DOMINGO II DE ADVIENTO (C)
Homilía del P. Toni Pou, monje de Montserrat
9 de diciembre de 2012
"Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el oriente y contempla a tus hijos
reunidos de oriente a occidente". El profeta Baruc promete a Israelitas que están en el
Exilio reunirse en la alegría de una Jerusalén nueva. Una Jerusalén imaginada con los
rasgos mesiánicos de la justicia, y con su vocación de ser luz para las naciones: " Dios
mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo".
Esa profecía del libro de Baruc que hemos leído en la primera lectura es un canto a la
esperanza, lleno de imágenes poéticas: " Dios ha mandado abajarse a todos los
montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos
hasta allanar el suelo", para que los israelitas puedan atravesar el Desierto en su
camino de regreso a casa. El profeta imagina esta comitiva, como una fiesta, donde
todos vuelven llenos de alegría. El camino de regreso no se pinta con las
incomodidades del camino por el desierto, sino con la experiencia dulce de las
paradas en los oasis, donde incluso, los bosques y los árboles aromáticos les harán
sombra.
Todas estas imágenes tan bonitas, cobran un nuevo significado si nos damos cuenta
de que sólo son una profecía: Israel todavía está en el exilio, todavía está en plena
crisis, y los israelitas no tienen claro si volver o no, porque poco a poco se han ido
acomodando el país que los hizo esclavos. Con esto nos damos cuenta del esfuerzo
del profeta por animar a la esperanza, a través de la poesía: es su amor por la patria,
sus ansias de ver reconstruida Jerusalén que pinta el futuro lleno de colores y de
imágenes bonitas y pone en un segundo lugar todos los obstáculos y problemas del
retorno: es el Espíritu del Señor, que le hace ver el futuro con ilusión y esperanza, y le
descentra del desánimo que provocan las imágenes de peligro que vienen siempre
cuando se empieza una nueva aventura.
Los oráculos proféticos son especialmente adecuados en el tiempo de Adviento,
porque enuncian un nombre nuevo que despunta, y que nosotros ya vemos en parte
realizado con la venida de Jesús. Estos poemas de la esperanza, resuenan todavía
con más fuerza en nuestro corazón cuando vivimos momentos de crisis, ya sean
sociales, eclesiales, o personales. Porque es en tiempos de crisis cuando necesitamos
más la voz de los profetas que nos digan que es posible un futuro mejor, que nos
devuelvan la ilusión con un nuevo proyecto social, eclesial, o personal. El Adviento
debería ser para nosotros un tiempo en que nos diéramos permiso para imaginar un
nuevo estilo social, una nueva iglesia, una nueva etapa en la vida personal. Por ello
necesitaríamos del lenguaje profético, que se sirve de la poesía, de las imágenes
bonitas, los símbolos, de las metáforas y de la música... del arte, que siempre nos
llevan más allá de los mundos ya conocidos.
El Adviento es un buen momento para redescubrir el Espíritu de profecía que anida en
la Iglesia y en los signos de los tiempos. El Concilio Vaticano II nos enseñó, en su
Constitución sobre la Iglesia, "Lumen Gentium", luz de las naciones, que el Espíritu no
sólo santifica y conduce el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios,
sino que adorna con toda clase de virtudes y de gracias a los fieles, para que puedan
renovar y edificar la Iglesia. El tiempo de Adviento es un buen momento para que
descubramos qué dones especiales nos ha dado el Espíritu a cada uno de nosotros, y
que nos preguntemos en el fondo del corazón, si Dios no nos llama en una implicación
más profunda en la comunidad cristiana.
 
El Espíritu de profecía aletea sobre el Pueblo de Dios, y hace salir profetas que se
atreven a decir claramente lo que la mayoría calla por miedo; el Espíritu de profecía
visita los grupos de lectura compartida de la Palabra de Dios y revitaliza las
comunidades cristianas; el Espíritu de profecía hace ver tanto en los teólogos, como
en las personas más sencillas, los signos de los tiempos, la presencia del Espíritu que
sopla donde quiere, y que les cuesta tanto descubrir a las personas completamente
instaladas en sus propios esquemas. Es este Espíritu de profecía que a través de
Cáritas y otras asociaciones se hace solidario de las angustias de tantas personas que
temen no poder llegar a fin de mes. El Espíritu de profecía habla también en la
conciencia de tantos cristianos y cristianas que no pueden comprender, como la
Iglesia que habla tanto de amor, todavía no ha sabido integrar en su seno
misericordioso, tantos casos complicados, para los cuales los manuales de moral
todavía no tienen respuesta. Es el "sentido de los fieles" de que nos hablaba el
Concilio Vaticano II, y que los pastores de la Iglesia no podemos dejar de escuchar. Es
este Espíritu finalmente que, a pesar de los momentos difíciles que podamos pasar,
nos da esa fe que, en nuestra travesía en pleno desierto y Exilio, abaja los montes
elevados, alza las hondonadas, y nos prepara un camino llano, bajo la sombra de los
bosques y de árboles aromáticos.