I Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo C (Año Impar)
Sabado
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Hb. 4,12-16: Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia.
b.- Mc. 2, 13-17: No he venido a llamar justos sino pecadores.
Este relato evangélico deja en claro la actitud básica de Jesús respecto de los
pecadores: ha sido enviado precisamente a los pecadores, sobre los cuales el
Padre quien volcar su misericordia. Hay que destacar también que esta actitud
Jesús la lleva adelante independientemente de la opinión de los hombres, en este
caso concreto, de los escribas y fariseos (v.16). Es precisamente en casa de Leví,
un pecador público, un recaudador, también llamado Mateo (Mt. 9, 9). Todos estos
tenían fama de ladrones e impuros en relación a la Ley, debían ser tratados como
paganos pues no conocían o no vivían de acuerdo a ella (cfr. Lc. 19, 1-10; Lc.
19,8), el pueblo los odiaba. Jesús pasa por sobre todas esas opiniones y llama a
Leví a su seguimiento, y éste renunciando a todo va tras sus huellas. Es la
confianza divina que llama a los pecadores. El banquete se celebra en casa del
propio Leví, Jesús se sienta con publicanos y pecadores, gesto contrario a la Ley,
pues se contaminaba al tener contacto con ellos, sostenían los doctores y fariseos.
Jesús que los oye hablar así les enseña: “No necesita médico los sanos, sino los
enfermos; no he venido a llamar a justos son a pecadores” (v.17). Deja entrever
claramente el cometido de su venida: llamar a los pecadores, y no a los justos.
Todo esto nos lleva al misterio de la voluntad divina respecto a los pecadores:
Jesús está muy unido a Dios, conoce el querer divino, pero también conoce la
fragilidad humana frente al pecado, por eso come con ellos. Es precisamente en un
festín, en ese ambiente fraterno y de alegría, donde manifiesta su voluntad y razón
de su venida y estadía entre ellos.
En ese banquete, Jesús, no sólo expresa su voluntad, sino que también es
manifestación de su humanidad. Comparte la alegría, la comida y la bebida, habla
con todos; no busca un encuentro exclusivo, no hace separación entre justos y
pecadores. También los pecadores dejan espacio para acoger la llamada de Dios,
precisamente porque conocido el desconsuelo y tristeza lejos de Dios, están mejor
capacitados para una mayor recepción del amor a Dios, que aquellos que se
consideran puros y santos porque observan perfectamente la ley de Moisés. Jesús
ama a los pecadores con amor humano y divino, no condena a los justos, porque
no necesitan de ÉL como los enfermos y pobres, lo que la sociedad considera
pecadores. Sin embargo, Jesús viene por todos, como también exige a todos la
conversión (Mc. 1, 15). Sólo quien asume su condición pecadora y se humilla ante
Dios Padre, conocerá el amor salvador y misericordioso en su vida. Esos
comensales del banquete, en especial, los publicanos y pecadores, representan a
todos los que siguen a Jesús y que en la Eucaristía se sientan a su mesa para
escuchar su palabra y compartir el pan de la vida cada domingo.
Santa Teresa ora por los pecadores, porque de ellos salió, guiada por la
misericordia de Jesús salvador. “¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío,
que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a
quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor
mío, que venís a buscar los pecadores; éstos, Señor, son los verdaderos pecadores.
No miréis nuestra ceguedad, mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro
Hijo por nosotros. Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad,
Señor, que somos hechura vuestra. Válganos vuestra bondad y misericordia.” (Excl.
8,3).