COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires – ciclo 2013)
2º domingo durante el año C
Evangelio según San Juan 2,1-11 (ciclo C)
Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba
allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la
madre de Jesús le dijo: "No tienen vino". Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué
tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía". Pero su madre
dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que él les diga". Había allí seis tinajas
de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían
unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas
tinajas". Y las llenaron hasta el borde. "Saquen ahora, agregó Jesús, y
lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el
agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los
sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se
sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de
inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este
momento". Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de
Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
El milagro de la fe
Estamos ante el milagro de transformar el agua en vino. El milagro es un
signo del Reino de Dios, que Dios lo ofrece y que es importante para
descubrir su presencia y su persona; pero que también nos lleva a firmar
que, a modo de ejemplo, el Señor da la vista a los ciegos pero no se la da a
todos; el Señor resucita a Lázaro, a la hija de Jairo y a la hija de Naim, pero
no resucita a todos; el Señor cura a los leprosos pero no cura a todos. El
milagro es un signo.
Yo puedo estar enfermo con un mal incurable y tengo que rezarle a Dios
para que me cure y viendo al médico, por supuesto. Si Dios me cura puede
ser realmente un milagro, pero si no soy curado y muero, igual sigo
teniendo fe porque el milagro no se puede exigir. Uno lo pide pero no lo
exige, Dios lo concede en su misericordia infinita. Por lo tanto, el pedido y
recibir la respuesta tienen que ser en un clima de humildad, no de
resentimiento.
Cuando Jesús le responde a la Virgen “﾿qué tenemos que ver nosotros?” no
le provoca ninguna desorientación a María. Ella como está sostenida por la
humildad dice “ᄀhagan lo que Él les diga!” y esa es la actitud que tenemos
que tener. Tú me lo das, Tú me lo quitas, siempre te lo pido con fuerzas,
pero que sea siempre tu voluntad y no la mía; como hizo Jesús en el Huerto
de los Olivos. Allí tenemos una enseñanza para nuestras enfermedades y
nuestros límites: le pedimos pero que sea su voluntad, si no es su voluntad
igual aceptamos porque tenemos fe, porque queremos vivir en la confianza
 
y en la humildad.
Sólo la fe permite ver a Dios que está presente. Por la fe sabemos que
todos tenemos dones y carismas, pero que siempre estamos unidos en el
Señor y que nunca podemos abusar de los privilegios personales.
Pidamos al Señor vivir el milagro de la fe cotidianamente, de un modo
ordinario, y mirar la realidad con un espíritu sobrenatural; que no inventa,
que no miente, sino que la fe ayuda a descubrir más su presencia en la
verdad y en la objetividad. La fe no inventa. La fe asume y consiente lo que
Dios, en su bondad, nos concede. Que en este Año de la Fe, aumentemos
nuestra fe y podamos vivirla en plenitud.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén