DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat
14 de octubre de 2012
Sabe 7,7-11; Heb 4,12-13; Mc 10,17-30
Queridos hermanos:
Para ayudar a todos los fieles a vivir con profundidad y espíritu de renovación este Año
de la fe, el obispo de Sant Feliu de Llobregat ha escrito una carta pastoral con
indicaciones de carácter formativo y celebrativo, titulada La belleza de la fe y el gozo
de su anuncio . En este texto hace hincapié en dos ideas íntimamente ligadas: el tesoro
de la fe y el empuje para comunicarla a los demás con espíritu gozoso.
La belleza de la fe me hace pensar en algunas personas que he conocido sin fe (no
me refiero a personas que no practican o que lo hacen todo al revés, sino a personas
que realmente no tienen el don de la fe). Uno se da cuenta de la cantidad de dudas,
incertidumbres, a veces miedos que tienen aquellos que no creen en Dios. Puede
parecer que carecer de fe te quita de muchos problemas; la verdad es que te
encadenas a vivir ayuno de esperanza, a merced de los vientos que soplan de uno u
otro lado. No es nada sencillo vivir así, en un desierto espiritual, como decía hace poco
el Papa. Y cuando estas personas se dan cuenta de su situación suele comenzar su
búsqueda de lo trascendente, intuyendo la belleza de la fe.
El mismo obispo Agustín en la carta pastoral dice: "lo que en definitiva el Año de la fe
pone en cuestión es nuestra fe, cómo es y cómo la vivimos". Si suplicamos a Dios que
nos conceda la prudencia , el evangelio de hoy puede ayudarnos a pensar cómo es
nuestra fe. Recordemos que nos ha hablado de las inquietudes de un hombre, que
habitualmente llamamos "el joven rico", y que se acercó a Jesús buscando la fuerza
transformadora de la fe. Le pide a Jesús: ¿qué haré para heredar la vida eterna?
En un primer momento, Jesús le dice, ya sabes los mandamientos . Y el rico responde,
Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con
cariño y le dijo: Una cosa te falta . Si, efectivamente, Una cosa te falta todavía, porque
lo decisivo es la fe, nunca el empeñarse en el cumplimiento. Sí, aún te falta la fe, una
fe que se hará visible en el desprendimiento de tus bienes materiales y en tu seguir a
Jesús. Es a partir de la fe que recibirás la vida eterna, eso que tanto deseas.
En este diálogo Jesús nos presenta, a aquel hombre rico y a cada uno de nosotros, el
tesoro de la fe, lo único que nosotros ponemos en nuestra relación con Dios por medio
de Jesucristo. Es la auténtica riqueza. Ella es lo único que es nuestro. Pero incluso
esta fe es un don al que debemos responder. Todo se nos da. Y si pensáramos otra
cosa, estaríamos confundidos por completo. Ya puedes tirarte de las orejas todo lo
que quieras o hacer cada mañana gimnasias espirituales diversas, que nada crecerás
en tu camino hacia Dios a través de Cristo; estos caminos ni siquiera te harán iniciar el
seguimiento de Jesús que te llevará hasta Dios, su Padre. Es camino de gracia, y sólo
de gracia. Y, sin embargo, tenemos que poner la fe.
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta . ¿Qué me falta? ¿Mi
obra será la fe? ¿Será la fe lo que yo he de conseguir por mi cuenta para acercarme a
Jesús y seguir su camino? ¿Dónde conseguirla? ¿Quién me la proporcionará?
¿Dónde podría comprarla? Son pensamientos que seguramente se hacía el joven rico
del evangelio de hoy.
Cuando pienso sobre que es mi fe me encuentro ante una gran contradicción. En mi
camino hacia el Padre, el Señor me dice que tengo que poner algo de mi parte para
que no encuentre que me falta algo. Y en cambio, ni siquiera esto es mío. Porque
incluso la fe me es dada. No, seguramente, de una manera clara y asegurada. Quizá
será como cierta curiosidad ante lo que he oído del Señor. Quizás, es lo que me hace
subir a la higuera para ver pasar al Señor, porque soy bajito. Quizás mi estado de
ansiedad por circunstancias adversas de la vida, quizá un padecimiento insoportable
me lleva a acercarme a Jesús, que también él ha vivido situaciones insoportables. Y
de repente, en un de repente que es pura gracia, lo comprendo todo. Ya veis, el
sufrimiento insoportable puede ser el inicio del camino de la fe. ¿Quién sabe? Cada
uno llega a la gracia de Dios con un movimiento de fe que es, también, un regalo, pero
que procede de cada uno, de ti, de mí, ya que es un acto de nuestro propio ser. Yo
pongo la fe en el Señor, casi sin saber qué es eso de la fe, como una intuición
soberana que me es dada, porque tengo la certeza de que la misericordia y la
salvación me vendrán de él. Cualquier otra cosa, como nos dice San Pablo, es caer en
las garras de los que me turban para que no mire al Señor, sino para que encuentre
mil escapatorias de modo que acabe mirándome a mí mismo y a la gente guapa, esos
que quieren manipularnos en este mundo.
Una cosa te falta. ¿Qué esperas de nosotros, Señor? Casi nada, una como tierna
curiosidad hacia él. Una atracción hacia él. Esto es la fe, cosa nuestra y ¡bien nuestra!
Este encuentro del joven rico con la Palabra de Dios que es viva y eficaz , sabemos
que no acabó bien. A estas palabras de Jesús , él frunció el ceño y se marchó
pesaroso, porque era muy rico. Esta tristeza viene muchas veces de que miramos el
seguimiento de Cristo como una pura actitud moral, nos quedamos en ser buenos e
intentar hacer cosas buenas. Pero esto también lo pueden hacer (ya veces mejor), los
que no tienen fe. Hay personas que se pasan la vida luchando contra sus vicios y
pecados y son derrotados una y otra vez, no logran más que tristeza y hacerse daño.
Piden al Señor las virtudes de la piedad, de la laboriosidad, de la castidad, de la
sinceridad... y se olvidan de pedir el don de la fe. Para seguir a Jesús con toda nuestra
vida, debemos pedirle cada día: " Señor, auméntanos la fe", y el resto vendrá por
añadidura. Ya no estaremos solos en nuestras batallas ni en nuestras derrotas, no nos
apuntaremos el tanto de nuestras victorias; ya sabremos que son los méritos de Cristo
los que viven en nosotros.
Si en la Eucaristía estamos ante Cristo como María está ante su Hijo, junto con la
sabiduría, todos los bienes juntos me vendrán con ella , y estaremos dispuestos a
seguir al Señor con toda nuestra vida. Durante este año de la fe, pidámosle a nuestra
Madre, la Virgen María, que nos haga verdaderos hombres y mujeres de fe.