Fiesta. El Bautismo del Señor
Es Jesús el ungido con la fuerza del Espíritu Santo: el Padre le llama Hijo amado, en
quien se complace
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no
sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - “Yo os bautizo con
agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de
sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. En un bautismo
general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el
Espíritu Santo sobre él en forma e paloma, y vino un voz del cielo: - “Tú eres mi
Hijo, el amado, el predilecto” (Lucas 3,15-16.21-22).
1. Bautismo es renacer, la inmersión en el Jordán significa que Jesús asume
nuestras miserias y pecados, y en su suprema solidaridad se ofrece para morir para
que nosotros tengamos vida. La teología lo explicará diciendo con san Pablo que es
un morir nuestro a Cristo al sepultarnos en las aguas, y resucitar con él al salir de ellas
limpios, a una vida nueva. Al entrar en el agua, los bautizados reconocen sus pecados
y tratan de liberarse del peso de sus culpas.
Los cantos litúrgicos del 3 de enero corresponden a los del Miércoles Santo, los
del 4 de enero a los del Jueves Santo, los del 5 de enero a los del Viernes Santo y el
Sábado Santo. La iconografía recoge estos paralelismos. El icono del bautismo de
Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva
oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el inframundo, el
infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a este infierno que le envuelve
por completo, es la representación del descenso al infierno: «Sumergido en el agua,
ha vencido al poderoso» (cf. Lc 11, 22), dice Cirilo de Jerusalén. Juan Crisóstomo
escribe: «La entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y
de la resurrección». Los troparios de la liturgia bizantina añaden otro aspecto simbólico
más: «El Jordán se retiró ante el manto de Elíseo, las aguas se dividieron y se abrió un
camino seco como imagen auténtica del bautismo, por el que avanzamos por el
camino de la vida» (Evdokimov, p. 246).
El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el
que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los
demás es el descenso al «infierno», no sólo como espectador, como ocurre en Dante,
sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos,
abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la
lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y ¡cómo es cierto que todos
somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Para salvarnos de
esas fuerzas oscuras, Jesús asume toda la culpa del mundo sufriéndola hasta el
fondo. Es un «volver» a ser, prepara un nuevo cielo y una nueva tierra. Y el
sacramento del Bautismo aparece así como una participación en la lucha
transformadora del mundo emprendida por Jesús en el cambio de vida que se ha
producido en su descenso y ascenso.
Los cuatro Evangelios indican, aunque de formas diversas, que al salir Jesús
de las aguas el cielo se « rasgó » (Mc), se « abrió » (Mt y Lc), que el espíritu bajó sobre
Él « como una paloma » y que se oyó una voz del cielo que, según Marcos y Lucas, se
dirige a Jesús: « Tú eres ...», y según Mateo, dijo de él: « Éste es mi hijo, el amado, mi
predilecto » (3, 17). La imagen de la paloma puede recordar al Espíritu que aleteaba
sobre las aguas del que habla el relato de la creación (cf. Gn 1, 2); mediante la
partícula «como» (como una paloma) ésta funciona como «imagen de lo que en
sustancia no se puede describir» (Gnilka). Por lo que se refiere a la «voz», la
volveremos a encontrar con ocasión de la transfiguración de Jesús, cuando se añade
sin embargo el imperativo: « Escuchadle ».
Nosotros sumergidos en Cristo por el bautismo podemos salir del aguar
resucitados como Él, por la cruz llegamos a la vida nueva. Es el mensaje del agua del
Jordán, que se expande, como una ola inmensa, por toda la tierra durante los siglos
sin fin, a lo largo de la historia. Es como una aspersión cósmica, aquel bautismo tiene
una simbología profunda, que la Iglesia también relaciona con las bodas de Caná, y
que hemos ya comentado y volveremos sobre ello: las cosas humanas, que podemos
ofrecer (los frutos de la naturaleza, como es el agua) se convierten en divinas (el vino)
no sólo naturales, sino realmente sobrenaturales, además de místicas: el Cuerpo de
Cristo, y nuestra participación en él, nuestra transformación en él, la salvación.
