Fiesta de la Epifanía del Señor 013
La fiesta de hoy, fiesta para chicos, en realidad viene a ser una fiesta para adultos,
pero muy adultos, pues hoy se juegan grandes intereses para los hombres, o mejor
uno solo, el de su propia salvación que se hace presente en esas figuras ancestrales
y muy queridas de los niños, los santos reyes magos.
Epifanía, manifestación, es una fiesta que hermana a las dos iglesias, la oriental y
la occidental. En aquella se dice que Navidad es una pequeña Epifanía, y en ésta se
dice que Epifanía es una pequeña Navidad. Y la verdad es que en ambas Iglesias se
trata de profundizar en ese admirable misterio de un Dios que se hace hombre,
como dice San León Magno, nosotros le damos a Cristo nuestra pobreza (nuestra
humanidad) y él nos comunica su grandeza (su divinidad), haciendo de esta
manera, un glorioso intercambio, donde a decir verdad, nosotros los hombres
somos los que salimos gananciosos y Dios adquiere una dimensión que no tenía, al
contemplar a su Hijo único convertido en uno más de los mortales, pero en camino
a la casa del Buen Padre Dios, una casa abierta para siempre a todos los mortales y
no sólo a los hebreos que en la primera etapa fueron la simiente de la que saldría la
semilla de inmortalidad.
Esta fiesta tiene que ser entonces la fiesta de la universalidad de los hombres que
se sienten amados y acariciados por ese Dios que se deja acariciar de los hombres,
una vez en figura de los pastores, la gente más ignorante, la más alejada de las
sinagogas, de la fe, de la religión, pero que corrieron presurosos y con una gran
curiosidad y un gran interés por el niño que les señalaban los pastores, pero por
otra, que también se deja acariciar por los magos venidos de oriente que pudieron
postrarse y adorarlo en la figura de un pequeño recién nacido, y en brazos de su
madre. Así es el Señor que se deja acariciar, se deja tocar, se deja amar por los
hombres, habiendo tomado él la iniciativa de acariciar, tocar y amar a todos los
hombres de buena voluntad.
Los magos fueron guiados por una estrella, a la manera de los grandes personajes
a quienes se asociaba con una estrella determinada, pero una estrella que los fue
guiando, no precisamente a los palacios y a las mansiones donde se supone habitan
y mandan y ordenan los poderosos. Así pensaban los magos que preguntaron en
Jerusalén y precisamente en el palacio de Herodes el grande, grande por sus obras
materiales, pero grande también en su maldad, que no se tentaba el corazón para
degollar a inocentes criaturas celoso de su poder. Los magos tuvieron que salir de
palacio y de Jerusalén, símbolo de poder, de despotismo y de frialdad, para
adentrarse en un oscuro poblado, Belén, donde brillaba una estrella reluciente,
mucho más intensa que la que les había guiado, y que brillaría para siempre en
medio del universo, después de haberse apagado momentáneamente por tres días,
mientras permanecía en la muerte a la que la condenaron los hombres, pero de la
que le levantó por voluntad del Padre, que en su bautismo lo había presentado y
consagrado como su Hijo: “Este es mi Hijo amado en quien tengo mis
complacencias, escúchenlo”. Es esa la estrella que ahora guía a los hombres y a los
cristianos que ahora lo contemplan como la luz inmortal, luz venida de lo alto y que
guía hacia la nueva Jerusalén, la de todos los hombres y la de todos los siglos. En
este año de la fe, haremos bien en dejar que desde dentro de nosotros mismos,
donde él quiere habitar, vaya fincando cada vez más profunda su presencia entre
nosotros, para desde ahí iluminar a toda la humanidad, haciendo posible ese deseo
no siempre manifestado de la humanidad de un mundo en paz, en armonía y en
camino al Padre de todos los hombres y de todos los siglos.
Enhorabuena por todos los niños que aún confían en los santos reyes que siempre
serán una figura más atrayente que el famoso santa Claus, producto de la
tecnología, del consumismo y de los enemigos de Cristo que quieren asentarlo en el
lugar que sólo a Cristo le corresponde como Salvador de todos los pueblos.
Dejemos que la estrella de Cristo brille intensamente en el corazón de todos los
hombres de buena voluntad.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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