Feria de Navidad
5 de Enero
Con el amor a los hermanos pasamos de la muerte a la vida, porque
amamos a los hermanos. Un ejemplo de seguimiento de Jesús es Natanael
con su sencillez
En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con
Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de
Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del
que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos
encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió
Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe:
«Ven y lo verás».
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a
un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael:
«¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe
te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le
respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey
de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo
de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En
verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de
Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»” (Juan 1,43-51).
1. “He visto a aquellos cinco hombres que seguían a Jesús hacia
Galilea… Y me he quedado siguiéndoles con los ojos... y pensando en esa
gesta trascendentalmente gloriosa que, aunque olvidada de los hombres,
esos varones de Dios van a realizar. Y con qué sencillez... Yo estaba a un
lado del camino, arreglando una de las ruedas de mi carro, cuando vi venir
hacia mí a Jesús con Juan, con Andrés y con su hermano Pedro, y, sin
querer, escuché la conversación...
Pedro y Andrés dijeron al Señor:
-Mira, Jesús, por ahí viene Felipe, que es, como nosotros, de
Betsaida; le conocemos desde la infancia, juntos hemos jugado en la tierra
de las calles de nuestro pueblo; es muy noble y generoso, y tiene un gran
corazón. Creemos que podría ser uno de los primeros.
Yo miré hacia atrás y vi a un hombre joven que venía de camino, con
una especie de saco medio lleno a la espalda. Frente despejada, ojos claros
y vivos, alegre semblante, que se acerca sonriendo al grupo que, parado, le
esperaba cerca de donde yo estaba distraído con una de las cosas de
siempre. Ellos no se fijaron en mí. Cambiaron alegres saludos de amistad y
muchas palabras en arameo salieron de sus labios, pero una se quedó
grabada en mis oídos, cuyos ecos no se me olvidaron en la vida, y desde
entonces todas las cosas me repiten sin cesar:
-Sígueme.
Fue Jesús de Nazaret quien la pronunció. Vi que Felipe arrojó lejos el
saco que traía y en seguida, pidiendo permiso, se marchó presuroso,
corriendo, por aquella senda que va a Caná.
Yo me quedé pensando, mientras aquellos hombres aguardaban, si
Felipe habría ido a despedirse de su casa...; pero no, la senda que cogió no
iba en la dirección que traía; además Felipe no tiene la familia en Caná, la
tiene en Betsaida.
Yo seguía arreglando la rueda de mi carro mientras ellos esperaban
conversando, y no sabía contestarme a mi curiosa pregunta:
-¿Adónde había ido Felipe?
Al mediodía vi que Felipe volvía corriendo al grupo que aguardaba;
pero no venía solo. Un hombre, amigo suyo, corría con él, un poco atrás.
Llegó Felipe y dijo al Mesías:
-¡Es mi amigo Bartolomé!
-He aquí un verdadero israelita -dijo Jesús cuando se acercaba
Natanael- en él que no hay doblez ni engaño.
-¿De dónde me conoces? -preguntó el recién llegado.
-Antes que Felipe te llamara, yo te vi cuando estabas debajo
de la higuera.
Natanael se arroja al suelo, y con las rodillas clavadas en el polvo del
camino, los ojos abiertos, muy abiertos, dice a Jesús:
-Tú eres el Hijo de Dios.
Entonces fue cuando yo vi claro: comprendí en un momento todo lo
que aquel grupo de hombres, que se reunían junto a un camino de Galilea,
podía significar para el mundo, para ese mundo distraído, ignorante de que,
en aquellos momentos, en uno de los caminos de la tierra, se reunían unos
hombres, a campo descubierto, para algo sencillamente trascendental.
Presté más mis oídos, pero no pude escuchar nada. Comenzaron en
seguida a andar, y yo me quedé junto a mi carro, viendo alejarse a Jesús,
el carpintero, con cinco hombres que se le han reunido... Van hacia Galilea.
¡Cinco hombres se le suman!
Felipe no fue a despedirse, no. Fue, y fue corriendo, a llamar a un
amigo, a traerle a ese camino seguro, como son todos los caminos cuando
por ellos se sigue muy de cerca al Señor. No fue a despedirse, empleó el
tiempo de la despedida en avisar a un nuevo apóstol, en ganar a un hombre
para la revolución sobrenatural, hacia la que se dirigen aquellos hombres
por el camino de Galilea (J. A. González Lobato).
Natanael encontró que «solamente Jesucristo es para nosotros todas
las cosas (…). ¡Dichoso el hombre que espera en Él!ᄏ (San Ambrosio).
