Ciclo C: II Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes
Irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la
salvación (Lc. 1, 76-77)
Como Jesús, el evangelista san Marcos se enfocó en el reino de Dios. Tal como se
entendía en aquellos tiempos, dicho reino se refería a la manifestación definitiva en
el fin del tiempo de la soberanía de Dios acatada por toda la creación.
El reino de Dios se comprende, según el evangelio de san Marcos, por aqellos que
fijan la mirada en Jesús, el sanador, el maestro, el crucificado-resucitado. La buena
noticia, pues, de la cercanía inminente del reino es más que sobre Jesús;
es de Jesús, es Jesús mismo. Por eso, no se trata tanto de oír o leer una narración
que se pasa de una generación a otra como de encontrarle personalmente a Jesús.
Los cristianos creemos sus enseñanzas, pero sobretodo, creemos en él.
San Vicente de Paúl llegó a comprender este mensaje fundamental de san Marcos.
Lo hizo, concedido, después de haber pasado sus primeros diez años de presbítero
en busca de «un honesto retiro» que le permitiera emplear el resto de sus días
junto a su madre (I, 88-89). Como la mayoría de los contemporáneos de Jesús a
quienes se les debía ocultar el secreto mesiánico porque no podían fuera del molde
tradicional, pensando en nada más que un mesías guerrero y político, Mosén
Vicente quizás confundía durante diez años el ministerio con un «decoroso beneficio
en Francia» (I, 86). Pero una vez convertido y enterado ya de la verdadera
identidad del Mesías, san Vicente se enfocó por completo en él.
El santo fijó la mirada en Jesús y lo tomó por guía e iniciador, y por regla de la
Misión (XI, 429, 468). Centrado en Jesucristo, pudo aconsejar con toda
naturalidad: «Acuérdese, Padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte de
Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que
nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para
morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo» (I, 320).
Así de revestido de Jesucristo se manifestó san Vicente, después de haberse
vaciado de sí mismo (cf. XI, 236)—de sus «deseos y ambiciones de rentas,
ascensos y seguridades», por usar una vez más una frase del Padre Jaime Corera.
Habiéndose considerado como el más pobre de todos, no pudo menos que dar
acogida alegre a la buena noticia del reino de Dios y anunciar la misma a los demás
pobres.
Y así de consolados por el Evangelio de Jesucrito, el Hijo de Dios, y así de
consoladores debemos ser los que nos consideramos miembros de la familia
vicenciana. Los pobres prepararemos el camino del Señor por medio de asistir a los
demás pobres y hacer que se les asista de todas las maneras, evangelizándoles,
cuidándolos, remediando sus necesidades espirituales y temporales (XI, 393).
Pero, por supuesto, no vamos a dejar de hacer para con los pobres más de lo que
otras tantas personas hacen (IX, 917). No queremos que los pobres se
decepcionen al darse cuenta quizás de que el consuelo o la liberación que se les
acaba de dar no corresponde a la promesa de salvación que el Señor, según
nuestra fe, no tarda en cumplir. No se debe permitir que establecimientos
humanos, por cristianos que los consideremos, velen, en lugar de revelar, el
genuino rostro del reino de Dios.
De verdad, a ningún pobre le bastará con buscar la comida que tarde o temprano
se echa a perder (Jn. 6, 27).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)