“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”
Mt 4, 12-17. 23-25
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LOS ENCUENTROS CON JESÚS CONTIENEN Y MANIFIESTAN UNA FUERZA
TRANSFORMADORA EXTRAORDINARIA
Muchas veces la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, y especialmente el
evangelista Juan, nos presentan en estrecha relación la fe en Dios y el amor a los
hermanos (d. 1 Jn 4,19-21). Es siempre la fe la que se ensancha en el amor y
genera la comunión de vida. Es en la vida de fe donde el creyente puede
experimentar la doble dimensión del mandamiento del amor: hacia Dios y hacia el
prójimo. Y Juan ve el núcleo vital de la fe en la persona de Jesús, el hombre lleno
del Espíritu de Dios, y en la acogida de su Palabra, urgente por la venida del Reino,
que con él está ya presente entre los hombres.
«El centro vivo de la fe es Jesús, el Cristo; sólo por medio de él los hombres
pueden salvarse, de él reciben el fundamento y la síntesis de toda verdad» (RdC
57). El es verdaderamente «la clave, el centro, el fin del hombre, y además de toda
la historia humana» (GS 10). Creer en Jesús quiere decir fiarse de él, abrirse a él
hasta dejarse transformar en él, aceptándolo como modelo de conducta: «Yo os he
dado ejemplo para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros» (Jn 13,15).
Esta fe en él se convierte en fuerza dinámica y creativa, enteramente encaminada a
testimoniar y actuar para que Jesucristo y su mensaje sean conocidos y aceptados
por los hombres. Los encuentros con Jesús contienen y manifiestan una fuerza
transformadora extraordinaria, porque inician un verdadero proceso de conversión,
de comunión y de solidaridad humana.
ORACION
Señor, tú eres la luz que ha bajado a la tierra para iluminar a toda la humanidad, tú
eres la verdad del Padre que trae esperanza y vida a los alejados que viven en las
tinieblas del error, tú eres el fin de la historia humana porque por tu medio la
salvación se ofrece a todos los hombres. Te damos gracias por tu Palabra, por el
evangelio del amor del Padre con el que has venido a salvarnos a todos y por el
ejemplo de vida que nos has dado con hechos concretos, que han afectado tu vida
cuando estabas entre nosotros.
Desgraciadamente no te tratamos bien cuando viniste a nosotros, más aún, te
rechazamos, colgándote de una cruz como a un malhechor. Perdónanos y danos un
corazón arrepentido y capaz de conversión, para que no te reneguemos de nuevo
sino, al contrario, resplandezcan en nuestra vida la luz y la alegría que nos trajiste.
Haz que nuestro testimonio cristiano se difunda en amor a los hermanos que no te
conocen aún o viven en el error respecto a tu enseñanza, llena de sabiduría
humana y divina. Te damos gracias, Señor, porque tu Palabra, proclamada hace
tantos siglos, todavía hoy está viva y penetrante entre nosotros y siempre nos
renueva el corazón. Aumenta nuestra fe en tu Palabra para que podamos penetrarla
en el Espíritu y tomarla en serio como criterio de discernimiento en los sucesos y
problemas que nos agobian en la vida.
Haznos capaces de contrarrestar nuestro individualismo (verdadera plaga de
nuestro tiempo), con nuestra disponibilidad para ayudar a todo hombre, a fin de
que podamos reencontrar la verdad de Dios y la alegría de servir a todo hermano
que sufre o pasa necesidad.