Fiesta. El Bautismo del Señor
Pautas para la homilía
"Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy"
Los elementos originales de la escena
Lo que nos recuerda la fiesta de hoy no es una escena colorista o una anécdota ni
una moda o un rito lejano y tradicional, sino que al comienzo de la vida pública de
Jesús sucedió algo significativo en orden a la proclamación del evangelio. La escena
del bautismo presenta a un Jesús adulto, que había crecido en edad, gracia y
sabiduría ante Dios y ante los hombres. Había llegado el momento de tomar
posiciones ante la vida. Con ello se quiere indicar que aquí Jesús pasa a ser un
hecho clave en la historia de la salvación: en Oriente se convirtió en fecha
bautismal, pues unen el bautismo a la epifanía.
La antigua representación de la escena es una composición sencilla en que sólo
aparecen las dos figuras de Jesús y Juan. El bautismo de Juan era una inmersión en
el Jordán, era un baño completo del cuerpo, no una aspersión. Es preciso recordar
que palabra bautismo, en uso en las lenguas occidentales, deriva del vocablo griego
baptizo, que significa sumergir, zambullir, bautizar. Además de describir el rito tal
como se realizaba en la antigüedad, esta palabra indica la identidad propia del
bautismo como inmersión o introducción en una nueva dimensión. Juan llamaba a
su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra
prometida) para comenzar, por una era nueva donde fuera posible volver a tener
conciencia e identidad de pueblo de Dios. En el marco solemne de un bautismo
colectivo Jesús es presentado ante los pueblos: Una voz vino del cielo: Tú eres mi
Hijo, yo te he engendrado hoy (Lc 3, 22). Lucas lo presenta entronizado en el
bautismo para establecer el reino de Dios en el mundo. Lo que cuenta es que es "el
Hijo predilecto", que puede conectar con todos.
Para comprender el significado del bautismo será básico el elemento natural del
agua.
En la inmersión en las aguas de la piscina bautismal se ha visto desde antiguo una
participación en la muerte de Cristo y en la posterior emersión la participación en la
resurrección del Señor. El simbolismo del acto central del bautismo hace referencia
directa al misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo.La fe de la Iglesia
ha creído, desde los orígenes, que en la celebración bautismal se actualiza el
misterio pascual, de suerte que los bautizados unen su existencia con la de Cristo
en una muerte como la suya y son resucitados juntamente con Él. El sacramento
introduce al creyente en la dinámica redentora del acontecimiento pascual.
El bautismo, el acontecimiento más determinante de nuestra fe
En diversos pueblos y culturas se celebraba con ritos peculiares el acontecimiento
del ingreso o pertenencia de nuevos miembros a los grupos sociales o religiosos.
Era una forma de mostrar la satisfacción que produce todo nuevo nacimiento. Las
abluciones y los baños eran en aquella mentalidad los medios más expresivos para
obtener la purificación de todo mal ante Dios. Una práctica habitual eran los baños
lustrales, que purificaban a las personas que los recibían. Estos ritos incorporan el
simbolismo común del agua en orden a significar la vida y la muerte, la purificación
y la regeneración, el comienzo de una vida nueva. Los simbolismos del agua, por
tanto, estaban muy arraigados y eran muy conocidos en las antiguas religiones.
Por otra parte, la Iglesia primitiva practicó, describió e interpretó teológicamente el
bautismo con tanta naturalidad, que en ningún lugar hay indicios de la más mínima
prueba de que este sacramento fuera discutido. En los mismos evangelios aparecen
los discípulos bautizando en seguida después de pascua, porque éste era el encargo
que les había dado el mismo Resucitado (Mt. 28, 19 y de Mc. 16, 16). Estos dos
pasajes reflejan que las más antiguas comunidades cristianas conocían la práctica
de bautizar. Por eso, el bautismo se convierte en el momento fundamental y
normativo de la existencia cristiana. El bautismo del Señor siempre ha sido
reconocido como el fundamento y el mejor elogio de la importancia de nuestro
bautismo, porque es el que da valor a nuestros bautismos.
En la Navidad y Epifanía celebramos un acontecimiento determinante de la historia
del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada
uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un
destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la
encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad
a todos por su Hijo Jesucristo. Los Padres hablaban del misterio de la Encarnación
como de un encuentro maravilloso y un admirable intercambio salvífico entre dos
seres que se buscan y que se enriquecen con la colaboración mutua. Es lo que los
griegos llamaban la sinergia, es decir, que dos fuerzas que colaboran entre sí, como
la gracia y la libertad, aumentan más su poder que aisladamente.
Juan anuncia "al que está en medio de vosotros"
En la agitada atmósfera de aquel momento de la historia el pueblo judío estaba en
expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías (Lc. 3, 15). Sus
tiempos estaban cargados de presagios y mensajes de que algo grande iba a
ocurrir, tal como lo habían anunciado los profetas. El Bautista no se identificaba ni
con los custodios de la ley ni con los responsables del templo. No vale el privilegio
de pertenecer a un pueblo, pues Dios puede hacer hijos de Abran de las piedras. La
salvación de Juan no dependía de títulos, sino de una vida real. Tampoco forma
parte de esos grupos selectos, que esperaban un Mesías que se impusiera con la
fuerza terrible del juicio de Dios, salvando a un reducto privilegiado. Juan rechaza
la expectación política nacional, por eso pone su esperanza en un juicio escatológico
de Dios, antes que en cualquier otro grupo, que devolverá a todos a la situación
original de la creación. Con la imagen del juicio pide el retorno al principio de la
historia bíblica.Volver a la situación original de la creación. El mensaje de Juan
evoca la certeza de que este mundo (esta economía, esta política) no salvarán a los
hombres. Por eso es necesario someterlo todo al juicio de Dios para que los
grandes poderes reinantes de este mundo (dinero, violencia imperial ) no terminen
destruyendo todo. Su misión y su mejor condición es ser signo de la presencia del
Mesías.
Juan pertenece todavía a la ley, en cambio Jesús es el evangelio. El evangelio tiene
interés en dejar bien clara la superioridad de Jesús: sólo Cristo es imprescindible. El
Bautista no era la luz, como algunos discípulos suyos pretendían, sino que venía
como "precursor", como amigo del esposo. Juan, como profeta, no se anuncia a sí
mismo, sino al que viene que "ya está en medio de vosotros". En la tradición
cristiana va desdibujándose cada vez más el carácter penitencial del bautismo de
Juan y se va haciendo más fuerte la referencia al hecho salvador de Dios por Jesús
y en Jesús. Por eso el evangelio es explícito en declarar que su bautismo no era
más que un rito penitencial de agua, que señalaba más allá: será el bautismo de
Jesús en el Espíritu. En estos relatos evangélicos el bautismo pasa a segundo
término y todo tiene el sentido de la "unción profética por medio del Espíritu". La
tradición siempre ha subrayado que no son los ritos bautismales los que salvan por
si mismos, sino el agua purifica porque Cristo entró en ella. Jesús acepta este rito,
pero lo complementa porque el Espíritu que le garantiza su misión profética más
personal.
Fray Gregorio Celada Luengo
Convento de San Esteban (Salamanca)
Con permiso de: dominicos.org