FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (C)
Homilía del P. Hilari Raguer, monje de Montserrat
13 de enero de 2013
Lc 3, 15-16. 21-22
La solemnidad del bautismo de Jesús es la fiesta de nuestro bautismo. Él se hizo
bautizar por Juan, no porque necesitara santificarse, sino para santificar las aguas de
nuestro bautismo.
En el Museo Bíblico de Montserrat se puede ver en una vitrina una colección de sellos
cilíndricos babilónicos. Son unos pequeños cilindros de piedra o de hueso, que se
hacían rodar sobre una mesita de barro y así marcaban la huella del sello. Era como la
firma al pie de un documento. Todos tienen un agujero longitudinal, porque se llevaban
colgados del cuello con una cadenita o cordón. Por eso el Cantar de los Cantares 8,6
dice. "Ponme como un sello sobre tu corazón". Era como llevar la tarjeta de crédito.
Nosotros somos sólo barro, pero como decía San Pablo a los corintios (2Cor 1,22),
Cristo "nos ha marcado con su sello", y a los efesios (1,13): "creyendo en él, habéis
sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido", y así el barro humano se ha
convertido en divino.
Bautizarse significa, literalmente, sumergirse en el agua. La limpieza física es símbolo
de purificación espiritual, y por eso varias religiones habían adoptado este rito. En
tiempos de Jesús lo hacían algunos grupos religiosos judíos, como el de Juan el
Bautista. Pero en el bautismo instituido por Jesús, al simbolismo de la purificación se
le añade el de su muerte y resurrección. Sumergirse por completo en el agua es como
morir, y salir es como resucitar. Decía San Pablo a los colosenses 2,12: "Por el
bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él". Y a los gálatas
3,27: "Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo". Y aún
a los romanos: "Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo
mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en una vida nueva" (Rom 6, 4).
En la Vigilia Pascual el celebrante escenifica el bautismo de Jesús cuando introduce el
cirio pascual en la pila bautismal y luego lo saca, diciendo: "Te pedimos, Señor, que el
poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente, para que
los sepultados con Cristo en su muerte, por el Bautismo, resuciten con él a la vida".
El bautismo se celebraba primitivamente sumergiéndose por completo en la pila
bautismal, y en algunas Iglesias todavía se hace así. Por razones prácticas bien
comprensibles, nosotros lo hemos reducido a un chorrito de agua derramada sobre la
cabeza del niño. Aquellos grandes misioneros, como San Francisco Javier o San
Pedro Claver, que bautizaban multitudes de indígenas, lo hacían simplemente
salpicando los mismos, por aspersión, tal como hemos hecho al comenzar esta misa.
Pero el sentido de esta aspersión es igualmente el de sumergirnos del todo en el
misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo.
No es que con la aspersión de hoy nos bautizamos de nuevo. Otros sacramentos,
como la eucaristía o la penitencia, los podemos repetir, pero el bautismo no se puede
reiterar, porque no se borra. La Iglesia, misericordiosamente, puede dispensar los
compromisos sacerdotales o religiosas, pero ni el Papa puede dispensar de las
renuncias y las promesas del bautismo. Las podemos cumplir, o podemos ser infieles,
pero nos marcan para siempre. Con esta aspersión las renovamos. Expresamos que
ahora asumimos personalmente lo que nuestros padres y abuelos prometieron por
nosotros cuando éramos niños, y pedimos que aquel bautismo dé ahora todos los
frutos de una vida en Cristo que aún no le hemos dejado dar. Porque el bautismo no
actúa mágicamente, sino que es el sacramento de la fe, y una fe que es compromiso.
En el mismo Museo Bíblico de Montserrat hay también un recipiente con granos de
trigo encontrados en las pirámides de Egipto. Forman parte de las ofrendas que
depositaban con las momias, para que fueran útiles a los difuntos en el otro mundo.
Dicen que algunos de estos granos de trigo de las pirámides, conservados miles de
años en el ambiente absolutamente seco del desierto, puestos ahora en tierra húmeda
han germinado. Los de nuestro Museo, lo probaron y no germinaron, se ve que habían
pasado demasiado tiempo a la intemperie. Pero la semilla de nuestro bautismo, por
años que haya pasado al aire libre, siempre tiene el poder de hacernos dar frutos
abundantes de vida cristiana.