelio nos narra uno de los momentos más duros
para aquella familia. También hubo otros como el necesario
viaje a Belén cuando María culminaba su embarazo, el
alumbramiento en las duras condiciones de la gruta, la huída
precipitada a Egipto. La vida de toda familia tiene momentos
duros, momentos de cruz. Misterio, pero no hay duda de que
en el caso de la sagrada familia fue así porque ésta era la
voluntad de Dios Padre. Y Dios lo quiere así no por castigo. Es
simplemente que no hay otra vía para alcanzar la santidad.
“El ni￱o Jesús se qued￳ en Jerusalén sin que lo supieran
sus padres”. El evangelista no insinúa la menor explicaci￳n.
Quiere que toda la atención se centre en la respuesta de Jesús,
que va conocerse enseguida. “¿No sabían que yo debía estar
en la casa de mi Padre?”. Esta es la traducci￳n del texto
litúrgico; otros traducen “en las cosas de mi Padre” (Bibl.
Jerusalén). En cualquier caso va expresada la relación de
especial filiación de Jesús respecto de Dios Padre y el valor
absoluto y supremo de la voluntad de Dios por encima de
cualquier otra autoridad, aunque fuese la de su propia madre y
de su padre legal. Es, pues, esta respuesta una más entre
otras que testimonian en boca de Jesús que su Padre es Dios,
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el único Dios vivo, el Dios creador y salvador de Israel.
“El ni￱o crecía y se desarrollaba pleno de sensatez y la
gracia de Dios estaba en él” (Lc 2,40). Así resume Lucas los
años de Nazaret. Que todos conserven en su corazón estas
lecturas, como lo hacía María, para que día a día crezcan en el
amor a Dios, que reina en sus familias.
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http://formaciónp astoralparalaicos.blogspot.com
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