Solemnidad. La Epifanía del Señor
Pautas para la homilía
"Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo"
La Luz nos llama a ser luz
Los magos, escrutadores de la inmensidad, encuentran por fin hoy la causa de su
estrella. El Niño que ha nacido es Luz para lo oscuridad de su perplejidad, es
Respuesta para sus interrogantes más profundos, es Descanso para su peregrinar
inquietante. Por eso, “cayendo de rodillas, lo adoraron”.
La Luz que es el Señor Jesucristo hoy se nos ofrece a todos. También hoy las
tinieblas cubren la tierra de no pocos corazones humanos, zarandeados y
angustiados por la zozobra de un futuro incierto. Quizás cada uno de nosotros, los
que ahora leemos esta reflexión, también tenemos en las honduras del ser nuestros
recovecos personales de oscuridad: desconfianza, temores, egoísmos recalcitrantes,
tristeza de origen difuso, insatisfacciones inconfesables, salud quebrada, metas que
se han ido desplazando…
Él, el Dios cercano y ofrecido al mundo, a todos nos regala la Luz que encierra su
misterio de entrega, de vida que no acaba, de plenitud que enciende resplandores
de firme esperanza.
Acoger y adorar, como los magos, esta Luz, nos llama y exige a ser también
nosotros luz. ¿Cómo lograrlo? ¿Cómo ser cada uno de nosotros hoy estrella, luz,
eco, que refiera al Misterio de Dios?
Aunque suene a manido, tendremos que volver a los caminos tantas veces
trazados, y siempre faltos de intensidad en la vivencia.
Para ser hoy su estrella deberemos seguir siendo buscadores de
sentido. Siempre inquietos e insatisfechos, siempre impulsados a más allá de
nuestros logros y consecuciones de lo inmediato.
Para ser hoy su estrella deberemos seguir siendo oferta de amor. A todo ser
humano. Incansables buscadores de un mundo más habitable, de una humanidad
más unida; donde el respeto, la justicia, la honradez y la paz sean tareas iniciadas
y construidas cada día.
Para ser hoy su estrella deberemos seguir siendo manantial de
esperanza. Aquellos que viven la certeza de que nadie se perderá; de que la vida,
tan frágil y vulnerable, está en buenas manos.
Para ser hoy su estrella deberemos seguir siendo adoradores extasiados de
su grandeza manifestada en nuestra propia pequeñez. Aquellos que viven
siempre orientados hacia Él, el que inicia y completa nuestra fe, el que nos hace ser
un cántico de alabanza para gloria de su nombre.
Para ser hoy su estrella deberemos seguir siendo sus testigos. Sin complejos
ni prepotencias. Seguros de la consistencia de las sendas trazadas por Él, tan
profundamente humanas que sólo pueden ser de Dios, Luz que hoy se manifiesta al
mundo entero.
Fr. Cesar Valero Bajo O.P.
Casa San Martín de Porres – Móstoles (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org