Solemnidad. La Epifanía del Señor
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Historia de la fiesta. Las primeras referencias provienen del s. II, de Egipto,
donde la secta gnóstica de los basilidianos celebraba el bautismo de Jesús.
Posteriormente fue también asumida por las Iglesias de la zona. Desde principios
del s. IV, a la vez que se generalizó la Navidad en Occidente, en Oriente se
extendió una fiesta de la manifestación del Señor en la carne y de la revelación de
su divinidad. Conmemoraban que Jesús «manifestó su gloria» (Jn 2,11) en distintos
acontecimientos: nacimiento, adoración de los Magos, bautismo, su primer signo, y
en algunas Iglesias locales, también la transfiguración y la multiplicación de los
panes. A finales del s. IV, al intercambiarse Epifanía y Navidad entre Oriente y
Occidente, sus contenidos sufrieron adaptaciones. El 25 de diciembre se concentró
en la Natividad de Jesús. El 6 de enero, los occidentales subrayaron la adoración de
los Magos y los orientales el bautismo del Señor.
Las liturgias orientales cantan la manifestación de la Santísima Trinidad en el
bautismo de Jesús y hacen referencia a la santificación de las aguas y del Cosmos.
Este día los fieles renuevan su bautismo. Veamos ahora las características de la
Epifanía en Occidente.
La realeza de Cristo. El Evangelio del día es el de la adoración de los Magos. En
la antigüedad se pensaba que siempre que nacía un personaje importante,
especialmente un rey, un astro se manifestaba en el cielo. Así lo interpretaron los
Magos, que «al ver la estrella, se dijeron: Este es el signo del gran Rey; vamos a su
encuentro y ofrezcámosle nuestros dones» (Ant. magníficat de las I vísperas). Al
ver la estrella en tierras de Israel, se dirigieron directamente a la corte de
Jerusalén, para preguntar por el rey al que pertenecía.
La primera lectura de la misa anuncia que todos los pueblos, con sus reyes a la
cabeza, acudirán a Jerusalén para ofrecer dones al Dios verdadero y a su Mesías:
«Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60,3).
Por eso, la respuesta del salmo responsorial canta: «Se postrarán ante ti, Señor,
todos los reyes de la tierra». De esta manera, se afirma que el Niño que nació en la
pobreza de una gruta es el Rey del mundo, al que todos los reyes deben
veneración, tal como anunciaron los profetas: «Esta estrella resplandece como
llama viva y revela al Dios, Rey de reyes; los magos la contemplaron y ofrecieron
sus dones al gran Rey» (Ant. salmo III de las I vísperas).
Desde antiguo, en los dones de los Magos se vio una manifestación de la
identidad del Niño: el oro se ofrecía a los reyes, el incienso a Dios y la mirra era
utilizada para ungir los cadáveres antes de la sepultura. Muchos textos lo
recuerdan: «Le ofrecieron regalos: oro, como a rey soberano; incienso, como a
Dios verdadero; y mirra, para su sepultura» (Ant. benedictus 7 de enero).
La universalidad de la salvación. Los Santos Padres vieron en los Magos de
Oriente un anticipo de los pueblos no judíos, llamados a encontrar la salvación en
Cristo. Así lo interpreta san León Magno: «Que todos los pueblos vengan a
incorporarse a la familia de los patriarcas. Que todas las naciones, en la persona de
los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido en el mundo
entero». Si en la Navidad se celebra la venida de Dios al mundo, en Epifanía se
celebra que su venida es para todos. Los Magos son la primicia, a la que siguen
muchos otros. Porque se vio en estos personajes un anticipo de los paganos que
habían de convertirse al Señor, y para indicar que la salvación es para todos, se
terminó por pintar a uno negro (africano), a otro de piel amarilla (asiático) y a otro
blanco (europeo), representando a los tres continentes que se conocían en la
antigüedad.
La liturgia subraya la idea de la manifestación del Señor como salvador de todos
los pueblos: «Señor, tú que manifestaste a tu Hijo en este día a todas las naciones
por medio de una estrella, concédenos, a los que ya te conocemos por la fe, llegar
a contemplar cara a cara la hermosura infinita de tu gloria» (Colecta). Esta es la
gran revelación de la fiesta de Epifanía. Este es «El misterio escondido desde siglos
y generaciones, [que] ahora ha sido revelado» (Ant. tercia para el tiempo de
Navidad después de Epifanía). La Epifanía anuncia la universalidad de la Iglesia
Católica, llamada a evangelizar a todos los pueblos.
Una fiesta de extraordinaria riqueza. Aunque los otros aspectos quedaron
algo apagados, nunca se olvidaron totalmente, tal como se puede comprobar en los
textos litúrgicos hasta nuestros días: «Veneremos este día santo, honrado con tres
prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió
en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para
salvarnos» (Ant. magníficat II vísperas). Estos variados acontecimientos son
distintos momentos de una única realidad: la manifestación de Jesucristo en
nuestra carne, en nuestra historia.
El anuncio de las fiestas pascuales y otras tradiciones. En el concilio de
Nicea, las Iglesias acordaron celebrar la Pascua en la misma fecha. Se pidió a la de
Alejandría que se encargara de los cálculos y lo comunicara en una carta que se leía
el día de Epifanía, después del Evangelio. En muchos lugares se conserva esta
costumbre. La liturgia mozárabe posee un texto de gran belleza, que comienza así:
«Queridos hermanos, en la revelación del nacimiento corporal de Nuestro Señor
Jesucristo, y ante tantos signos de su presencia, os anunciamos la solemnidad de la
Pascua».
El texto más antiguo que recoge los nombres de los reyes magos (Melchor,
Gaspar y Baltasar) es de finales del s. VI. En las representaciones primitivas, van
vestidos con trajes persas (los mejores astrólogos de la época). Por este motivo, los
persas respetaron la basílica de Belén cuando invadieron el país y destrozaron
todas las demás iglesias el 614 d.C. Desde 1164, sus restos se veneran en un
artístico sepulcro de la catedral de Colonia, donde son considerados protectores de
los que van de viaje.
Hay numerosas tradiciones populares en torno a la Epifanía, considerada durante
siglos como fiesta en honor de Cristo Rey. Antiguamente se realizaba una colecta
contra la esclavitud . Desde 1843, la obra de la Infancia Misionera (o de la Santa
Infancia ) sensibiliza a los niños con las misiones católicas. Desde 1957 en España
se recogen fondos para los catequistas nativos y el Instituto Español de Misiones
Extranjeras . En algunos países se bendice la casa, escribiendo en sus muros con
una tiza la Cruz, el año en curso y las iniciales de los nombres de los Reyes Magos.
En otros se intercambian regalos o se come el roscón de reyes , con una sorpresa en
su interior. El que la encuentra es nombrado rey de la casa. En España son
tradicionales las cabalgatas por las calles. En el Oriente cristiano se bendicen las
aguas con la Cruz (tanto el agua bautismal como las fuentes y los ríos). En Rusia,
se hacen agujeros en el hielo y se tira dentro una cruz. Algunos se sumergen en el
agua helada, para entrar en contacto con el agua bendecida. En Occidente se
conservó la bendición solemne del agua en este día, reservada al obispo o a su
delegado, hasta la última reforma litúrgica.
Los días entre Epifanía y el bautismo del Señor tienen formularios propios para
las misas y la liturgia de las horas. El día del bautismo concluye el tiempo de
Navidad, aunque algunas fiestas posteriores aún se desarrollan en su órbita.