DOMINGO III DE ADVIENTO (C)
Homilía del P. Manel Gasch i Hurios, monje de Montserrat
16 de diciembre de 2012
Sof 3, 14-18 / Filp 4, 4-7 / Lc 3, 10-18
¿Podemos estar contentos? ¿Qué puede significar en unas circunstancias como las
actuales, estimadas hermanas y hermanos, el clamor que nuestra celebración levanta
este domingo a la alegría?
Si miramos más allá, seguimos viendo los desequilibrios de nuestro mundo, la
desigualdad en el reparto de la riqueza entre los países desarrollados y los más
pobres. Hay estadísticas que nos hablan de países emergentes que parece que se
recuperen económicamente, pero de los que nos dicen después que la situación real
de su sociedad es muy precaria; y en otros persisten el hambre y la miseria.
Si acercamos nuestra mirada un poco más y nos quedamos en nuestro país, los
motivos para la alegría tampoco nos sobran: la crisis, el paro, los desahucios, la
compleja situación política.
¿Y si nos miramos honestamente a nosotros mismos? Cada uno sabrá qué motivos de
satisfacción puede encontrar en su vida y también deberá ser realista con tantas cosas
que nos gustaría cambiar.
Y en medio de todo esto, cada año, el tercer domingo de Adviento, ya desde el mismo
nombre que ha recibido, "Gaudete": por las primeras palabras en latín del canto de
entrada, hasta el contenido de las oraciones y las lecturas nos quiere transmitir la
alegría: Alegraos, en el Señor; ¡Grita de gozo, alégrate y celébralo Jerusalén! Sacaréis
aguas con gozo de las fuentes de la salvación; ¡Estad siempre alegres en el Señor!
¿Y qué pasaría si desde un punto de vista meramente humano respondiéramos a la
liturgia y le dijéramos que no, que no queremos estar contentos, que queremos
protestar y quejarnos por todo lo que pasa? Pues la Iglesia continuaría inamovible en
su pedagogía diciéndonos que hay una razón para estar contentos. Una razón que
conocemos todos, Dios nos ama, por difícil que a veces sea creerlo, Dios nos ama. En
las palabras de la primera lectura lo hemos encontrado bien expresado: Él se goza y
se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo. La Navidad es su pleno cumplimiento.
Por ello, precisamente al mirar ya estos últimos días de Adviento a la Navidad, se nos
invita a recordar el amor de Dios y a alegrarnos. Esta razón para la alegría lleva
resistiendo más de dos mil años, porque cualquier circunstancia personal y social no
ha podido contradecirla. Esta razón se apoya en el hecho histórico del nacimiento de
Jesús de Nazaret que es la expresión del misterio de un Dios que ha querido hacerse
presente entre nosotros.
Durante todo el tiempo de Adviento recordamos que Jesús nació en Belén en un
momento concreto de la historia, recordamos que volverá y recordamos, como decía
san Bernardo de Claraval en su quinto sermón para el Adviento, que viene en todo
momento a estar con nosotros, en nuestros corazones. De una manera muy clara,
nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro son de Jesucristo y se nos invita a
vivirlos con Jesucristo.
Las lecturas de hoy nos marcan un camino: en la primera hemos sido invitados a
alegrarnos del amor renovado de Dios, fijándonos sobre todo en esta presencia. La
segunda nos empieza a hablar ya de las consecuencias: se nos pide estar contentos,
que la contemplación del amor se traduzca en el buen trato, en el estar contentos, no
sólo de una manera interior y espiritual, sino en todas nuestras relaciones: que bonito
hermanos y hermanas, que bonito también para los escolanes que me estáis
escuchando, que espero que me estéis escuchando, si realmente a los cristianos se
nos distinguiera por nuestro buen trato: nos lo deberíamos proponer como un
mandamiento derivado del amor y de la fe. Tratarse bien: no se nos está pidiendo
ninguna proeza teológica o de fe, sino una actitud que transmite a los demás esta
alegría de sentirse amados de Dios y de ser felices por vivir y ¡cuántas ocasiones no
tenemos cada día de ejercerlo!
Si seguimos el camino de las lecturas de hoy llegamos al Evangelio: ¿Qué debemos
hacer? Era la pregunta ante el anuncio de Juan Bautista, que no era más que el
anuncio de que Dios estaba a punto de manifestarse. Aún hoy, nuestra expectación,
nuestra espera ante la proximidad de la Navidad nos sugiere la misma pregunta.
Nuestra propia sociedad, incluso más allá de la estricta celebración cristiana del
nacimiento del Señor, ha quedado marcada por este vínculo entre estas fiestas y esta
pregunta: ¿qué debemos hacer? La respuesta es a menudo ética, solidaria, porque la
presencia del Amor en la tierra nos urge al amor entre nosotros. La recaudación del
Banco de los alimentos, la Maratón de hoy, tantas otras pequeñas iniciativas que se
ponen en marcha estos días, nos hacen ver que hay un espíritu que liga la Navidad y
la solidaridad. Compartir lo que tenemos es lo que nos pide el evangelio de hoy. Nos lo
pide de una manera tan clara que no necesita ninguna interpretación: junto con el
compartir también hay una llamada a la honradez. Hay que decir que las llamadas de
Juan Bautista tienen toda la fuerza de quien lo ha vivido con anterioridad, de quien no
hace teorías, sino del que se ha hecho pobre y se ha separado de la sociedad, al que
hoy llamaríamos tan alternativo como para convertirse en una voz que denuncia.
Dificultad personal y testimonios contemporáneos: ¿Qué nos dice todavía Juan
Bautista? Nos dice que este compromiso con el mundo es más necesario cuando
precisamente está a punto de manifestarse Jesucristo, y todo empezará a ser
diferente: es decir que la presencia de este amor de Dios manifestado en el nacimiento
de Jesús de Nazaret debe ser motivo de alegría, pero de una alegría comprometida,
de una alegría exigente y responsable con nuestros hermanos y hermanas más
necesitados.
He querido comenzar estas palabras hablando de una mirada a los problemas
actuales que no nos daba demasiados motivos para la alegría, os he invitado a releer
juntos la llamada a alegrarnos por el amor renovado de Dios de la primera lectura y el
salmo responsorial, a ver cómo este amor nos empuja y nos urge a preocuparnos de
los demás y, finalmente a compartir y a ser corresponsables con nuestro mundo. ¿Y
no es esa la respuesta que debemos dar a las situaciones de pobreza que nos
rodean? ¿No será mejor ante todo lo que vemos, sabiendo que Dios ha venido a
visitar nuestra realidad, comprometernos en la medida de nuestras fuerzas? Nunca
podremos estar contentos por los problemas del mundo, pero podemos afrontarlos con
la seguridad de no estar colaborando a hacerlos más grandes y quizás incluso de
poner nuestro grano de arena para cambiarlos. Estoy convencido de que ésto nos
dará la alegría serena, responsable y solidaria a la que la Iglesia nos invita hoy, en la
proximidad de esta nueva Navidad.