DOMINGO I DE ADVIENTO (C)
Homilía del P. Ignasi M. Fossas osb
2 de diciembre de 2012
Jer 33, 14-16; Sal 24, 4-5.8-9.10.14 (R.: 1b); 1 Tes 3, 12, 4, 2; Lc 21, 25-28. 34-36
A ti, Señor, levanto mi alma .
Con el primer domingo de Adviento volvemos a empezar, hermanas y hermanos, el
ciclo del año litúrgico, durante el cual contemplamos el misterio de Cristo, lo hacemos
presente mediante la invocación del Espíritu Santo y experimentamos su acción
salvadora, su gracia santificante.
Hay un cierto tono de desafío lleno de esperanza en la actitud de los cristianos que,
año tras año, semana tras semana, día tras día, alabamos a Dios, le invocamos,
celebramos sacramentalmente su presencia y esperamos ansiosos la venida definitiva,
el final glorioso, la parusía.
A ti, Señor, levanto mi alma . Es el canto esperanzado del salmista y es la voz de la
Iglesia peregrina que, en cada uno de sus miembros y de las comunidades que la
forman, renueva la confesión de fe en Dios creador y Señor de todas las cosas, Padre
amoroso, Hijo amigo de los hombres, Espíritu Santo que infunde la vida.
A ti, Señor, levanto mi alma . Aunque a menudo la evidencia más inmediata nos hace
pensar que Dios se esconde, o que no puede o no quiere hacer nada para apaciguar
el clamor de los inocentes, para devolver la paz y la rectitud (la justicia!) definitiva a la
creación y al corazón del hombre torcido por el pecado de los primeros padres.
A ti, Señor, levanto mi alma . Confiadamente alzamos hacia Él nuestra mirada,
empujados por las palabras del Señor en el Evangelio: Tened cuidado... Estad siempre
despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos
en pie ante el Hijo del hombre. El desafío, fruto del amor y de la esperanza, llega al
límite. Siguiendo la exhortación del Apóstol, y con la ayuda de su Espíritu Santo,
quisiéramos llegar al culmen del amor a Dios y al prójimo. Para que así os fortalezca
internamente; para que cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de sus
santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre. Queremos ser
centinelas en la noche, testigos de la luz. Queremos permanecer de pie esperando al
Señor que viene, y porque lo amamos con todo el corazón, con toda el alma y con
todas las fuerzas, queremos que nos encuentre a punto. ¿Quién sabe cuándo será la
hora decisiva, la última, la de la consumación de todo, la de la verdad entera? ¿Quién
sabe cuándo llegará esta hora para cada uno de nosotros? Aceptar la sorpresa de
este momento es ya un primer acto de fe, de adoración a Dios y de aceptación que Él
es Padre y Señor y que nosotros somos sus hijos amados.
A ti, Señor, levanto mi alma , continuamos cantando con el salmista. Y percibimos que
no estamos solos en este clamor. Al recibir el bautismo fuimos incorporados a la
Iglesia, al pueblo de Dios en marcha. Una multitud de santos nos ha precedido, y otra
multitud nos acompaña. Caminamos juntos por la ruta del mundo, con la esperanza
segura del destino que nos espera. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén
vivirán tranquilos y la llamarán así: «Señor-nuestra-justicia». Nuestro destino, sin
embargo, ya no es un lugar concreto en la geografía del mundo (como podía ser, para
los hijos de la Promesa, la ciudad de Jerusalén), sino que es Alguien que nos quiere
con Él por toda la eternidad. Qué alegría y qué sorpresa cuando nos daremos cuenta
de la multitud de los elegidos, los llamados, los deseados, los salvados más allá de
nuestros cálculos o de nuestras pequeñas previsiones. Entonces cantaremos todos
juntos: Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su
alianza. Dios nos ha hecho conocer sus rutas, nos ha mostrado sus caminos, nos ha
instruido con su verdad que es Jesucristo muerto en la cruz y resucitado para
salvarnos.
A ti, Señor, levanto mi alma .
Pedimos la gracia del Espíritu Santo para renovar, un día más, una semana más, un
año más, nuestro desafío de amor, de fe y de esperanza. No nos dé miedo anunciar
que nuestro destino último no es este mundo que pasa, sino que es el cielo, el Reino
de Dios, que es un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de
amor y de paz (cf. Prefacio Solemnidad de Cristo Rey ). Plantémonos en medio de la
vida, en medio del mundo, como hermanos de los hombres y mujeres que viven y que
mueren, para unir nuestra voz a la del salmista de todos los tiempos y reclamar la
última venida de Cristo cantando:
A ti, Señor, levanto mi alma .