SOLEMNIDAD DEL BAUTISMO DEL SEÑOR CICLO C
Is 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hch 10, 34-38; Lc 3, 15-16. 21-22
Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones
acerca de Juan, si no sería él el Cristo, declaró Juan a todos: "Yo os bautizo con
agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera
soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo
y fuego. Todo el pueblo se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en
oración, se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como
una paloma; y vino una voz del cielo: "Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado."
Luego de haber celebrado el nacimiento de Nuestro Salvador, la fiesta de la
Sagrada Familia y la celebración de María Madre de Dios con la cual dimos gracias a
Dios por el año que terminó y por el año que se iniciaba; y la Epifanía o
manifestación del Señor. Hoy día la Iglesia nos concede contemplar en el Bautismo
de Cristo, al Hijo de Dios vivo, nuestro Salvador, donde se manifiesta la identidad
del Mesías. Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: “…El mismo Jesús hace
notar que la pretensión de conocer su origen es inadecuada, y así ofrece una
orientación para saber de dónde viene: no he venido de mí mismo, pero el que me
envió es verdadero, a quien vosotros no conocéis”. (Juan 7,28). En los cuatro
evangelios emerge con claridad la respuesta a la pregunta “de dónde” viene Jesús:
su verdadero origen es el Padre, Dios; Él proviene totalmente de Él, si bien de
manera diversa de los otros profetas o enviados de Dios que lo han precedido…”
(Benedicto XVI, Catequesis ¿De dónde viene Jesús?, 2 de enero de 2013).
Hoy la liturgia nos presenta, a través de este primer domingo del tiempo ordinario,
al Hombre Nuevo, la nueva humanidad, que nace de las aguas del bautismo y que
se inicia en la persona de Cristo; pues como dice el Papa Benedicto XVI: “…Los
Padres de la Iglesia diversas veces hablan de Cristo como del nuevo Adán, para
subrayar el inicio de la nueva creación desde el nacimiento del Hijo de Dios en el
seno de la Virgen María. Esto nos hace reflexionar cómo la fe nos trae una novedad
tan fuerte que produce un segundo nacimiento. De hecho, en el inicio del ser
cristianos está el bautismo que nos hace renacer como hijos de Dios, nos hace
participar a la relación filial que Jesús tiene con el Padre. Y quiero hacer notar cómo
el bautismo se recibe, nosotros decimos: “somos bautizados” -está en pasivo-
porque nadie es capaz de volverse por sí mismo Hijo de Dios. Es un don que es
conferido gratuitamente…” (Ibidem).
Es así, hay una relación directa entre la segunda lectura y el evangelio en cuanto
ambas nos hablan del sentido del bautismo, pues es a través del bautismo, que nos
hemos incorporado al pueblo de Dios, a la vida nueva que Cristo con su muerte de
cruz y su resurrección de entre los muertos, inaugurará para todos los hombres.
En la primera lectura se anuncia a Jerusalén, y a través de ella a toda la
humanidad, el consuelo de que el tiempo de la salvación ha comenzado ya: "...
Mirad, aquí está vuestro Dios...". El Salvador viene en "gloria" y "con fuerza", pues
la obra redentora de Jesús vencerá y dominará toda la historia del mundo; pero por
otra parte viene con la solicitud de un pastor que lleva en brazos a sus corderos y
cuida de las ovejas madres: esta unidad de poder y cuidado amoroso lo muestra
como el Dios encarnado, hecho hombre; sólo Dios es quien reúne estos dos
atributos en una unidad perfecta.
La segunda lectura nos sitúa allí donde se ha realizado la obra salvífica de Jesús:
"...él se entregó por nosotros..."; y donde el bautismo cristiano, el llamado "baño
del segundo nacimiento", nos permite participar en el primer bautismo (de agua) y
en el último bautismo (de sangre) de Jesús. De nuevo aparece el cielo abierto sobre
los cristianos bautizados, y Dios revela todo su amor al hombre. La gracia del Padre
aparece para traernos la salvación a todos los hombres; no en razón de nuestras
obras de justicia, sino en virtud de su inmensa misericordia. El propio Jesús es
llamado "Salvador", y al mismo tiempo "nuestro gran Dios"; y a través del
bautismo se opera la renovación por el Espíritu Santo que es derramado sobre
nosotros por medio de Jesucristo, para nuestra justificación y santificación, que nos
hará dignos de obtener la vida eterna tan ansiada y esperada.
Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: “…si la Navidad y la Epifanía sirven
sobre todo para hacernos capaces de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al
misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, la fiesta del bautismo de Jesús
nos introduce, podríamos decir, en la cotidianeidad de una relación personal con Él.
De hecho, mediante la inmersión en las aguas del Jordán, Jesús se ha unido a
nosotros. El Bautismo es por así decirlo el puente entre Dios y nosotros, el camino
por el que se nos hace accesible; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la
promesa del gran sí a Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo, el signo
que nos indica el camino a recorrer de forma activa y alegre para encontrarlo y
sentirnos amados por él…” (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Bautismo
del Señor, 11 de enero de 2012).
Sobre este acontecimiento del bautismo de Jesús aparece el cielo abierto y Dios se
da a conocer como Trinidad divina: el Padre que envía confirma a "...su Hijo, el
amado, el predilecto...", que obedece libremente por amor la voluntad del único
Dios; el Espíritu Santo aparece en forma de paloma entre el Padre, en el cielo, y el
Hijo que ora en la tierra: transmitiendo al Hijo la voluntad del Padre y llevando al
padre la oración del Hijo.
Luego de haber celebrado las fiestas de la Navidad del Señor y al celebrar hoy su
bautismo, el Señor nos conceda vivir nuestra vida cristiana en la actitud del
Bautista, para que cuando demos testimonio de nuestra vida podamos decir que no
somos nosotros sino es Cristo al que debemos acoger cada día. Nosotros que por el
bautismo hemos sido constituidos como sacerdotes, profetas y reyes de Cristo.
Estamos llamados a ser luz, sal y fermento, unidos a Cristo, nos configuremos con
Él, y digamos como San Pablo: "... no soy yo sino es Cristo que habita en mí...".
Cristo el Señor al entrar en las aguas del Jordán, el hombre se le ha desvelado la
senda, el camino de retorno a la Casa del Padre. El hombre en Cristo recobra su
originalidad cuando ha sido creado a imagen de su Hacedor. Oigamos la voz del
Padre, la Palabra de la Iglesia, acojamos a los sacramentos, para que con la Gracia
de Dios cada día nos configuremos con Cristo.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar