SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR - MISA DE MEDIANOCHE
Homilía del P. Josep M. Soler, abad de Montserrat
25 de diciembre de 2012
Is 9, 1-6; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14
Queridos hermanos y hermanas:
Esta noche santa nos permite adentrarnos en el misterio de nuestro Dios hecho
hombre. Lo hacemos con admiración, con respeto, con alegría, con estupor contenido
porque sabemos que todo es grandeza de amor, que todo está a nuestro favor, a favor
de la humanidad, sin excluir a nadie.
Nuestra vigilia de alabanza y de meditación de la Palabra de Dios nos ayuda a tomar
conciencia una vez más del misterio de Navidad. De tomar conciencia, por tanto, de la
doble generación del Hijo de Dios: "Dios de Dios" y hombre nacido de la virgen María
(cf. credo). La oración de los salmos, iluminada por la revelación evangélica, nos ha
recordado el origen eterno del Niño que acogen Santa María y su esposo San José y
que es anunciado a los pastores. Los salmos que hemos orado nos recordaban que en
el principio ya existía la Palabra (cf. Jn 1, 1), que antes del tiempo y desde toda la
eternidad Dios Padre engendró al Hijo, igual a él. Hemos cantado el Señor me ha
dicho: Tú eres mi hijo: Yo te he engendrado hoy (Sal 2, 7); esta frase, rezada en el
seno de la revelación bíblica, nos remite al núcleo de la fe cristiana sobre la persona
divina de Jesucristo, "nacido del Padre -de la misma naturaleza divina que él- antes de
todos los siglos", tal como profesamos en el Credo. Es una realidad que supera
nuestra concepción limitada al espacio y al tiempo, pero la confesamos con fe,
particularmente ante el misterio del Niño hijo de María. Esta palabra del Padre dirigida
al Hijo desde toda la eternidad - Tú eres mi hijo: Yo te he engendrado hoy - tenía, en
nuestra vigilia, una correspondencia que refleja el diálogo eterno en el amor inefable
entre el Padre y el hijo. Al tú eres mi hijo corresponde indefectiblemente y por toda la
eternidad la respuesta filial: eres mi Padre, aleluya! "(Cf. Sal 88, 27).
Si la primera parte de la vigilia nos remitía a la generación divina y eterna del Hijo de
Dios, el evangelio que acabamos de escuchar nos ha hablado de su nacimiento en el
tiempo, como hijo de la Virgen María, nacido en el seno de una familia pobre y en la
simplicidad de un pesebre. Conocedores por la fe de la dignidad del recién nacido,
esta noche queremos salirle espiritualmente al encuentro y unirnos a la alabanza de
los ángeles.
Es impresionante la humanidad y la humildad de nuestro Dios, que tiene los rasgos de
su familia de Nazaret, de aquella madre de casa del carpintero y de aquellos familiares
que los conciudadanos conocían suficientemente (cf. Mt 13, 54-55). Un filósofo
existencialista y escritor francés de mediados del s. XX, había intuido lo que podía ser
este misterio, pero sin llegar dar el paso de la fe. Lo dejó escrito en 1940 para sus
compañeros cristianos del campo de prisioneros donde se encontraba. Sitúa la escena
en la noche de Navidad, y se centra en María. Se la imagina justo después del parto,
contemplando con ternura el rostro de su bebé, consciente de la experiencia única que
le es dado vivir, y reflexionando en su corazón: Cristo es su hijo, fruto de sus entrañas.
Le ha llevado nueve meses y ahora le dará el pecho; su leche de madre se convertirá
en la sangre de Dios, se dice. Lo mira y piensa: "este Dios es mi hijo. Esta carne divina
es mi carne. Está hecho de mí misma, tiene mis ojos, la forma de su boca es la forma
de la mía. Se me parece. ¡Es Dios y se me parece! "Ninguna otra mujer -se dice en su
corazón- ha tenido en este mundo su Dios para ella sola. Un Dios pequeñísimo que se
puede coger en brazos y llenar de besos, un Dios que sonríe y que respira, un Dios
que se puede tocar y que está bien vivo" (cf. Jean Paul Sartre, Barioná, el hijo del
trueno ; cf. L'Osservatore romano , 21.11.2012, p. 5).
El misterio de esta noche se sitúa entre dos polos, entre la grandeza y la
trascendencia adorables del Hijo eterno de Dios y la ternura de Niño que reproduce los
rasgos de la madre y que se deja nutrir y columpiarse dulcemente mientras se va
adaptando a vivir entre la humanidad para que los seres humanos nos podamos
adaptar a vivir con Dios y de Dios.
Este contraste entre el nacimiento del Padre desde siempre y el nacimiento en el
tiempo para mostrarnos el camino de la vida y del amor restaurando los errores
existenciales de la humanidad, aún queda más dramáticamente marcado por aquella
afirmación del Evangelio: no tenían sitio en la posada . Viene a los suyos para ser
plenamente solidario, y los suyos no le hacen sitio (cf. Jn 1, 11). También esto forma
parte del misterio de esta noche, de la solidaridad de Dios con los pobres y los
excluidos. En nuestros días, vemos con una crudeza cada vez más creciente cómo
aumenta el drama de la marginación y de la pobreza debido a las consecuencias de la
crisis económica. Y si siempre tenemos que estar atentos y ser solícitos, mucho más
aún en Navidad. Esta noche en la que no había un techo digno para acoger al Hijo de
Dios que había de nacer, os proponemos participar en una colecta a favor de Cáritas.
Esta entidad de Iglesia destina una parte muy importante de los recursos que recibe a
paliar problemas de vivienda y de desahucio, a ayudar a pagar hipotecas y alquileres,
o recibos de luz y de gas a personas que ya hace años necesitan su ayuda o a otras,
cada vez más numerosas, que llaman por primera vez a sus puertas.
Nuestra solidaridad se extiende, también, a los que se ven obligados a pasar esta
Navidad lejos de casa debido al trabajo, la falta de medios de subsistencia, la violencia
o la persecución; quiero expresar un recuerdo especial para el obispo Pere
Casaldàliga que, debido a su defensa insobornable de los derechos de los indios
frente a los latifundistas, volvió a recibir amenazas de muerte y ha tenido que dejar,
esperamos que provisionalmente, su hogar.
Maria después del nacimiento de Jesús fue descubriendo su fisonomía en el rostro del
Hijo que había puesto en el mundo. Lo he mencionado hace un momento recordando
una narración sobre Navidad. Esta semejanza del Hijo de Dios con los rostros
humanos no es sólo poesía, tiene un contenido muy real y no se limita a su madre
María. Nos implica también a nosotros, porque el Hijo se ha hecho hombre para que la
humanidad pueda participar de su vida divina. Al retirarnos a descansar esta noche o
mañana por la mañana nos miremos al espejo, continuaremos constatando que
nuestros ojos, la forma de la boca, la fisonomía del rostro se parecen a los de nuestros
progenitores. Pero después de celebrar el misterio de esta noche del nacimiento de
Jesús y de habernos unido a él en la Eucaristía, deberíamos descubrir en el fondo de
nuestros ojos, en la mirada interior del corazón, en nuestra capacidad de amar, un
reflejo del Hijo de Dios hecho hombre, un reflejo de Jesús y sus bienaventuranzas
porque con su encarnación, nos ha tocado personalmente y nos ha querido hacer
semejantes a él, como él ha hecho semejante a nosotros.