Ciclo C: III Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (Jn 1,
18)
Todo el pueblo, de pie ante Esdrás en una plaza, estuvo atento aquel día
consagrado. Este sábado decisivo, en Nazaret, toda la sinagoga se muestra atenta.
En la plaza, fue el libro de la ley que llamó la atención, y no tanto el lector. En la
sinagoga, en cambio, en Jesús tienen fijos los ojos los asistentes, y no en el libro.
Jesús no es como Esdrás, un ministro de la Palabra simplemente. Jesús mismo es
la Escritura, el pleno cumplimiento de la ley y los profetas: «Hoy se cumple esta
escritura que acabáis de oír». Más que un testigo ocular, Jesús es el único que
realmente conoce al Padre y lo revela, según su beneplácito (Mt 11, 27). A Jesús,
pues, debidamente se le ensalza y en él ha de estar la concentración popular.
Estoy absorto, sin embargo, junto con unos cristanos, en personas y cosas que, aun
religiosas, me hacen perder de vista a Jesús. Entronizo no rara vez ídolos inertes
más que a Jesús vivo que me habla y me desafía en los evangelios y quien me
invita a comer del pan que es su cuerpo y a beber del cáliz de su sangre.
Me quedo fascinado, por ejemplo, de las doctrinas precisas y correctas. Me
cautivan las solemnes ceremonias, los vestimentos de seda, vasos, custodias y
tabernáculos de oro, altares adornados con lujo. Me encantan proclamaciones e
himnos en lenguaje extraño; tanto más ininteligible lo que se dice o se canta,
cuanto más me suena a un encantamiento misterioso y mágico, y por ende, divino.
Ya no aprecio la importancia de una asamblea semejante a la que Esdrás reunió,
compuesta de gente «que podían comprender» la lectura, a los cuales se les leyó
«con claridad» y se les explicó «el sentido de la lectura». En mi manera de pensar
triunfalista, el culto cristiano no puede ser inferior en nada ni al culto solemne en el
templo munificente de Jerusalén ni al culto arcano en los templos paganos de la
antigüedad greco-romana. Sin ninguna duda, he confundido lo esencial, Jesús, con
los accidentes de la inculturación siempre requerida por la Encarnación.
Por consiguiente, me olvido de Jesús, sencillo y pobre, y de la religión pura e
intachable a los ojos de Dios Padre. Este olvido da paso a acepción de personas, a
divisiva conciencia de clase, y al autoritarismo prohibido por Jesús.
Me es necesario escuchar atentamente a Jesús de los evangelios, para apreciar la
sencillez sinónima, según san Vicente de Paúl, del Evangelio (IX, 546), y honrar el
cuerpo de Cristo en los pobres (véase la Homilía 50, 3-4 de san Juan Crisóstomo
sobre el Evangelio de Mateo). El retorno a la fuente viva y el estar abierto al
Espíritu que no divide sino que hace de los bautizados un solo cuerpo de muchos
miembros, me ayudarán tanto a estar realmente atento a Jesús como a integrarle
en mi sociedad, mi cultura, mi actualidad, siendo él el centro de todo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)