II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
El primer signo de Jesús en Caná de Galilea
El episodio relatado en el pasaje del evangelio de este Domingo se sitúa al inicio de
la actividad pública del Se￱or. Se inicia así el llamado “tiempo ordinario”, en el que
Domingo a Domingo se va avanzando ordenadamente (de allí el término
“ordinario”) en la lectura del Evangelio con el fin de proponer a la meditaci￳n de los
fieles las enseñanzas y obras del Señor Jesús desde el inicio hasta el final de su
vida pública. Aunque este año se leerá el Evangelio según San Lucas, el pasaje de
este Domingo esta tomado del Evangelio de San Juan, único que narra el episodio
de las bodas de Caná.
“Hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asisti￳ la madre de Jesús. Este y sus
discípulos también fueron invitados” (Jn 2, 1-2). Allí Cristo cambió el agua en vino
y, con esta admirable transformación, sorprendió en cierto modo a los responsables
del banquete de bodas y a los esposos mismos, como lo describe san Juan: “Esto
que Jesús hizo en Caná de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así
mostr￳ su gloria y sus discípulos creyeron en Él” (Jn 2, 11).
Por intercesi￳n de María, Jesús obr￳ su primer “signo”, como llama San Juan a los
milagros obrados por el Señor. El Evangelio nos dice que los sirvientes obedecieron
al punto a las palabras de la Madre de Jesús. Sabemos también que cuando, según
el mandato de Jesús, llenaron de agua las tinajas y ofrecieron aquella agua al
mayordomo, la bebida se había convertido en vino.
“María aparece en Caná en su dimensi￳n de Madre espiritual. Ella se muestra como
la auxiliadora, la intercesora, como quien está siempre atenta a las necesidades
materiales y espirituales de sus hijos. Con San Bernardo uno se siente impulsado a
decirle: “Se￱ora nuestra, Mediadora nuestra, Abogada nuestra, reconcílianos con tu
Hijo, encomiéndanos a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo”. La Virgen oyente que se
manifiesta magnificente en su captación plena del Hijo, se muestra también como
la Virgen orante, la Virgen intercesora. La Virgen se deja ver también como
educadora de nuestra fe que sigue repitiéndonos hoy: Hagan lo que Él les diga.
Ella, que con prontitud respondi￳ al Mensajero de Dios: “Hágase en mí según tu
palabra” (Lc 1,38), desde su propia vida, desde ese ¡Hágase!, ese ¡Sí! generoso y
siempre renovado, nos señala el camino. Acojamos, pues, la lección del sabio que
nos dice: “No desprecies la lecci￳n de tu madre” (Prov. 1,8).
Santa María, que percibe la falta de vino en una boda en Caná, ve también lo que
nos hace falta en nuestras vidas, sabe de las virtudes que necesitamos para
asemejarnos cada vez más a su Hijo, el Señor Jesús: más fe, más caridad, más
esperanza, más paciencia, más alegría, más pureza, más humildad. Ayer como hoy,
Ella intercede también ante su Hijo para que transforme el agua de nuestra
insuficiencia o mediocridad en el “vino nuevo” de una vida santa, plena de caridad,
rebosante de alegría.
Al aspirar a conformarnos con el Señor Jesús, el Hijo de Santa María, hemos de
tener muy presente que sólo Él puede ayudarnos a cambiar nuestros vicios por
virtudes. Así como Jesús transformó el agua en vino, Él puede también transformar
nuestros corazones endurecidos por nuestros pecados y opciones contra Dios en
corazones “de carne”, capaces de amar como Él nos ha amado (ver Ez 36,26-27).
Para que se dé esta transformación interior en nuestras vidas Santa María intercede
incesantemente por cada uno de nosotros, sus hijos e hijas, ante el Señor, al
tiempo que nos urge a nosotros: «¡hagan lo que Él les diga!» (Jn 2,5). Si bien el
Señor realiza el milagro de la transformación del agua en vino gracias a la
intercesión de su Madre, lo hace también en la medida en que los siervos cooperan
haciendo lo que Él les indica, obedeciendo a su palabra. Del mismo modo, el Señor
obrará nuestra conversión y santificación sólo en la medida en que prestemos
nuestra decidida cooperación desde el recto ejercicio de nuestra propia libertad. Si
cooperamos con el Señor cada día, obedeciéndole, procurando poner por obra lo
que Él nos dice, Él realizará en nosotros por el don de su Espíritu el milagro de
nuestra progresiva santificación, hasta que podamos también nosotros afirmar
como el Ap￳stol Pablo: “vivo yo, más no yo, sino que es Cristo quien vive en mí”
(Gál 2,20).
Que María… acompa￱e nuestro camino, fortalezca nuestra fe, impulse nuestra
esperanza y nos anime a vivir en santa obediencia a su Hijo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)