SOLEMNIDAD DE LA VIRGEN DE MONTSERRAT
Homilía del Sr. Cardenal de Barcelona, Dr. Lluís Martínez Sistach
27 de abril de 2012
Hch 1,12-14; Ef 1,3-6; Lc 1, 39-47
Nos hemos reunido con el corazón lleno de alegría para encontrarnos de nuevo con el
Señor resucitado en la celebración de la Eucaristía. Lo hacemos en la solemnidad de
la Virgen de Montserrat y en su Santuario, a los pies de la patrona de Cataluña.
Participamos en la alegría de María que se alegró muchísimo por la resurrección del
Hijo de sus entrañas virginales. Es para todos nosotros una alegría celebrar aquí la
fiesta de nuestra querida Madre.
Jesús cuando se apareció a los discípulos con Tomás, le dijo a este discípulo
incrédulo, felices aquellos que crean sin haber visto. El Señor le habló de la felicidad
de la fe, de este maravilloso don de Dios que recibimos inmerecidamente. Dios ha
alabado en toda la historia de la salvación la fe de los creyentes y la felicidad de la fe.
Hoy también lo hemos escuchado en el Evangelio las palabras inspiradas de Isabel a
María.
El Evangelio nos ha hablado de la visitación de María a su pariente Isabel que
esperaba un hijo. Enterada por el ángel en la Anunciación, María grávida del Verbo de
Dios, se fue decididamente a la montaña para ayudar a aquella que era mayor que
ella, que era considerada como estéril y que estaba de seis meses.
En esta decisión de María aparece manifiestamente el amor de la concebida sin
pecado original, la Inmaculada, la llena de gracia. Su amor la llevó a viajar para
acompañar y ponerse al servicio de su pariente que esperaba un hijo, ella que ya era
mayor. No fue una visita de cortesía, sino que se quedó allí tres meses hasta el
nacimiento de Juan, el Precursor.
La disponibilidad y el servicio de María además de ser una expresión de amor a Isabel,
tiene una connotación que conviene poner de relieve. El ángel le había anunciado que
seria madre de Jesús que "será grande y será llamado Hijo del Altísimo". Ella no se
justificó para no ir a la montaña y ayudar a Isabel con la excusa de que esperaba el
Hijo de Dios, aquel de quien Juan dijo después que no era digno de desatarle las
sandalias.
Este acto de amor de María llevando en su seno virginal al que es el Amor, nos ofreció
la primera manifestación, por parte de una mujer, de la divinidad del niño que llevaba
la Virgen María en su seno. El fragmento evangélico que hemos escuchado nos dice
que cuando entró en casa de su pariente Isabel, ésta, al responder a su saludo y
sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, "llena del Espíritu Santo", a su vez saludó
a María a voz en grito: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre".
Como sabéis esta exclamación o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el
"Avemaría", como una continuación del saludo del ángel, y se convirtió así en una de
las plegarias más frecuentes de la Iglesia y que se ha rezado en este Santuario por
una miríada de peregrinos que vienen con fe y devoción a venerar a la Virgen de
Montserrat.
Isabel movida por el Espíritu Santo hace a continuación una profesión de fe en el
Mesías que se ha encarnado en el seno virginal de María. Así pues, son aún más
significativas las palabras contenidas en esta pregunta que le hace Isabel con una
actitud de fe y de agradecimiento: "¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi
Señor?". Con estas palabras reconoce y proclama que ante ella está la Madre del
Señor, la Madre del Mesías. Y de este testimonio participa también el hijo que Isabel
lleva en su seno y este niño es el futuro Juan Bautista, que en el Jordán señalará al
Mesías en Jesús y lo hará también a sus discípulos.
María visitó a su parienta Isabel porque la amaba y por eso hizo presente a Dios, ya
que Dios es amor. Cuando amamos hacemos presente a Dios en las personas. Por
eso, la evangelización debe realizarse fundamentalmente amando. El testimonio de la
vida de fe, esperanza y caridad es absolutamente necesario para anunciar a Jesús y
su evangelio. Sin embargo no es suficiente, ya que como nos recordó Pablo VI, en su
exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi , aquel testimonio deberá ser explicitado con
la palabra presentando a Jesús, Dios y hombre, salvador del género humano.
Así pues, necesitamos evangelizar con el testimonio de la vida y con la palabra. Hoy la
Iglesia está abocada a la nueva evangelización, dada la realidad de nuestras
sociedades europeas occidentales muy secularizadas y donde muchas personas viven
como si Dios no existiera. Por ello, el Plan Pastoral de la Archidiócesis de Barcelona
está centrado en la evangelización y su primer objetivo prioritario consiste en dar a
conocer a Jesús a quienes no lo conocen.
Las palabras de Isabel dirigidas a María tienen un sentido muy pleno y hay que poner
de relieve también lo que dice al final: "¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te
ha dicho el Señor se cumplirá". La felicidad de la fe es algo muy importante en el
Evangelio. Como nos ha dicho el Papa Beato Juan Pablo II, este texto revela un
contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar
realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque "ha creído"
( Redemptoris Mater , 12 ). La plenitud de gracia anunciada por el ángel, significa el don
de Dios mismo. La fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica cómo la
Virgen de Nazaret ha respondido a este don.
La fe de María puede ser comparada a la fe de Abraham, llamado por el Apóstol
"nuestro padre en la fe" (Rom 4, 12). En la obra salvadora de Dios, la fe de Abraham
constituye el comienzo de la Antigua Alianza; la fe de María en la anunciación da
comienzo a la Nueva Alianza. Tal como Abraham "esperando contra toda esperanza,
creyó y se convirtió en padre de muchas naciones" (Rom 4, 18), así María, en el
instante de la anunciación creyó que por el poder del Altísimo, por obra del Espíritu
Santo, se convertiría en la Madre del Hijo de Dios según la revelación del ángel:
"darás a luz un hijo… Será grande, se llamará Hijo del Altísimo" (Lc 1, 35). María creyó
y se cumplió todo lo que le había sido dicho.
María, bajo la advocación tierna y entrañable de la Virgen de Montserrat, es también
Madre nuestra por voluntad de su Hijo en la cruz. Ella está pendiente de nuestras
necesidades espirituales y materiales. Y hoy son muchas como consecuencia de la
crisis económica y de valores que vivimos. María se pone entre su Hijo y los hombres
y las mujeres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Ella hace
de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente
de que como tal hace presente al Hijo -como lo hizo en las bodas de Caná- las
necesidades de los hombres y las mujeres de hoy y de siempre. Con esta confianza
nos acercamos con la oración y con nuestra peregrinación a este Santuario, a la
Virgen de Montserrat, la Madre de Jesús y Madre nuestra, para que vele por nuestras
necesidades materiales y espirituales. Y ella nos dirá como lo hizo también a los
sirvientes en aquella boda, "haced lo que Jesús os diga". Que así sea.