Para mí, Natanael estaba pensando en su vocación y que si había
algún sentido en la vida que alguien se lo dijera, por eso cuando Natanael le
pregunta: “ ¿De qué me conoces?”, la palabra de Jesús le toca el corazón:
te vi cuando estabas en la higuera ” podría significar algo como “ sé en
lo que pensabas, y aquí estoy yo que te llamo ”, pienso que esto ayuda
a que él tenga una respuesta de confesión de su fe en Jesús: “ tú eres el
hijo de Dios ”.
2 . « Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que
nos amemos unos a otros ». Sentimos el amor de Dios. Ahora nos toca a
nosotros orientar nuestra vida en una respuesta de amor. « En esto hemos
conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También
nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos ». El que ama,
vive. El que no ama, permanece en la muerte. « Sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos ». Según el evangelio de
Mateo, el juicio final para el cristiano versará sobre si ha amado o no a su
prójimo, sobre todo a los que estaban necesitados, hambrientos. Aquí Juan
plantea el mismo interrogante: « si uno tiene de qué vivir y viendo a su
hermano en necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo a va estar en él
el amor de Dios? » El argumento de Juan se hace todavía más dramático:
« no seamos como Caín, que procedía del maligno y asesinó a su
hermano». «El que odia a su hermano es un homicida ». Para conocer
su estado espiritual y saber si posee la vida, el fiel no tiene más que
preguntarse si posee la caridad. Entonces, incluso si se le arrebata la vida
física, no se podrá nada para quitarle la vida eterna.
El sacrificio de la cruz ha sido la victoria del amor sobre el odio. Es
participar en la obediencia al amor incondicional de Jesús al misterio de la
cruz: " Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos ". ¿No soy capaz de morir por mis hermanos? Voy a comenzar por
disponerme al menos a darles algo de lo que tengo. Pero no por jactancia,
sino por amor (San Agustín).
3. El salmo es de acción de gracias: " Aclamad..., servid al Señor
con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor
es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus
atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre ",
invitaciones a entrar en el área sagrada del templo y sobre todo a aclamar a
Dios con alegría.
El mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de
una necesidad ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios
misterioso, sí, pero a la vez deseoso de que la humanidad viva
establemente según relaciones justas y auténticas: él " afianzó el orbe, y
no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente. (...) Regirá el
orbe con justicia y los pueblos con fidelidad ". Por tanto, todos estamos
en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza
de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre.
Vemos también una confesión de la fe, del único Dios: " Somos
suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño ". Y este Señor creador tiene
como características: la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la
fidelidad. Aunque nos portemos mal, él no dejará de querernos, su alianza
es para siempre.
San Agustín relaciona eso con el amor de la primera lectura: "Cuanto
más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta de que decías y no
decías. En efecto, antes de saborear ciertas cosas creías poder utilizar
palabras para mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado a sentir
su gusto, te has dado cuenta de que no eres capaz de explicar
adecuadamente lo que pruebas. Pero si te das cuenta de que no sabes
expresar con palabras lo que experimentas, ¿acaso deberás por eso callarte
y no alabar? (...) No, en absoluto. No serás tan ingrato. A él se deben el
honor, el respeto y la mayor alabanza. (...) Escucha el salmo: " Aclama al
Señor, tierra entera ". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú
mismo aclamas al Señor".
Se va como recitando una procesión de actos litúrgicos para con
Dios: aclamad, servid, entrad en su presencia, reconoced, entrad por
sus puertas, dadle gracias, bendecid su nombre . Se proclama también
una plena pertenencia a Dios: " somos suyos, su pueblo " , " ovejas de su
rebaño ".
San Efrén (hacia 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia, en
su Himno I sobre la Resurrección proclama “El pueblo que habita en las
tinieblas ha visto una gran luz”: Jesús, Señor nuestro, Cristo / Se nos ha
manifestado desde el seno del Padre / Ha venido a sacarnos de las tinieblas
/ Y nos ha iluminado con su luz admirable / Ha amanecido el gran día para
la humanidad / El poder de las tinieblas ha sido vencido / De su luz nos ha
nacido una luz / Que ilumina nuestros ojos entenebrecidos // Ha hecho
brillar la gloria en el mundo / Ha iluminado los abismos oscuros / La muerte
ha sido aniquilada, las tinieblas ya no existen / Las puertas del infierno han
sido abatidas // El ha iluminado a toda criatura / Tinieblas desde los
tiempos antiguos / Ha realizado la salvación y nos ha dado la vida; /
Volverá en gloria e iluminará los ojos de los que le esperan // Nuestro Rey
viene en su esplendor / Salgamos a su encuentro con las lámparas
encendidas / Alegrémonos en él como el se regocija con nosotros / Y nos
alegra con su gloriosa luz // Hermanos míos, levantaos, preparaos / A dar
gracias a nuestro Rey y Salvador / Que vendrá en su gloria y nos alegrará /
Con su gozosa luz en el Reino”.
Llucià Pou Sabaté