SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
6 de enero de 2013
Is 60, 1-6; Ef 3, 2-3.5-6; Mt 2, 1-12
Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora , lo hemos
escuchado, hermanos y hermanas, en la primera lectura. El profeta se refería con
estas palabras a la ciudad de Jerusalén que acababa de ser restaurada. La veía
iluminada por Dios y convertida en luz , no sólo para Israel, sino también para el mundo
entero, para todos los pueblos y para sus dirigentes. Con estas palabras, el profeta
reflejaba lo que ocurriría en el futuro: mientras la oscuridad envuelve a las naciones ,
amanecerá el Señor y mucha gente de todos los pueblos acude a él para acoger en la
fe la gloria divina que resplandece en Cristo (cf . Col 2, 9).
La tradición cristiana ve el inicio del cumplimiento de esta profecía sobre los pueblos
que peregrinan allí donde brilla la luz de Dios, en el evangelio que acabamos de
escuchar, en la adoración de los magos procedentes de las tierras lejanas de Oriente
que descubrieron la claridad esplendente de Aquel que es la Luz de las naciones,
Jesucristo. Para los magos , Jerusalén les es un punto importante en la búsqueda
porque les indica el lugar donde brilla la auténtica luz . Pero deben ir más allá, a Belén.
Allí descubren la luz en el niño Jesús, el rey de los judíos -el Mesías- que acaba de
nacer . Efectivamente, tal como decía la carta de San Pablo a los Efesios: también los
gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en
Jesucristo . Es decir, todos los pueblos son admitidos a entrar en la alianza que Dios
había iniciado con el pueblo de Israel, una alianza que tenía como centro a la ciudad
de Jerusalén . Pero en adelante, esta alianza tendrá como centro a la persona de
Jesucristo . Los magos constituyen la primicia de los pueblos no judíos que descubren
la luz en Jesucristo. Por eso, como decía, la tradición cristiana ve en el episodio de la
adoración de los magos el inicio del cumplimiento de la profecía de Isaías. Los magos
son la primicia, pero, tras ellos, miles y miles de hombres y mujeres de todas las razas
y de todos los pueblos de la tierra han descubierto la luz en la persona de Jesús y en
su Evangelio. Entre estos, estamos nosotros que por la fe y el bautismo nos hemos
convertido hermanos de Jesucristo, hijos de la nueva Jerusalén , la del cielo (cf. Gal 4,
26), por lo que nos sentimos dichosos, porque, en Cristo el hijo de María, hemos
encontrado la luz y como los magos le hemos prestado el homenaje de nuestra fe y le
hemos ofrecido como presente toda nuestra vida.
La liturgia de la Epifanía, como veis, da una importancia particular al tema de la luz ,
porque es la manifestación de Aquel que, como dice el evangelio de san Juan, es la
luz verdadera que viene la mundo para iluminar a toda la humanidad (cf. Jn 1, 9).
Pero, ¿qué queremos decir cuando hablamos de Cristo como portador de la luz que
disipa las tinieblas que cubren la tierra ? ¿En qué consiste esa luz ? La luz es, en la
visión de los profetas y los evangelistas, un reflejo de la verdad y de la gloria de Dios
que los creyentes descubren por la fe y que les lleva a descubrir la Palabra de Dios.
Una Palabra que habla del amor divino con que somos amados y de cómo hemos de
amar según la medida cristiana; una Palabra que es luz para nuestros pasos de cada
día (cf. Sal 118, 105), porque nos ayuda a ver lo que es bueno y lo que no es
conforme a la dignidad de la persona humana ni ayuda a avanzar hacia la felicidad
plena. La luz que refleja la Palabra de Dios nos muestra, además, cuál es el sentido de
nuestra existencia sobre la tierra y cuál es la vocación eterna que nos ha sido dada.
Por eso los que hemos descubierto la luz de Jesucristo debemos luchar contra todo lo
que es tiniebla en el mundo. Tiniebla entendida como el ámbito de la falta de amor,
como el ámbito del mal, de la corrupción, de la muerte.
Esta tiniebla se encuentra también en nuestro corazón, en todo lo que podamos tener
de egoísmo, de desamor, de falta de generosidad con Dios, en todo lo que podamos
hacer daño. Debemos trabajar espiritualmente para que la lu z que por la fe habita en
nuestro interior vaya ahogando las zonas de tinieblas que pueda haber (cf. Jn 1, 4-5).
Así podremos experimentar una alegría tan grande como la de los magos cuando se
encontraron con Jesús.
Aún ahora las palabras del profeta Isaías que hemos escuchado reflejan la realidad de
nuestro mundo: las tinieblas cubren muchas realidades de la tierra y la oscuridad
cubre muchas situaciones humanas. Sólo hay que pensar en tantas estructuras de
poder que hacen sufrir a los inocentes, que no respetan los derechos de las personas
y de los pueblos, que provocan la injusticia, las discriminaciones, la tortura, la muerte.
Sólo hay que pensar también en la falta de ética que lleva a la mentira, a la corrupción
y a la falta de responsabilidad, hasta el punto que podemos constatar que hay
corruptos que no se avergüenzan de nada de lo que han hecho. La tiniebla y la
oscuridad que planean sobre nuestro mundo han generado un capitalismo inhumano,
desbocado, a menudo sin rostro, que provoca una desigualdad social creciente, con el
aumento de la pobreza y la marginación, que ponen en peligro la cohesión social.
Frente a estas tinieblas y la falta de esperanza que hay en tanta gente, los creyentes
tenemos que poner la luz y la alegría que vienen del encuentro con Jesucristo y de su
Evangélico y la solidaridad en el compartir. Debemos hacerlo sin miedo y sin
complejos para ayudar a los demás a encontrar la verdad de Jesucristo y para ayudar
a transformar todas las situaciones negativas que agobian al ser humano
contemporáneo, y contribuir así a disipar todas las tinieblas que aún cubren la tierra .
Tomando por modelo a los magos , tal como los presenta el evangelio de hoy, nos
debemos dejar interpelar por la realidad que nos rodea, debemos iluminarla con la
Palabra de la Sagrada Escritura que nos llevará hasta a Jesús y su Evangelio. En él,
encontraremos la revelación de Dios y inseparablemente unida la revelación de la
dignidad del ser humano, y aún una guía de humanismo para la vida familiar, para
gestionar la convivencia social, la economía y la actividad empresarial.
Encontrar a Jesús, el Mesías, es encontrar el camino de la alegría interior y de la paz
que se deriva. Una alegría similar a la de los magos al ver la estrella que indicaba el
lugar de la presencia del Niño-Rey que buscaban. De hecho, todo el Evangelio tiene
como hilo conductor un mensaje gozoso, desde la alegría que envuelve la anunciación
a María, la Navidad y la Epifanía, hasta Pascua y el don del Espíritu. Es una alegría
fundamentada en el amor de Dios por la humanidad que tiene su culmen en el don
total de Jesucristo en la cruz para hacer de su muerte el triunfo radical sobre las
tinieblas del mundo. Este mensaje gozoso que culmina en la Pascua nos ha sido
recordado en el anuncio de las fiestas que acabamos de escuchar. A nosotros toca
vivirlo guiados por la fuerza del Espíritu que nos hace portadores de la luz de Cristo
para iluminar todas las zonas de oscuridad de nuestro mundo, para luchar contra todo
lo que aún queda de tiniebla con la gracia que nos viene de Jesucristo en la
celebración renovada de su Pascua que es la Eucaristía.