EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Viernes de la primera semana del tiempo ordinario
Carta a los Hebreos 4,1-5.11.
Temamos, entonces, mientras permanece en vigor la promesa de entrar en el
Reposo de Dios, no sea que alguno de ustedes se vea excluido.
Porque también nosotros, como ellos, hemos recibido una buena noticia; pero la
Palabra que ellos oyeron no les sirvió de nada, porque no se unieron por la fe a
aquellos que la aceptaron.
Nosotros, en cambio, los que hemos creído, vamos hacia aquel Reposo del cual se
dijo: Entonces juré en mi indignación: Jamás entrarán en mi Reposo. En realidad,
las obras de Dio estaban concluidas desde la creación del mundo,
ya que en cierto pasaje se dice acerca del séptimo día de la creación: Y Dios
descansó de todas sus obras en el séptimo día;
y en este, a su vez, se dice: Jamás entrarán en mi Reposo.
Esforcémonos, entonces, por entrar en ese Reposo, a fin de que nadie caiga
imitando aquel ejemplo de desobediencia.
Salmo 78(77),3.4bc.6c-7.8.
Lo que hemos oído y aprendido,
lo que nos contaron nuestros padres,
no queremos ocultarlo a nuestros hijos,
lo narraremos a la próxima generación:
son las glorias del Señor y su poder,
las maravillas que él realizó.
Así las aprenderán las generaciones futuras
y los hijos que nacerán después;
y podrán contarlas a sus propios hijos,
para que pongan su confianza en Dios,
para que no se olviden de sus proezas
y observen sus mandamientos.
Así no serán como sus padres,
una raza obstinada y rebelde,
una raza de corazón inconstante
y de espíritu infiel a Dios:
Evangelio según San Marcos 2,1-12
Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba
en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él
les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre
el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el
paralítico.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son
perdonados".
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:
"¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los
pecados, sino sólo Dios?"
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando?
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o
'Levántate, toma tu camilla y camina'?
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de
perdonar los pecados
-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente
quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".
Comentario del Evangelio por :
Catecismo de la Iglesia Católica
§1420-1421, 1468-1469
¡Levántate!
Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de
Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en "vasos de barro" (2 Co 4,7).
Actualmente está todavía "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Nos hallamos
aún en "nuestra morada terrena" (2 Co 5,1), sometida al sufrimiento, a la
enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e
incluso perdida por el pecado. El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de
nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del
cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu
Santo, su obra de curación y de salvación... Esta es la finalidad de los dos
sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los
enfermos.
"Toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios
y nos une con Él con profunda amistad" (Catecismo Romano, 2, 5, 18). El fin y el
efecto de este sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los que reciben
el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una disposición
religiosa, "tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que
acompaña un profundo consuelo espiritual" (Concilio de Trento: DS 1674). En
efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera
"resurrección espiritual", una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de
los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32).
Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente. El pecado menoscaba o
rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura.
En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en la comunión eclesial,
tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el
pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o afirmado en la
comunión de los santos, el pecador es fortalecido por el intercambio de los bienes
espirituales entre todos los miembros vivos del Cuerpo de Cristo... “El penitente
perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en
el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos, agredidos
y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con
toda la creación” (Juan Pablo II, Exhort. Apost. Reconciliatio et paenitentita, 31).
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”