DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Joan-Carles Elvira, monje de Montserrat
21 de octubre de 2012
Is 53:10-11 / Heb 4:14-16 / Mc 10:35-45
El Evangelio, hermanos y hermanas, es siempre concreto. Busca cambiar nuestro
corazón, renovarlo profundamente, transformar nuestra manera de ver las cosas. El
Evangelio no es un libro abstracto, no pretende transmitir una ideología. Es más bien
un libro iniciático: nos indica un camino a seguir. En una palabra, el Evangelio quiere
favorecer un encuentro personal: el de Jesús con su discípulo. Nos dice: este es el
camino de Jesús, éste debe ser también tu camino. Pero cuando queremos
acompañar a Jesús, de hecho es Él quien nos acompaña a nosotros hacia la Fuente
de la vida, de regreso al Padre que quiere que lleguemos así a la plenitud de nuestra
condición de hijos y de hijas, a la medida perfecta de la nuestra humanidad. En este
camino de conversión, a veces radical, la iniciativa no viene de nosotros pero no se
hace sin nosotros, sin el concurso de nuestra libertad. Somos movidos no por coacción
sino por atracción, para que la obra de Dios llegue a niveles muy profundos de nuestra
persona. De modo que cuando más nos parecemos a Jesús, más nos adentramos en
aquella parte de nosotros mismos que es más real, más pura, allí donde habita el
Espíritu de Aquel que nos creó a su imagen y semejanza. El camino de regreso al
Padre pasa, sorprendentemente, por el camino de regreso a nuestra verdad más
íntima.
Y ¿qué nos dice esa verdad más profunda? Nos dice que la vida que Dios nos da la
tenemos que poner al servicio de su Reino, al servicio de los demás. Es la lógica del
Evangelio: lo que no se da, se pierde. Las tres lecturas de hoy nos muestran hasta qué
extremos este "ser-para-los-demás" se cumple en Jesús, el Hijo de Dios: mi Siervo
justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos , nos ha dicho el profeta
Isaías. La carta a los Hebreos, por su parte, nos presenta a Jesús como el sumo
sacerdote ... que no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades ... porque ha
sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado . Finalmente, el
Evangelio de Marcos ve a Jesús como el Hijo del hombre no ha venido para que le
sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos . ¿Qué experiencia de amor
tan grande, la de Jesús! Solidaridad con nuestra debilidad hasta hacerse suyo nuestro
pecado; servicio hasta el extremo de la donación de sí mismo; experiencia del
sufrimiento humano hasta la compasión redentora... Sufrimiento, sí, pero no
"dolorismo". Sufrimiento por amor, sufrimiento porque se quiere mucho. El amor es la
clave para comprender el misterio pascual de Cristo. Los textos del Nuevo Testamento
que parecen ensalzar el sufrimiento, hablan en realidad del amor de Dios que llega
hasta el don total de sí mismo a favor del ser querido. Recordemos aquellas palabras
de Jesús: nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Entonces comprendemos que Jesús ha tomado sobre sí los sufrimientos de la
condición humana por amor a todos y así su sufrimiento puede ser vivido no como un
castigo merecido o como un destino ciego y absurdo, sino como un reencuentro con el
Amor y como un camino hacia la Vida.
Preguntémonos ahora: ¿por qué la compasión y el servicio de Jesús es tan
importante? Porque sólo desde la compasión y el servicio, conseguimos ver el mundo
correctamente. Es por ello que, en este tiempo de desorientación general,
necesitamos más que nunca personas compasivas y solidarias que recuerden a los
poderosos de este mundo que Dios hunde a quienes elevan y ensalza a los que se
abajan. En todo caso, la Iglesia, los cristianos, deben ser los primeros en comportarse
de una manera alternativa a los modos de hacer del mundo: Vosotros nada de eso,
nos dice hoy Jesús ...