Fiesta. Sagrada Familia de Jesús, María y José, Ciclo C
Padre Félix Castro Morales
En este domingo, que sigue al Nacimiento del Señor, celebramos con alegría a la
Sagrada Familia de Nazaret. Jesús quiso nacer y crecer en una familia humana;
tuvo a la Virgen María como madre; y san José le hizo de padre. Ellos lo criaron y
educaron con inmenso amor. La familia de Jesús merece de verdad el título de
‘santa’, porque su mayor anhelo era cumplir la voluntad de Dios, encarnada en la
adorable presencia de Jesús.
Por una parte, es una familia como todas las demás y, en cuanto tal, es modelo de
amor conyugal, de colaboración, de sacrificio, de ponerse en manos de la divina
Providencia, de laboriosidad y de solidaridad; es decir, de todos los valores que la
familia conserva y promueve, contribuyendo de modo primario a formar el
entramado de toda sociedad.
De la Sagrada Familia, según los relatos evangélicos de la infancia de Jesús,
podemos sacar algunas reflexiones sobre la oración, sobre la relación con Dios.
Podemos partir del episodio de la presentación de Jesús en el templo. San Lucas
narra que María y José, “cuando se cumplieron los días de su purificaci￳n, según la
ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Se￱or” (2, 22). Como toda
familia judía observante de la ley, los padres de Jesús van al templo para consagrar
a Dios a su primogénito y para ofrecer el sacrificio. Movidos por la fidelidad a las
prescripciones, parten de Belén y van a Jerusalén con Jesús que tiene apenas
cuarenta días; en lugar de un cordero de un año presentan la ofrenda de las
familias sencillas, es decir, dos palomas. La peregrinación de la Sagrada Familia es
la peregrinación de la fe, de la ofrenda de los dones, símbolo de la oración, y del
encuentro con el Señor, que María y José ya ven en su hijo Jesús.
El Niño Jesús, que crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, en la intimidad del
hogar de Nazaret (cf. Lc 2,40), aprendió también en él de alguna manera el modo
humano de vivir. Esto nos lleva a pensar en la dimensión educativa imprescindible
de la familia, donde se aprende a convivir, se transmite la fe, se afianzan los
valores y se va encauzando la libertad, para lograr que un día los hijos tengan
plena conciencia de la propia vocación y dignidad, y de la de los demás. El calor del
hogar, el ejemplo doméstico, es capaz de enseñar muchas más cosas de las que
pueden decir las palabras. Esta dimensión educativa de la familia puede recibir un
aliento especial en el Año de la Fe, que comenzó apenas unos meses. Este año es
una oportunidad para revitalizar la fe en sus casas y tomar mayor conciencia del
Credo que profesamos.
La Iglesia está segura de que la familias cristianas, al contemplar y descubrir en la
Sagrada Familia las características del auténtico amor, tal y como debe ser vivido
entre los esposos y sus hijos, serán ellos mismos firmemente alentados y
rectamente orientados a seguir ese específico sendero de santidad y de plena
realización humana.
En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las
familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto, faros de una fe
viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua
expresión, «Ecclesia doméstica» (LG 11). En el seno de la familia, «los padres han
de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su
ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial
cuidado, la vocación a la vida consagrada» (LG 11; CEC 1656).
Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre
de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, «en la
recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el
testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras»
(LG 10). El hogar es así la primera escuela de la vida cristiana y «escuela del más
rico humanismo» (GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el
amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino
por medio de la oración y la ofrenda de su vida (CEC 1657).
Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la experiencia de la
oración. Si no se aprende a rezar en la familia, luego será difícil colmar ese vacío.
¡Familia cristiana! aprende la belleza de rezar juntos como familia en la escuela de
la Sagrada Familia de Nazaret. Y así llegarás a ser realmente un solo corazón y una
sola alma, una verdadera familia.