Sigue el Papa: “Aquí deseo s￳lo subrayar brevemente tres aspectos. En primer
lugar, la imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión
con la voluntad del Padre, la «toda justicia» que cumple, abre el cielo, que por su
propia esencia es precisamente allí donde se cumple la voluntad de Dios. A ello se
añade la proclamación por parte de Dios, el Padre, de la misión de Cristo, pero que no
supone un hacer, sino su ser: Él es el Hijo predilecto, sobre el cual descansa el
beneplácito de Dios. Finalmente, quisiera señalar que aquí encontramos, junto con el
Hijo, también al Padre y al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios trino, que
naturalmente sólo se puede manifestar en profundidad en el transcurso del camino
completo de Jesús. En este sentido, se perfila un arco que enlaza este comienzo del
camino de Jesús con las palabras con las que el Resucitado enviará a sus discípulos a
recorrer el «mundo»: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El bautismo que desde
entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el
ingreso en la realidad que El ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser
cristiano”.
Es « el Hijo predilecto », que si por un lado es totalmente Otro, precisamente
por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, «más interior en cada uno de
nosotros que lo más íntimo nuestro» (San Agustín)”. Efectivamente, la Unci￳n de hoy
es Trinitaria, y esto afectará a la conciencia humana de Jesús, pero sabemos que es
un misterio cómo Jesús participa según los momentos de su Yo único, divino, que
conoce desde el principio (como se ve en la escena del Niño perdido en el Templo).
Acaba el tiempo de Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en
estos días y ha sembrado en nuestros corazones la filiación divina, y con ella la luz y
fuerza (luz para la inteligencia, fuerza para la voluntad) salvadoras que nos encaminan
hacia el Reino del Cielo. San León Magno dirá que «la providencia y misericordia de
Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se
hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». Es el tiempo
favorable, el día de la salvaci￳n. El día que podemos oír la voz: “—Tú eres mi Hijo, el
amado, en ti me he complacido”. Palabras dirigidas a Cristo, y por la piedad somos
Cristo y el Padre nos las dirige a nosotros. Esa manifestación de la Trinidad –
"Teofanía"– al comienzo de la vida pública de Jesucristo, abre plenamente el
Evangelio. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se manifiestan. El modo en que la
filiación de Cristo y nuestra filiación en Cristo es distinta lo señalará con muchos
matices el Señor, como cuando le dijo a María Magdalena en su Resurrección: «Subo
a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios». Le indica la comunión y al
mismo tiempo que Él tiene una comunión con el Padre especial. La Virgen María tuvo
también en la tierra una especial relación con la Trinidad, y la tiene en el Cielo como
hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo.
Señor, te pedimos que sepamos ir actualizando cada día nuestro Bautismo,
como los programas del ordenador, que se van adquiriendo actualizaciones a diario,
directamente se descargan de la red, automáticamente: así con nuestros actos de
contrición y de amor renovado. Pienso que este Sacramento tiene –como se decía ya
en los comienzos- una actualización especial con el Sacramento de la Reconciliación,
la confesi￳n que es la actualizaci￳n del bautismo; la palabra “actualizar” es mejor que
“un segundo bautismo” porque es siempre un bautismo renovado, pero el mismo,
profundizar en sus raíces que hemos repasado: de vida nueva de hijos de Dios, y
también de relación trinitaria. Encomendémonos a su cuidado maternal (a la Blanca
Paloma, la Esposa de la Paloma-Espíritu Santo), para que nos consiga la gracia de
vivir también en un trato continuo y feliz con la Trinidad, como hijos de Dios Padre, en
Cristo, por el Espíritu Santo.
2. Isaías cuenta que Dios habla de un “siervo”, el elegido, el preferido, que no
tendrá miedo para hacer justicia, el guía, el nuevo Moisés para llevar al nuevo pueblo,
con más poder que todos los héroes que hemos nunca soñado, " luz de las naciones "
con misión universal, el gran libertador, personaje misterioso que se revela en Jesús.
Señor, sé que tú eres creador de cielos y tierra, Redentor, sacerdote y Amigo,
del que habla el profeta que nos salvas, creo en ti y quiero pedirte con la oración
colecta de la misa de hoy: «Dios todopoderoso y eterno (...), concede a tus hijos
adoptivos, nacidos del agua y del Espíritu Santo, llevar siempre una vida que te sea
grata»: que me enseñes a estar siempre contigo, a no dejarte. Que sepa decir a Dios
que sí, como tu madre, como tú. Miraré a la Virgen a los ojos, en su cuadro o imagen,
y le diré: Mamá, Madre, Madre mía Inmaculada, o Ave María, Purísima, sin pecado
concebida, que no me separe de Jesús ni de ti. Todo tuyo soy María y mis cosas
tuyas son; Tú, mi Madre. Tú, mi Reina, mi ideal de petición. Todo tuyo soy, María, por
amor a Ti me doy, para ser esclavo tuyo, y por Ti serlo de Dios.
