DOMINGO IV DE ADVIENTO (C)
Homilía del P. Josep-Enric Parellada, monje de Montserrat
23 de diciembre de 2012
Lc 1, 39-45
Queridos hermanos y hermanas,
Acabamos de escuchar el texto evangélico conocido con el nombre de "la visitación".
Texto que en el mismo evangelio de san Lucas está precedido por el relato del
anuncio del ángel Gabriel a María de su maternidad por obra del Espíritu Santo.
Subrayo esto, al inicio de esta reflexión, porque es importante no separar los dos
textos.
El texto del anuncio del nacimiento de Jesús todos los recordamos perfectamente.
Gabriel, el mensajero de Dios, es enviado a una muchacha de Nazaret, llamada María,
para hacerle saber que ha encontrado gracia a los ojos de Dios y que Éste le ha
escogida para ser madre del Hijo del Altísimo. La disposición de María para acoger
esta llamada nos la hace ver como una mujer que vive abierta y atenta de forma
incondicional a la Palabra de Dios, que en esta ocasión le es dirigida directamente.
Una vez el ángel se retira para que el misterio de la presencia del Espíritu en María se
realice en el silencio y en la intimidad, María, se levanta decidida y se va a la montaña
de Judá, a casa de su prima Isabel, una mujer ya muy mayor, que también como ella
esperaba un hijo.
Dicho esto, conviene que nos fijemos en un primer aspecto muy importante: siempre
que escuchamos la Palabra de Dios, siempre que hacemos un rato de oración,
siempre que participamos en la celebración de la Eucaristía o de otros sacramentos,
no podemos quedarnos parados, impasibles, en casa o cerrados en las propias
seguridades o miedos. La Palabra de Dios, que es Buena Noticia en toda ocasión, nos
empuja a serlo también nosotros para aquellos que viven marcados por la necesidad o
por la tragedia. Maria dejando de lado su seguridad y sin compadecerse de sí misma,
sale decidida hacia Judea para tratar de ser una ayuda y una compañía para su prima.
Por eso, no es de extrañar que, al encontrarse las dos madres, estalle por parte de
ambas un canto de acción de gracias, que hace saltar de entusiasmo al niño que
Isabel lleva en las entrañas.
"En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre", gritó
Isabel llena de gozo. La presencia de Dios en nuestra vida, tal como María lo llevaba
en su seno, y también en la vida de los demás es fuente de alegría, ya que Dios es el
verdadero origen y la plenitud de nuestra alegría. Por eso os invito a preguntarnos:
¿Qué irradio a mi entorno: paz, alegría, serenidad, confianza o, por el contrario,
desorden, mal humor, desconfianza, inquietud, etc.? Para irradiar alegría verdadera,
tal y como nos invitaba la liturgia del pasado domingo, es necesario que seamos
capaces, como María, de acoger con fe al Señor, en nuestro corazón, no olvidando
nunca, que la alegría verdadera va íntimamente ligada al espíritu de servicio. María
era plenamente feliz, como toda madre que espera un hijo, pero eso no le fue ningún
obstáculo, ni durante el embarazo ni después, para hacer felices a los que la
rodeaban. Entre estos también estamos cada uno de nosotros, ya que Ella se ha
convertido en la madre de todos los creyentes.
"¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ... Dichosa tú, que has
creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá." continuó diciendo Isabel
haciendo un elogio de la fe de María, que sin duda fue muy grande.
En este Año de la Fe es bueno que escuchemos estas palabras. La grandeza de fe de
María no excluye que viviera con desconcierto y sin entender muchas de las cosas
que le sucedieron a ella misma o a su Hijo Jesús. A pesar de todo María confió
siempre en el Señor y esta fue la clave de su fe, de su disponibilidad, de su si
incondicional y para siempre. Por eso, todo lo que el Señor le prometió se cumplió.
Promesa que tuvo su plenitud al pie de la cruz y en los albores luminosos de la
mañana de Pascua.
Hermanos y hermanas, la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de Jesús,
es para nosotros el cumplimiento de la promesa que Dios nos ha hecho a cada uno de
nosotros y que nos ha renovado, como cada año, en este Adviento, que ya toca a su
fin.