Solemnidad. La Epifanía del Señor
Rosalino Dizon Reyes
Dios es amor (1 Jn 4, 8)
En nuestra iglesia, el otro día, un poco antes de la Consagración, un muchacho de
unos doce años empezó a gritar. Parecía volverse loco. Mostraba tanta fuerza que
apenas consiguió su padre sujetarlo contra un banco. Sin poder hacer nada, la
madre, como María junto a la cruz, se quedó allí de pie, junto al hijo, sus ojos
deshaciéndose en lágrimas. Tres feligreses vinieron en su auxilio. El presbítero se
fue del altar a ofrecer palabras alentadoras y tranquilizantes. El director del coro
trajo agua bendita.
Esta conmoción me recordó—entre las oraciones de la misa que continuaba y los
horrorosos alaridos y gemidos que seguía dando el muchacho—al endemoniado
geraseno. Pero esto fue un caso de un tipo de ataque que sufrió alguien con
síndrome de Down.
Y por si fuera poco el disturbio durante la misa, después de ella mi esposa y yo, al
saludar a una amiga con cáncer, nos enteramos de la triste noticia de que los
médicos ya habían desahuciado a ella. Le quedan sólo cuatro meses de vida.
Tanto el muchacho como nuestra amiga, junto con las víctimas de tiroteos más
recientes, me han dejado meditando en la necesidad que tenemos de la aparición
gloriosa de nuestro Salvador. Impotentes, como una madre, ante los males que
nos afligen, anhelamos el regreso del que pasaba haciendo el bien, expulsando a
los espíritus malos, curando a los enfermos y predicando la buena noticia del
tránsito de la muerte a la vida. Necesitamos con urgencia que amanezca sobre
nosotros la gloria del Señor y disipe las tinieblas de la vida.
Se ha de admitir que no todos creen igual que nosotros. No son pocos los que se
confirman en su ateísmo, agnosticismo, cinismo, escepticismo o pesimismo a causa
de la existencia del mal. Pero a llamarlos también, o precisamente, vino Jesús. Y
nos toca atraerlos a nuestra añoranza por la venida de Jesús a los que no son como
nosotros, a los «gentiles», digamos.
Para cumplir con esta responsabilidad, no se le requiere a un cristiano involucrarse
en un debate. Mejor si uno, a imitación de los magos paganos, reconoce que su
conocimiento es imperfecto y vive abierto a la verdad, yendo en pos de ella con
humildad. Uno no hará, pues, de Herodes, insensible a toda revelación y a los
signos de los tiempos por aferrarse al poder a toda costa y encerrarse sólo en sus
intereses, viciando la búsqueda de la verdad con su egoísmo, convocando a gente
«en secreto», lo que huele a algo siniestro.
Mejor aún será que sirvamos de instrumentos de la manifestación del Señor
mediante las obras de justicia y amor en favor de los pobres que, vistos con las
luces de la fe, nos representan al Hijo de Dios, dice san Vicente de Paúl (XI, 725).
Por medio del buen samaritano, de los que «dejan a Dios por Dios»—como el que
salió del santuario y aquellos que se privaron de su arrodillamiento en oración—se
manifiesta el que oye el clamor de los pobres, no por medio ni del sacerdote ni del
levita ni de los que quizás habrían preferido que no se les hubiese interrumpido la
misa.
En la Cena del Señor, se discierne manifiestamente el cuerpo de Cristo en cuanto se
les hace caso a los necesitados. Esto es el aguinaldo que mejor indica quién es
Jesús.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)