Fiesta. El Bautismo del Señor
EL BAUTISMO DEL JORDÁN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Todos vosotros, mis queridos jóvenes lectores, sabéis lo que es una firma y lo que
es la huella dactilar. Si repasáis documentos antiguos, os sorprenderán las
complicadas rúbricas notariales que identificaban y daban fe del documento. Han
aparecido hace unos años los códigos de barras, algunos tenemos nuestro
Documento Nacional de Identidad con un chip que acompañándolo de un número
secreto, nos implica. Se usa desde no hace demasiado tiempo el Código QR.
Seguramente me dejo otras maneras de identificarse, sin tener que llegar al ADN.
Pues bien, en aquellos tiempos, una manera de expresar un íntimo compromiso,
era el dejarse remojar ritualmente. Según quien lo practicara, y en qué momento,
comprometía a una u otra cosa. Pero vaya por delante que el “remojón hundido el
sujeto en el agua” era ceremonia que el pueblo judío utilizaba como signo de
admisión de gentiles, o la comunidad de Quumram para significar los pasos
iniciáticos de sus aspirantes. Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, también lo uso y, en
nuestro lenguaje actual, llamamos bautismo a lo que hacía.
Os he hablado en muchas ocasiones del Bautista, siento por él una inmensa
simpatía, tal vez porque no era un hombre simpático, pero sí integro, coherente y
humilde.
Predicaba, vociferaba con un lenguaje exigente, que era necesario un cambio
radical de dirección, de comportamiento, de actitud interior. Cansada la gente de
tanto embaucador, le escuchaba atentamente. A algunos sus enseñanzas le
llegaban al corazón, se convencía su mente y se decidían a vivir como él explicaba.
Llegaban algunos a abandonar su vida y quedarse con él, formando lo que hoy
llamaríamos una pequeña comunidad. Los más eran transeúntes, que se alejaban
cuando creían conveniente hacerlo. Lo que sí era fundamental para el que se sentía
convencido, era dejarse bautizar públicamente, para expresar su arrepentimiento y
sus mejores deseos de conversión de sus pecados.
Vivían entonces en el desanimo de la dominación del ejercito de la Ciudad de Roma,
de observar disputas entre fariseos y publicanos, enterarse de intrigas palaciegas
en Jerusalén y complots terroristas, principalmente por tierras del norte. Pero en la
conciencia colectiva también latía la esperanza de un Mesías liberador. ¿Cómo
sería? ¿Cuándo aparecería? ¿qué diría?. Era una incógnita. Era una esperanza.
Se les ocurrió, y no iban del todo desencaminados, que Juan pudiera ser el mesías
esperado y se atrevieron a preguntárselo. Con humilde sencillez les confesó que no
lo era, pero que estaba próximo a llegar. Su ritual era de agua, el que practicaría Él
sería de Espíritu y fuego.
Se presentó Jesús un día allí y le escuchó. Pidió ser bautizado. Juan sintió
escrúpulos. Otros evangelistas nos lo explican con más detalle. Como hombre
humilde acepto el misterio y cumplió su deseo.
Tanta humildad de Hijo no podía dejar indiferente a Padre y Espíritu. Reventó el
Cielo y proclamó: es Hijo amado y predilecto. Ocurrió mientras discretamente
oraba.
Que cada uno de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, imagina la escena, la
contemple, trate de aprender las enseñanzas y saque conclusiones.
El lugar del hecho está señalado explícitamente por otro evangelista, está próximo
a la desembocadura del rio en el Mar Muerto. Por el lado occidental he estado unas
cuantas veces y concelebrado la misa en dos ocasiones. Por el oriental, allí donde
precisamente se señala ocurrió el bautismo, una sola una vez. El Rio Jordán se
mueve lentamente, formando meandros. Os he de confesar un detalle nada
ejemplar. Se había convertido actualmente en una inmensa cloaca de tal manera
que estos días, diciembre-Enero-2012-2013, se ha prohibido sumergirse y
pretender bautizarse en este sitio de tan contaminada como está. Por mi parte el
agua que había recogido debía hervirla y filtrarla minuciosamente. La orilla israelí
está bien preparada. Gana seguridad, pero pierde encanto. La rivera oriental, en el
reino de Jordania, todavía conserva vegetación silvestre y grandes rocas agrestes.
Es un paisaje que complementa muy bien la lectura evangélica. Aunque
explícitamente diga el texto que el acontecimiento ocurrió en la Betania
transjordana, en algún momento Juan ejerció su ministerio en otro sitio donde
también el agua era abundante, al abrigo de peligros de la autoridad a la que su
predicación incomodaba. Tal vez fuera en Ein-Fara, no es seguro. Hace años visite
este sitio en dos ocasiones y guardo pocos recuerdos.