El Salmo nos habla de tormentas, pero Dios nos dice que no tengamos miedo,
que quiere mucho a las aves del cielo y a nosotros más. Que miremos las flores del
campo y los pájaros que no necesitan hacerse vestidos, y Dios los viste de colores tan
preciosos que ni un rey o una reina pueden vestirse así. Pues a nosotros nos quiere y
nos cuida mucho más. ¿Sabéis por qué? Por nosotros somos hijos suyos. Dios nos ha
dado la vida y nos ha hecho así, como somos: con ojos que pueden ver, una lengua
que puede hablar, manos que pueden coger las cosas, pies que pueden andar; y, por
dentro, algo maravilloso, que nos hace parecidos a Dios, con la que podemos pensar,
rezar, y querer a Dios y a nuestros padres o hijos, hermanos y amigos... ¿y es?... El
espíritu de hijos de Dios. Dios nos quiere más que a todas las criaturas de la tierra,
porque somos hijos suyos. Por todo debemos darle gracias, y para parecernos a Él
como hijos suyos, debemos ser también muy generosos.
Gracias, muchas gracias, Jesús. Porque me has dado la vida y me has hecho
hijo de Dios. En la Misa podemos “meternos” en la vida de Jesús… Por las aves del
cielo, los peces del mar y los animales todos de la tierra. Por las flores y frutos y todos
los árboles que adornan la tierra. Por el sol que ilumina los días y la luna y estrellas
que lucen en la noche. Por el agua llovida del cielo, por las fuentes, los ríos y el
inmenso mar. Por los padres y hermanos que me has dado, por los amigos... ¿Tú
sabes ya dar o prestar alguna cosa a tus amigos?
Me contaban de Juan, un niño de 10 años en su primer día en un colegio
extranjero, en Israel. Juan no entendía casi nada, con el miedo de lo desconocido. Se
le acerca un niño, Jerôme, americano-israelí, judío, le mira a los ojos, sonriente, y le
dice: “¿vienes a jugar conmigo al patio?”… Juan no se animó, era demasiado pronto,
y se disculpó como pudo. Sin asomo de malestar, y con una sonrisa aún más amplia,
el niño dijo: “Ah, no pasa nada, ya jugaremos juntos en otra ocasión ”. Son esas
personas que como ángeles están a nuestro lado, que nos dan fuerzas para caminar…
¿Y cuando el cielo se oscurece? A veces las fuerzas del mal parecen
hacerme da￱o… pues entonces iré a ti Jesús, a protegerme en tu corazón para que
los rayos malos no me hagan daño, para no tener miedo de la oscuridad. Porque Tú
Jesús eres el Señor de la tempestad, tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el
cielo azul. Contigo estoy seguro. Quiero verte también en las dificultades y problemas,
en las cosas que salen mal, en los modos de ser de los demás cuando me parecen
pesados, y me gustaría incluso que alguien no existiera o se fuera o se pusiera
enfermo o le pasara algo… quiero verte así como te veo en la alegre luz del sol.
3. Los Hechos nos recuerdan que Jesús fue “ ungido ” (tocado, señalado,
escogido) por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que “ pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él ”. Pedro se
encuentra en casa de Cornelio, extranjero y descubre que no debe distinguir ya entre
inmigrantes y judíos, entre gente de razas y ricos y pobres: todos somos hijos de Dios.
Como los reyes magos representan las razas de la tierra, ahora vemos que el
bautismo es para blancos, amarillos, negros… todos somos hermanos, hijos de Dios.
Nadie es más que otro, nadie es menos que otro. Es igual que sea moro o español,
indio o asiático. Cristo es de todos. Todos los hombres son iguales ante la salvación
de Dios. Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las
Escrituras, que Dios no hace distinciones y que el Evangelio no puede detenerse ante
las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. Que así sea. Amén.
Llucià Pou Sabaté