DOMINGO I DE CUARESMA (B)
Homilía del P. Ignasi M. Fossas, prior de Montserrat
26 de febrero de 2012
Gén 9, 8-15 Sal 24, 4-9 (R.: cf. 10) 1 Pe 3, 18-22 Mc 1, 12-15
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos en el primer Domingo de Cuaresma, este período de seis semanas que nos
prepara para la celebración de la Pascua. ¿Qué sentido tiene, hoy, la Cuaresma?
Según la mentalidad bíblica la persona humana está formada, inseparablemente, de
cuerpo, alma y espíritu. Todos somos capaces de identificar cada uno de estos
elementos: el cuerpo, lo que vemos, tocamos, lo que podemos percibir más fácilmente
de nosotros mismos y de los demás. El alma, que en este caso se refiere a la
dimensión psicológica, afectiva, de los sentimientos. Y el espíritu, que sería la
dimensión más profunda, la más genuina de cada uno y a la vez la más escondida y
difícil de captar.
Todos somos conscientes de que nuestro cuerpo necesita unos hábitos de higiene y
de salud para poder evitar las enfermedades y para poder estar mejor. Nadie discute
que hay que lavarse cada día, que tenemos que hacer ejercicio físico y evitar los
excesos de comer y de beber. Todos hemos oído hablar del colesterol bueno y del
malo, o de la importancia de evitar el exceso de peso...
Pues bien, eso mismo que sirve para el cuerpo, tiene su equivalente en cuanto al alma
y al espíritu. Hay unos consejos de salud, también, para nuestra psicología y para
nuestro espíritu. Los últimos años se han publicado muchos libros sobre la manera de
cuidar la propia psicología, la dimensión afectiva y los sentimientos. Son los libros
llamados de autoayuda. ¿Y en cuanto al espíritu? Hace casi dos mil años que los
cristianos tenemos unos consejos muy buenos para cuidar nuestro espíritu: los
encontramos en el Evangelio, son los que vivió Nuestro Señor Jesucristo. Y no sólo
tenemos estos consejos (que se podrían resumir en los 10 mandamientos y en las
bienaventuranzas), sino que a través de la comunión con Jesucristo, obtenemos la
fuerza para vivirlos.
La Cuaresma es, pues, un tiempo favorable para revisar los consejos de higiene y de
salud, que afectan a nuestra persona entera. Y para fijarnos, de una manera especial,
en lo que podríamos llamar la higiene espiritual. La oración, la lectura de la Escritura,
el ayuno y la abstinencia, la limosna, son los medios clásicos para fortalecer nuestra
salud espiritual. Todos estamos dispuestos a hacer algo para mejorar nuestra salud
física o para prevenir ciertas enfermedades. ¿Y no deberíamos preocuparnos aún más
por nuestro espíritu? Porque, como dice la primera carta de san Pedro que hemos
oído, el bautismo que actualmente os salva: … no consiste en limpiar una suciedad
corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo
Jesús Señor nuestro.
Pidamos al Señor, con el salmista, que nos haga conocer sus caminos, que nos
encamine en su verdad, que nos instruya por el camino de la salvación. Nosotros
creemos en la vida eterna y en la resurrección de la carne. Esto quiere decir que
esperamos una vida plena después de la muerte, en la que podremos tomar parte con
todo nuestro ser transfigurado: el cuerpo, el alma y el espíritu. Pero también sabemos
que el cuerpo se deshará después de la muerte. El espíritu, en cambio, no desaparece
en ese tránsito ineludible para cualquier ser mortal. De ahí la importancia de cuidar la
vida espiritual. Por eso tiene sentido la Cuaresma, este tiempo de preparación, de
revisión, de entrenamiento (la palabra ascesis que se relaciona con la cuaresma, de
hecho quiere decir esto: entrenarse para estar a punto a la hora decisiva del combate).
Durante las próximas semanas, hagamos un programa serio de revisión y de
entrenamiento de nuestros hábitos de salud espiritual. Repasemos los 10
mandamientos y las bienaventuranzas y miremos cómo está nuestra agilidad de
espíritu, dejémonos examinar por el Señor para identificar los parámetros malos que
tenemos que eliminar y los buenos que tenemos que potenciar.
Jesús hizo algo parecido al estilo de su tiempo: el Espíritu lo empujó al desierto donde
se quedó cuarenta días. A nosotros la Iglesia no nos propone un entrenamiento tan
duro ni tan intenso. Nos propone, con más suavidad, pero con la misma intensidad,
dejarnos iluminar por la palabra de Cristo que nos dice: Se ha cumplido el plazo, está
cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia .