DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Bonifacio M. Tordera, monje de Montserrat
20 de septiembre de 2009
Si ahora le hiciéramos la pregunta ¿qué razón, qué motivo tiene cada uno para asistir
a esta celebración?, seguramente resultaría una polifonía y quizá no demasiado
concordante.
Pero es incuestionable que el motivo que nos ha reunido - tanto si se es consciente
como inconsciente - es la llamada de Cristo. Es Él quien nos ha convocado para
reunirnos en su cuerpo visible, la Iglesia: "Allí donde dos o más están reunidos en mi
nombre allí estoy yo." Reunidos, pues, en asamblea sacramental escuchamos la
palabra del Señor, como la Esposa que desea oír la voz del Esposo, y, sobre todo,
compartimos su cuerpo y su sangre en la mesa de sus misterios, realizando su
mandato: "Haced esto en memoria mía: esto es mi cuerpo que será entregado por
vosotros; esta es mi sangre que será derramada por vosotros". Y esto lo hacemos
dando gracias a Dios Padre por su designio salvador.
¿Qué nos han dicho los textos que hemos escuchado?
a) El libro de la Sabiduría describía el disgusto que causa el justo en medio de
una sociedad pagana y la prueba de muerte vergonzosa a que lo quieren
condenar. Este texto, en la mente de la Iglesia, es una profecía de lo que Jesús
dice en el Evangelio de hoy, " El Hijo del hombre va a ser entregado en manos
de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días
resucitará."
b) La carta de Santiago nos hablaba de las dificultades de convivencia en una
comunidad cristiana (un problema que no es de hoy). Y es que la convivencia
no es fácil. Las causas que originan las desavenencias son, dice Santiago, los
celos y las rivalidades y, por otro lado, los motivos carnales incontrolados y
desproporcionados. Esta no puede ser la actuación del cristiano, miembro de
Cristo, templo del Espíritu, hijo de Dios que es naturalmente dominado en sus
instintos, generoso en sus posiciones, humilde en sus ambiciones. Es nueva
criatura que actúa "en Cristo" y según el Cristo que no vino a ser servido ni a
aspirar a ninguna posición dominante sino a servir y dar su vida. Quien busca
ansiosamente sobresalir tiene instintos paganos todavía. No tiene el espíritu de
Cristo. Los méritos no se buscan sino que te los encuentras, porque se
merecen por el comportamiento.
c) Por último ¿qué nos decía Jesús después de la experiencia de la
transfiguración y caminando decidido hacia Jerusalén? Anuncia por segunda
vez su muerte a mano de los hombres y consecuentemente la resurrección por
la fuerza del Padre. Tan fuerte es su confianza en el Padre. Y yo añadiría, en sí
mismo, ya que estaba unido al Padre profundamente. Pero los discípulos no lo
entendían. ¿Por qué? Porque sólo tenían en mente preocupaciones
temporales, vivían a ras de tierra, no captaban la dimensión superior en la que
vivía Jesús, y, naturalmente, eso de morir no entraba en sus aspiraciones,
discípulos como eran de un maestro excepcional según les parecía. Jesús, en
cambio, no piensa como los hombres, tiene una visión más alta de la existencia
humana, lo veía todo bajo la mirada del Padre. Si era su voluntad, aunque
humanamente sintiera el rechazo, lo aceptará.
Para Jesús y para el Padre, ser grande no es ser primero, sino último y servidor de
todos. Y eso ¿cómo se puede comprender? Sólo desde Dios, que ha amado al mundo
dando su propio Hijo, y éste ha amado a los hombres hasta el extremo de dar la propia
vida. Esta es la manera de ser de Dios, ya que Dios es amor. El amor no busca su
conveniencia sino la del ser querido, el bien del otro, se alegra de que el otro sea más
beneficiado que él mismo. Se contenta con lo que tiene, no se deja llevar por los
afanes de los deseos carnales desbordados.
Para remarcarlo, pone a un niño en medio de todos y lo abraza y lo presenta como
imagen de sí mismo. (Pensemos que en su tiempo un niño no tenía ninguna
importancia, vivía dependiente de los mayores). El que lo acoge, dice Jesús, le acoge
a él mismo, al Cristo. Lo importante, pues, para nosotros seguidores de Cristo, es ser
pequeño.
¿Queréis cosa más desconcertante? Y es que los criterios de Dios son necedad para
los humanos, pero su sabiduría de Dios triunfa de los criterios humanos.
Esto es lo que lleva a Jesús a hacerse pequeño en la Eucaristía: un trozo de pan y un
vaso de vino. Y nosotros, compartiéndola, aceptamos ser también pequeños, para que
también podamos ser ensalzados como Él en la gloria ya que "El que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido."