Fiesta del Bautismo del Señor.
1. La grandeza y la humildad del siervo de Yahveh.
Meditación de la primera lectura de los ciclos A, B y C.
"Mirad a mi siervo, a quien prefiero
Lectura del libro de Isaías 42, 1-4. 6-7
Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero.
Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará,
hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano,
te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones.
Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión,
y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas"".
La primera lectura correspondiente a la fiesta del Bautismo del Señor que
celebramos en esta ocasión, es un extracto del primero de los cuatro poemas del
siervo de Yahveh, que encontramos en la Profecía de Isaías. El siervo de Yahveh
podía ser el pueblo de la primera Alianza, o un profeta en cuya conducta se
encarnaba el cumplimiento de la voluntad de Dios. Independientemente de quien
fuera el siervo de Yahveh, Israel tenía la misión de ayudar al mundo a conocer a su
Creador, mientras permanecía a la espera de que el Mesías viniera a Palestina, y
concluyera el cumplimiento de la citada tarea, al mostrarse a la humanidad, como
Unigénito de Yahveh.
A partir del siglo I de la era cristiana, la Iglesia creyó que, el siervo de Yahveh
profetizado por Isaías, era Jesús, quien vino a demostrar la justicia de Yahveh, y a
ser luz tanto para los judíos como para los gentiles -o paganos-, enseñando que
Yahveh no es únicamente el Dios de los judíos, sino el Dios de todas las naciones
de la tierra. Jesús no solo vino al mundo a dejarse asesinar para demostrarnos la
grandeza del amor de Nuestro Santo Padre para con nosotros, pues también lo hizo
para inmiscuirnos en su misión consistente en que la humanidad conozca, acepte,
respete y ame a Nuestro Dios Uno y Trino. Para nosotros es un gran motivo de
gozo el hecho de pensar que Dios nos ama y confía en nosotros, y espera que le
mostremos su justicia al mundo por medio de la imitación de la conducta que
observó Nuestro Salvador, -es decir, siendo portadores de la luz característica, del
Hijo de dios y María-.
Si el hecho de tener la dignidad de participar en el cumplimiento de la misión de
Jesús nos llena de alegría, debemos recordar las siguientes palabras de Nuestro
Redentor:
"Buscad primero el Reino de dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura" (MT. 6, 33).
¿Qué significa buscar el Reino de Dios y su justicia? Ello significa tener a Dios
siempre en nuestros pensamientos, hablarle cuando oramos, cumplir su voluntad, e
imitar la conducta que observó Jesús.
Buscar el Reino de Dios y su justicia, significa que debemos anular nuestros
pensamientos, cuando los mismos difieren del pensamiento de Dios.
Buscar el Reino de dios y su justicia, significa que nos comprometemos a actuar
en conformidad con nuestras posibilidades de ser buenos imitadores de la conducta
que observó Jesús, no como lo haríamos nosotros, sino como lo haría Nuestro
Salvador.
Buscar el Reino de Dios y su justicia, significa pedirle a Dios la ayuda que
necesitamos para que podamos cumplir su voluntad, porque no podemos llevar a
cabo tan gran propósito, contando, exclusivamente, con nuestros medios.
¿Qué personas, objetos o metas, son para nosotros, más importantes que Dios?
Cuando Nuestro Santo Padre envió al Señor al mundo para que muriera para
demostrarnos la grandeza de su amor, cuando Jesús soportó su Pasión y muerte, y
cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros cuando fuimos bautizados,
el Dios Uno y Trino no pensó en Sí mismo, sino en nosotros. ¿Qué beneficios recibe
Dios de nosotros? Dios es Todopoderoso, y no tiene necesidad de nosotros, pero
nosotros le necesitamos. Este hecho nos recuerda que, si queremos imitar la
conducta que observó Jesús, cuando tengamos la oportunidad de servir a nuestros
prójimos los hombres, debemos hacerlo, desinteresadamente, no pensando en
nosotros, sino en la necesidad que los tales tienen, de nuestras dádivas
espirituales, y materiales.
¿Cuáles son las cosas que se nos darán por añadidura, si anteponemos a la
consecución de las mismas la búsqueda del Reino de Dios y su justicia? Tales cosas
constituyen nuestros afanes diarios, y debemos poseerlas como hijos de Dios, que
conocen sus prioridades vitales, y actúan correctamente, a los ojos de Nuestro
Creador.
Si no buscamos la justicia de dios, no podremos dársela a conocer a los demás,
y, si la luz de Cristo no brilla en nosotros, no podremos transmitírsela a nadie.
"Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la
cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del
celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la
casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (MT. 5, 14-16).
De la misma manera que la luz de una ciudad situada en la cima de una montaña
durante las noches se ve a una gran distancia, si vivimos imitando la manera de
proceder del Señor Jesús, les mostraremos a nuestros prójimos los hombres, cómo
es realmente Nuestro Salvador.
Si no somos buenos cristianos, en vez de mostrarles la luz de Cristo a los demás,
se la ocultamos. Ello sucede cuando nos guardamos el conocimiento de Dios y de su
Palabra rechazando las oportunidades que se nos presentan de manifestarlo, y
cuando no hablamos como nos corresponde hacerlo a los hijos de Dios, cuando se
requiere de nosotros que aboguemos por la justicia.
Si actuamos imitando lo que hacen las grandes masas, en vez de hacer lo que
hizo Jesús cuando vino a Israel el siglo I de la era cristiana, también ocultamos la
luz divina. Para muchos de nuestros hermanos, la religión, en vez de ser un estilo
de vida, se ha convertido en la vivencia de una serie de formalismos sociales, en
que han convertido las celebraciones de los Sacramentos. Muchos de ellos celebran
la Eucaristía dominical puntualmente, pero no viven haciendo lo que hizo Jesús
cuando vino a Palestina, sino guardando apariencias.
Si dejamos que el pecado caracterice nuestra vida, ocultamos la luz de Cristo. No
podemos ser cristianos, si no deseamos alcanzar la plenitud de la pureza. No
podemos optar por profesar nuestra fe y pecar al mismo tiempo, de la misma
manera que es incompatible el culto a Dios, con el excesivo apego a las riquezas
materiales, dado que las mismas pueden suplir en apariencia nuestra necesidad de
Dios.
Si no vivimos pendientes de satisfacer las necesidades espirituales y materiales
de nuestros prójimos los hombres, también ocultamos la luz de Cristo, quien,
además de predicar el Evangelio, consoló a los afligidos, sanó a los enfermos, y
alimentó a los hambrientos.
Recordemos las siguientes palabras de San Pablo:
"Pues el mismo Dios que dijo: Del seno de las tinieblas brille la luz, la ha hecho
brillar en nuestros corazones, para iluminarnos con el conocimiento de la gloria de
dios que está en la faz de Cristo" (2 COR. 4, 6).
Recordemos que, si alguna vez sentimos que hemos fracasado en nuestros
intentos de ser felices, que lo hemos perdido todo, o que estamos desamparados,
Dios aprovechará tales circunstancias para hacerse amar por nosotros, para que
deseemos vivir en su presencia, y así El pueda concedernos la salvación. Dios
jamás nos considerará inútiles, porque nos ama más de lo que nos amamos
nosotros.
¿Podremos intentar satisfacer la necesidad de encontrarse con Dios que tienen los
que sufren por cualquier causa? Ello será posible para nosotros, si nos dejamos
impulsar por el Espíritu Santo, quien nos ayudará a ser un reflejo del amor y la
sinceridad de Nuestro Santo Padre, hacia ellos. ¿Comprendemos la importancia que
tiene el hecho de que hagamos el bien?
2. Jesús pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Meditación de la segunda lectura de los ciclos A, B y C.
"Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
—«Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la
justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas, anunciando la
paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el
bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él".
Una de las barreras más grandes que impidió la expansión del Cristianismo en el
siglo I de la era actual, fue el conflicto entre judíos y gentiles, ya que los primeros
se creían superiores a los segundos, alegando que Yahveh solo era Dios de ellos.
Muchos judíos que se hicieron cristianos, consideraron un escándalo el hecho de
relacionarse con los paganos. Dios le ordenó a San Pedro que evangelizara al
romano Cornelio y a sus allegados, y, el hombre a quien los católicos consideramos
el primer Papa de nuestra Iglesia, venciendo la resistencia que ello debió suponer
para él, obedeció el mandamiento que recibió.
Quizá existen grupos sociales que marginamos por su pobreza, cultura, raza o
educación. Quizá nos sucede que, al creer que nuestra religión procede del mismo
Dios, marginamos a quienes profesan una fe diferente a la nuestra, incluso aunque
muchos de los tales se denominen cristianos. A pesar de los prejuicios de que nos
servimos para marginarnos unos a otros, Dios nos recuerda que el alcance de su
Palabra es universal, porque El desea que todos seamos sus hijos, porque no
margina a nadie, y acepta a todos los que le aman sinceramente.
En el mundo hay mucha gente que, si tuviera la oportunidad de conocer al Dios
Uno y Trino, abrazaría la fe que profesamos, pero ello no sucede, porque, entre
quienes decimos que somos cristianos, hay muy poca gente dispuesta, a anunciarle
el Evangelio. Recordemos que nuestra búsqueda de dios es totalmente infructífera,
si no tenemos un encuentro con El, y, si queremos encontrarnos con El,
necesitamos a quienes nos den a conocer, tanto su designio, como su Palabra.
Durante los años que he predicado el Evangelio en Internet, he conocido varios
cristianos que se han quejado de que sus hijos, siendo católicos, no profesan su fe.
Es verdad que hay jóvenes que, a pesar de haber recibido una buena instrucción
religiosa, no profesan nuestra fe, pero también es cierto que, algunos padres que
han formado a sus hijos para que se abran camino en este mundo, no los han
instruido a nivel espiritual, pues han supuesto que la formación religiosa
únicamente se adquiere asistiendo a la catequesis de primera Comunión, y a la
Misa dominical, lo cual no es suficiente, para aquellos de quienes se espera, que
inspiren su vida, en la imitación de Cristo.
San Pedro les habló al centurión Cornelio y a sus allegados de la perfecta vida de
Jesús, el siervo de Yahveh; su muerte en la cruz; su resurrección; el cumplimiento
de las profecías en Nuestro Salvador; y la necesidad que tenemos de tener fe en El.
3. El Señor viene con poder.
Meditación de la primera lectura optativa del ciclo C.
"Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres
Lectura del libro de Isaías 40, 1-5. 9-11
«Consolad, consolad a mi pueblo, —dice vuestro Dios—; hablad al corazón de
Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues
de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.» Una voz grita: «En
el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para
nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos —ha hablado la
boca del Señor—.»
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión;
alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas,
di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios.
Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne,
toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres".
Antes de que los hebreos vivieran la experiencia de su cautiverio en Babilonia que
se prolongó durante setenta años, Judea vivió en torno a un siglo de problemas,
causados por el incumplimiento de la voluntad de Yahveh. No olvidemos que las
semillas del consuelo se arraigan con fortaleza divina en los corazones marcados
por el sufrimiento, en que no muere la esperanza en la llegada del día en que Dios
responderá las cuestiones que ignoran y necesitan conocer, para captar el sentido
de su dolor.
Cuando sintamos que el sufrimiento nos embarga el corazón, le pediremos a Dios
que nos consuele. Quizás no escaparemos a la vivencia de los efectos de la
adversidad que tememos, pero no nos encontraremos desamparados cuando
suframos, porque sentiremos la presencia de dios en nuestra angustia. No
olvidemos que el único consuelo de muchos que tienen problemas que no se
pueden resolver, consiste en pensar que algún día vivirán en la presencia de
Nuestro Santo Padre, más allá de sus vicisitudes actuales.
Dios nos consuela haciéndonos sentir su presencia, por medio de su Palabra, y
mediante la predicación de sus evangelizadores. Atendamos a la Palabra de dios
cuando necesitemos ser consolados, y abrámonos a quienes necesitan ser amados
e instruidos en el conocimiento de dios, porque ello les aportará el consuelo que
necesitan.
En la antigüedad, cuando un rey visitaba un territorio, eran eliminados todos los
obstáculos del camino por el que había de pasar, y se extendía una alfombra roja,
para recibirlo. Durante el tiempo de Adviento, quienes hemos meditado la Palabra
de Dios, hemos recordado, cómo debemos actuar, para prepararle el camino al
Señor, mediante una vida de formación religiosa, de puesta en práctica de todo lo
que aprendemos, y de oración constante.
el desierto, -según recordamos durante el tiempo de Cuaresma-, simboliza los
sufrimientos que hemos de vivir, los cuales, nos sirven como pruebas, para que
podamos comprobar, la fortaleza de la fe que nos caracteriza. Recordemos que el
desierto de nuestra vida nos fortalecerá la fe que tenemos en Dios, si lo recorremos
confiados, al cuidado, de Nuestro Buen Pastor.
4. Jesús es la bondad de dios.
Meditación de la segunda lectura optativa del ciclo C.
"Nos ha salvado con el baño del segundo nacimiento
y con la renovación por el Espíritu Santo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito 2, 11-14; 3, 4-7
Querido hermano:
Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres,
enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya
desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que
esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.
Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un
pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.
Mas, cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al
hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según
su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la
renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por
medio de Jesucristo, nuestro Salvador.
Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna".
Nosotros no podemos vivir cumpliendo la voluntad de Nuestro Santo Padre -que
consiste en que alcancemos la plenitud de la felicidad- valiéndonos de nuestros
medios, pero ello es posible para nosotros, según nos abrimos al Espíritu Santo, y
nos dejamos impulsar por el Paráclito.
La Pasión, muerte y Resurrección de Jesús, nos recuerdan que no seremos
controlados por el pecado eternamente, y que no viviremos pagando el precio de
nuestros errores y maldades siempre.
Si nos amoldamos al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre,
porque Jesús hace que ello sea posible, al enviarnos el Espíritu Santo, esperaremos
que acontezca la Parusía de Nuestro Salvador, con el corazón henchido de
esperanza.
No es suficiente para que alcancemos la santidad renunciar a convertir en obras
nuestros malos deseos y a cometer otros pecados, pues necesitamos vivir imitando
la conducta que observó Jesús. Para vencer el pecado, no solo debemos superar
exitosamente las tentaciones que nos inducen a hacer el mal, pues también
debemos vivir para el Señor, pues esa es la única manera que tenemos, de superar
las ocasiones que se nos presentan de hacer el mal, consiguiendo que, con el paso
del tiempo, nuestras tentaciones, cada día, pierdan fuerza, y el mal se desarraigue,
de nuestros corazones.
Aunque Jesús nos redimió por medio de su Pasión, muerte y Resurrección,
debemos reconocer que tal obra no se ha completado plenamente en nosotros,
pues aún somos imperfectos, y no hemos superado plenamente, la triple tentación
de poder, riquezas y prestigio. Según dejamos que el Señor nos purifique y
santifique, no solo somos libres de la sentencia consecuente de nuestra conducta
pecaminosa, pues también se nos libera de la influencia que el mal ejerce sobre
nosotros.
5. La humildad de San Juan Bautista, y el Bautismo de Jesús.
Meditación del Evangelio de los ciclos A, B y C.
"Jesús se bautizó. Mientras oraba, se abrió el cielo
Lectura del santo evangelio según san Lucas 3, 15-16. 21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no
sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
—«Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco
desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.»
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el
cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
—«Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto".
¿Por qué llegaron a pensar muchos judíos que San Juan el Bautista era el Mesías
-o Ungido- por Dios cuya venida esperaban fervientemente? Para responder esta
pregunta, podemos recurrir a los primeros versículos del capítulo tres del tercer
Evangelio, donde descubrimos que Dios no se les manifestó a las principales
autoridades de Roma y Palestina, sino al hijo del sacerdote Zacarías, por causa de
su humildad.
"en el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de
Judea; Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de
Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue
dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto" (LC. 3, 1-2).
La misión del Bautista está profetizada en la profecía de Isaías, y consiste en la
preparación del camino del Mesías, disponiendo a los hombres a acoger su Palabra,
y a recibir el Bautismo que los hacía hijos de Dios, por medio de la recepción de un
bautismo, que los comprometía a renunciar al pecado, y a vivir adaptándose, al
cumplimiento de la voluntad de Yahveh.
"Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión
para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta
Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad
sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo
tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la
salvación de Dios" (LC. 3, 3-6).
San Juan afirmaba que Dios premiaría a quienes se adaptaran al cumplimiento de
sus deseos, y que condenaría a quienes le desobedecieran. Para el Bautista, no
eran hijos de Abraham todos sus hermanos de raza, sino solo aquellos que
cumplían la voluntad de Yahveh.
"Decía, pues, a la gente que acudía para que les bautizara: "Raza de víboras,
¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, frutos dignos de
conversión y no andéis diciendo en vuestro interior: "Tenemos por padre a
Abrahán"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abrahán. Ya
está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será
cortado y arrojado al fuego" (LC. 3, 9-9).
¿Cómo podían los judíos cumplir la voluntad de Dios, expresada en la predicación
del Bautista? San Lucas nos ofrece ejemplos de cómo el último de los Profetas
instaba a sus oyentes a vivir en conformidad con el cumplimiento de la voluntad
divina. Quienes quisieran ser fieles miembros del pueblo de Yahveh, debían ser
solidarios con los pobres, -a quienes debían darles la mitad de su dinero,
pertenencias y alimentos-, debían evitar la comisión de fraudes, y, bajo ningún
concepto, debían aprovecharse de los más débiles y marginados de la sociedad,
para beneficiarse a costa de los tales.
"La gente le preguntaba: "Pues ¿qué debemos hacer?" Y él les respondía: "El que
tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer,
que haga lo mismo." Vinieron también publicanos a bautizarse, que le dijeron:
"Maestro, ¿qué debemos hacer?" Él les dijo: "No exijáis más de lo que os está
fijado." Preguntáronle también unos soldados: "Y nosotros ¿qué debemos hacer?" Él
les dijo: "No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con
vuestra soldada" (LC. 3, 10-14).
Dado que los más marginados de Palestina encontraron consuelo en la
predicación del Bautista, pensaron que el hijo de Isabel era el Mesías esperado. El
Bautista, en vez de aprovecharse de su popularidad para enriquecerse, no dudó en
decir que él no era el Mesías a quien sus oyentes aguardaban, dado que, mientras
él solo los bautizaba con agua, debían esperar a quien estaba en medio de ellos
aunque no lo conocían, porque tenía el poder de bautizarlos con Espíritu Santo y
fuego, Es decir, podía revestirlos con el poder de dios, y purificarlos plenamente de
sus pecados-.
Sería interesante pensar si nos parecemos a San Juan Bautista, en que, la fuerza
de nuestra predicación, y el ejemplo de la vivencia de la profesión de nuestra fe,
hace que, quienes nos conocen, deseen creer en Jesús, y seguirlo.
Imaginemos a Jesús en la cola de los pecadores que eran bautizados por San
Juan, aguardando su turno de recibir el bautismo de dicho profeta. Jesús fue ungido
por el espíritu Santo mientras oraba, después de ser bautizado. De la misma
manera que Nuestro Señor fue visitado por pastores muy pobres en el establo en
que nació, no fue ungido entre los miembros de la realeza como muchos de sus
hermanos esperaban que sucediera, sino entre una multitud de pecadores,
compuesta por pobres, enfermos, publicanos y soldados romanos, para quienes, la
consecución de bienes materiales, no constituía la plena consecución de la felicidad.
El cielo se abrió antes de que el Espíritu Santo descendiera sobre Jesús. Este
hecho es muy significativo. Recordemos que, cuando Adán y Eva fueron expulsados
del paraíso terrenal, les fue impedido por dios, el acceso al mismo. Una de las
razones por las que el Bautista fue considerado por muchos judíos como si hubiera
sido el Mesías, se basó en la creencia de que el cielo llevaba más de cuatro siglos
cerrado, pues ese era el tiempo que hacía, desde que no aparecía en Israel, ningún
gran profeta, que hablara en nombre de Yahveh, y denunciara las injusticias
llevadas a cabo por los poderosos, en contra de los pobres de Yahveh.
el hecho de que el cielo se abrió cuando Jesús estaba en oración, es digno de
tener en cuenta, porque muchas veces, -cuando sufrimos-, queremos que el cielo
se nos abra, para que Dios nos dé a conocer, las respuestas que anhelamos. De la
misma manera que Jesús vivió durante treinta años como cualquiera de sus
hermanos de raza antes de ser ungido como Mesías, antes de conocer el designio
de Dios sobre la humanidad y nosotros, tenemos que estudiar su Palabra, poner en
práctica cuanto aprendemos ejercitando la caridad, y orar mucho.
El Espíritu Santo bajó sobre Jesús adoptando la forma corporal de una paloma,
demostrándole al Mesías, que, Nuestro Santo Padre, estaba de acuerdo con el
cumplimiento de la misión que le encomendó. Ojalá nosotros fuéramos fieles
discípulos del Señor, y tuviéramos la sensación de que Dios se siente feliz al ver
cómo hemos sido inmiscuidos en el cumplimiento de la misión de salvar a la
humanidad.
Nota: He escrito el presente trabajo utilizando textos bíblicos del leccionario
litúrgico y de la biblia de Jerusalén.