Fiesta. El Bautismo del Señor, Ciclo C
Mario Yépez, C.M.
No somos dignos de desatar la correa de su sandalia
Los textos del Antiguo Testamento, en muchas ocasiones, reflejan una gran
preocupación: cómo intentar acercar a Dios a esta humanidad pecadora. La teología
de la santidad defendía la radicalidad de la pureza inconmensurable de Dios por lo
que la “mediación” resultaba ser un camino obligado para buscar un acercamiento
factible hacia el hombre. La ley se convirtió en un medio eficaz junto al culto para
logar este acercamiento; pero quizá algo que no hemos considerado como una vía
muchas veces utilizada por Dios para acercarse y manifestarse a la humanidad ha
sido la propia humanidad.
Dios elige lo que el mundo no acepta. Dios busca sus intermediarios, los faculta
para ser signos de salvación y así puedan reconocer los hombres que en la
pequeñez de la criatura se manifiesta la grandeza del Creador. Los patriarcas, los
profetas, los hombres de Dios; son reflejo de ese interés vivo de parte de Dios de
no abandonar a sus hijos, a su pueblo. El “siervo de Dios” del profeta Isaías,
también se convierte en un signo de mediación en un momento de desesperanza
para el pueblo de Israel. Pero nadie podía imaginarse que aquel pobre siervo,
golpeado, magullado, marginado, podía ser signo de la fuerza de Dios, de la
esperanza, de la posibilidad de instaurar un tiempo de paz y de justicia no solo para
Israel sino para todas las naciones; un signo para una “nueva alianza” donde se
pueda borra cuentas pasadas y ofrecer una nueva oportunidad para la humanidad
que siendo pecadora, es llamada a vivir la santidad que procede de su Creador.
En la segunda lectura, Lucas en los Hechos de los apóstoles introduce este discurso
en boca de Pedro en el contexto de la visita a la casa de Cornelio, el pagano que
abrió sus puertas no sólo a la presencia del apóstol sino al mensaje cristiano. La
Iglesia va comprendiendo que la Buena Noticia tiene una amplitud sin límites y
Pedro va entendiendo la voluntad salvífica de Dios en Jesucristo su enviado y la
responsabilidad que se le abre con esta visita. No hay reservas para el anuncio del
evangelio que es Cristo, aquel que ha sido constituido “Ungido” con absoluta
legitimidad, y se remite al movimiento bautista de Juan como inicio de una
experiencia maravillosa que no puede ser detenida, porque está en juego la
salvación y el reconocimiento de la manifestación de Dios para todos los hombres.
La fuerza del evangelio rompe prejuicios y exclusividades y de esto tiene que ir
tomando conciencia la Iglesia en sus inicios. La obra salvífica continúa en la Iglesia
con la presencia de Cristo como Cabeza y el Espíritu Santo que sigue impulsando a
que se pueda seguir escuchando buenas noticias para los hombres de todos los
pueblos de la tierra.
En el evangelio, Lucas refleja la expectativa del pueblo por la venida de “Cristo”, el
“Ungido”, para confirmar que Dios una vez más ha entrado en la historia para
ofrecer su salvación, pero una definitiva. Juan es un personaje llamativo, siendo
presentado en Lucas como un auténtico evangelizador. Juan para Lucas es el
testimonio de quien se abre a la Buena Noticia que es Cristo. Por eso, tiene que
dejar el espacio requerido a quien “es más fuerte” pues éste es capaz de bautizar
no solo con agua sino “con Espíritu Santo y fuego”. Jesús pasa a ser el centro de la
acción salvífica de Dios, pero es presentado como uno más del pueblo. Para Lucas
el bautismo de Jesús es una experiencia particular y misteriosa. Jesús es el
mediador por excelencia y de esto se tiene que estar convencido. Es curioso, que
en todo este pasaje, lo que se resalta
por excelencia, no es tanto el bautismo en sí sino la voz que acontece: “Tú eres mi
Hijo, el amado, en ti me complazco”.
Hoy el mundo sigue buscando mediadores de salvación, hoy los hombres siguen
ensombrecidos por las tinieblas del error; y en medio de esta realidad necesitamos
discernir dos cosas fundamentales: en primer lugar, no olvidemos que el único
Mediador (con mayúscula) es Cristo, el Hijo, el amado, el Ungido por excelencia, y
en segundo lugar, Dios sigue favoreciendo su presencia a través de sus
mediaciones humanas (con minúscula) pero que muchas veces olvidan este
carácter peculiar y caen en la tentación de querer ofrecer una “salvación temporal”
(falsas esperanzas) confundiéndose a sí mismo y confundiendo a los demás.
Oremos para que la evangelización siempre tenga a Cristo como el centro. Demos
gracias a Dios porque sigue suscitando su fuerza de salvación en nobles corazones
llamados a la misión. Si Dios nos permite ser mediadores de su gracia y su verdad,
hagámoslo con humildad y sencillez, y de esto aprendamos de Juan que sabe
reconocer que “viene el que es más fuerte” y “de quien no somos dignos” de
ponernos nunca a su nivel. Por eso Dios sigue revelándose en quienes para este
mundo no cuenta, porque justamente en esas mediaciones se revela la grandeza
del amor de Dios a la humanidad. Y dejémonos sorprender, porque muchas veces
caemos en los prejuicios que no nos permiten reconocer las mediaciones
insospechadas de Dios. Que resuene por ello en nuestro corazón, en nuestros
templos, en nuestras comunidades un solo grito: ¡Gloria!.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)