DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Valentín Tenas, monje de Montserrat
20 de enero de 2013
Jn 2,1-12
Queridos hermanos y hermanas:
Después de estos días de fiestas, comienza ahora el tiempo ordinario, es decir, un
tiempo en el que vamos viendo cómo Dios actúa en la vida de las personas, con
signos de esperanza, de compromiso y de fidelidad.
La rica liturgia del 6 de enero, la Epifanía, nos proponía contemplar la manifestación
de la divinidad de Jesús en tres aspectos concretos: la revelación a los Reyes Magos,
el testimonio que dio el Padre en el momento del Bautismo de Jesús en el río Jordán,
y el milagro de hoy en Caná, donde Jesús manifiesta a todos su poder divino, su
gloria.
La pequeña y pintoresca villa de Caná de Galilea está incrustada a sol poniente, a
unos 10 km. de Nazaret, patria de Natanael, que se identifica con el apóstol San
Bartolomé, mencionado en el Evangelio de San Juan. Kafar Caná conserva hoy en
día, plenamente vivo, el recuerdo del primer milagro de Jesús, aquel enlace
matrimonial, aquel gozoso encuentro nupcial, ambiente de fiesta, de gente joven,
danzas y alegría, donde el matrimonio humano es santificado por la presencia
personal de Jesús y María.
La compleja fiesta del matrimonio duraba varios días y comprendía una larga serie de
comitivas para ir a buscar a la novia en su casa, un ceremonial de visitas a todos los
familiares, todo amenizado con música gozosa y danzas folklóricas. Como punto final
de la fiesta, el gran banquete de boda pagado por la familia del novio. El protocolo de
camareros y de servidores era supervisado por un jefe de sala, de gran experiencia
profesional, que sabía discernir el vino mejor, reservado indebidamente y servido al
final de la comida, sin saber él la procedencia, de las seis tinajas de piedra llenas de
agua.
La Madre de Jesús, atenta, como todas las madres, a los mínimos detalles y
circunstancias del momento, en medio de la alegría de la fiesta, sabe detectar las
carencias. Mujer de espíritu finísimo, discreto y observador, percibe el ajetreo y la
agitación de los camareros: "No tienen vino". Maria pasará de la observación a la
acción, de la discreción a la eficacia, ella personalmente llama la atención de Jesús
sobre el hecho lamentable que pondría en ridículo al novio y su familia. Dice a los
servidores de mesa: "Haced lo que Él os diga". Son las únicas palabras que el
Evangelio nos ha conservado de María, dirigidas a nosotros, y que tienen un valor de
consigna para todos los cristianos: "Seguir a Jesús y hacer lo que Él nos diga". Santa
María, en Caná de Galilea, toma el rol de Madre atenta para toda la Humanidad.
María, arriba en el Calvario, al pie de la Cruz, toma el rol de la Iglesia orante.
Jesús, siguiendo la fiesta con sus discípulos, recibe la petición de la Madre, pero nos
llama la atención sus palabras de respuesta: "Todavía no ha llegado mi hora". Pero
aún nos llama más la atención su admirable obediencia filial de amor total del Hijo a la
Madre y de la Madre al Hijo.
En Caná, según Jesús, aún no había llegado su Hora mesiánica, pero la petición de la
Madre vence, anticipa el horario establecido por Dios mismo.
El agua de las seis tinajas de piedra es transformada en vino, signo del Nuevo
Banquete de la Alianza Nueva y Eterna: Palabra, Gesto, Señal y Milagro, que revela
los tiempos nuevos, ¡en que el Mesías ya está entre nosotros!
La hora de la manifestación oficial de Jesús no estaba en Caná de Galilea (2,4). Ni
tampoco en los atrios del Templo de Jerusalén, mientras él enseñaba (7,30-8,20). Ni
en el momento en que un grupo de los discípulos abandonan a Jesús (16,32). La hora
de la manifestación de Jesús es el Cenáculo, alrededor de la mesa de la Santa Cena
de la Institución de la Eucaristía (17,1). Y en Getsemaní, en aquella hora de
sufrimiento (Mt 26,45), que le llevará a la Pasión y a la Gloria suprema del tercer día,
su Resurrección. Como lo canta el diácono en el "Exsúltet" de la Solemne Vigilia
Pascual: "¡Que noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo
resucitó de entre los muertos”. ¡Dichosos los invitados al banquete de bodas del
Cordero! Nos dice el libro del Apocalipsis de San Juan.
Nosotros ahora somos invitados a esta mesa, a este Banquete Eucarístico de fiesta
dominical. A compartir el Vino nuevo y el Pan de la Alianza Nueva y Eterna. Cristo nos
preside en la Cruz y María, atenta, en lo alto de su trono de Montserrat, vela por todos
nosotros. ¡Dichosos los invitados a su mesa! ¡Dichosos los invitados a la fiesta!