Comentario al evangelio del Jueves 24 de Enero del 2013
Queridos amigos:
Hoy nos encontramos con una auténtica apoteosis de Jesús, apoteosis que el evangelista subraya con
una selección geográfica muy calculada. A Jesús le sigue un pequeño grupo de discípulos estables, que
llevan vida itinerante con él en las cercanías del lago de Galilea; pero, además, al menos
eventualmente, se acercan a oírle y a disfrutar de sus poderes curativos gentes de todas las regiones
judías: Galilea, Judea y Perea (ésta es la zona situada “al otro lado del Jordán”), e incluso del corazón
del judaísmo: Jerusalén. Más aún, ecos del actuar de Jesús han llegado hasta las regiones paganas de
Idumea (al sur de Palestina) y de Tiro y Sidón (el actual Líbano), de donde las multitudes parten hacia
Él. En tal “aprieto”, no le queda otro recurso que sentarse en una barca, protegido por el agua del lago
que le circundan.
Conviene que penetremos en la intención del evangelista al elaborar este amplio sumario de lo que
sucede en torno a Jesús. La comunidad cristiana destinataria inicial de este evangelio, probablemente
situada en la zona de Tiro y Sidón, debe organizarse en torno a Jesús, escucharle como Maestro y
dejarse curar por él como Médico; está llamada a “tocarle” y dejarse tocar por él. Además le debe
confesar como el Señor del mundo, de judíos y paganos, sanos y enfermos… “No busquéis a nadie, a
nadie más que a Él”.
Si Jesús es el Señor universal, los ya creyentes tienen ante sí una ingente tarea misionera: quienes en
otra época oyeron o vieron a Jesús (y también quienes no tuvieron tanta suerte) deben oír ahora la
palabra apostólica e incorporarse a la comunidad de los salvados, para continuar siendo curados y
orientados por el Señor.
Los versículos conclusivos, aparentemente anecdóticos, tienen gran importancia dentro de este
evangelio: Jesús es más fuerte que el mal, de modo que los “espíritus inmundos” (los demonios, según
el lenguaje de la época) no tienen más remedio que postrarse ante él y reconocerle como “el Hijo de
Dios”. Aquí se generaliza lo que, como caso individual, ya se narró dos capítulos antes; en la sinagoga
de Cafarnaúm un poseso le gritó: “sé quién eres, el Santo de Dios” (Mc 1,24). ¡Confesión de fe que
contrasta con la incomprensión por parte de fariseos y herodianos que veíamos ayer!
Ante esta panorámica de éxito en su tarea mesiánica, con un baño de multitudes y reconocimiento
incluso por los demonios, desconcierta la prohibición que Jesús les impone de que le confiesen
públicamente como lo que es. Y ésta va a ser una constante en toda la primera mitad del evangelio de
Marcos. Jesús prohíbe que se divulguen sus curaciones y resurrecciones (Mc 1,44; 5,43), y, cuando
uno de los discípulos le diga “Tú eres el Mesías”, les prohibirá abruptamente “que hablen a nadie
acerca de él” (Mc 8,30).
No parece que se trate de una ingenua actitud de humildad, sino de una de las claves teológicas para
comprender este evangelio: en lo que de él hemos leído hasta ahora, no se ha dicho nada acerca de la
Pasión de Jesús, de su destino como Siervo de Yahvé sufriente. Y el evangelista considera una
“herejía” proclamar a Jesús triunfante antes de que haya entregado su vida en la máxima humillación.
Pedro, que le confiesa Mesías pero se opone a que vaya a Jerusalén a sufrir, se parece a los demonios
de que habla nuestro texto; por eso también a él Jesús le llama “satanás” (Mc 8,33). La gloria de Jesús
sigue a su Pasión, no la precede… Igualmente la de los seguidores de Jesús.
Vuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf