III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
En todos los órdenes de la vida, el primer discurso de un personaje tiene un
valor muy especial: es programático: presenta líneas fundamentales de lo que será
su acción.
Por eso San Lucas, si bien refiere en forma vaga que Jesús ya predicaba, se
detiene en esta predicación de Jesús en la sinagoga de Nazareth, que de alguna
manera inaugura su ministerio público.
El Evangelio nos narra detalladamente los pasos de Jesús: “entr￳ en la
sinagoga... se puso de pie... fue a hacer la lectura... el ayudante le entregó el libro
de Isaías, Jesús lo abri￳ y busc￳ el texto...”
Para los judíos, el día de culto (que para nosotros es el domingo), era el
sábado por la mañana; y la acción litúrgica que celebraban tenía muchas
semejanzas con nuestras celebraciones de la Palabra: salmos, oraciones, lecturas,
predicación, bendiciones.
También como sucede entre nosotros, para hacer la lectura se invitaba a
cualquier persona capaz. Por eso el Evangelio nos cuenta que Jesús ha asistido,
según su costumbre, al oficio del día sábado, y lo han invitado a hacer la lectura y a
predicar...
+ En el texto del profeta Isaías que lee Jesús, nos encontramos con una
persona que se presenta y describe la misión para la que Dios la ha elegido y
enviado. Esa misión, es la de consolar al pueblo que está en el destierro,
anunciándole la liberación.
Los ciegos y los pobres que aparecen aquí mencionados, son como una
representación de los oprimidos y los cautivos. Y esta liberación que se anuncia no
es un acontecimiento que se deba a vaivenes políticos, sino a un designio
providente de Dios, que ha ungido a este enviado suyo, ha derramado sobre él con
abundancia el Espíritu Santo, y lo ha empapado como el aceite perfumado que se
derrama sobre los sacerdotes y los reyes el día de su consagración. Por eso este
enviado habla de parte de Dios, anunciando “un a￱o de gracia”, es decir, un tiempo
en que se perdonan todas las deudas.
Así, el Espíritu Santo, hablando por medio del profeta Isaías, anuncia que el fin
del destierro es un gesto de la misericordia de Dios, que perdona todas las faltas de
Israel y lo libera de la cautividad que estaba padeciendo como castigo por todas sus
apostasías e infidelidades.
Cuando Jesús hizo esta lectura en la sinagoga de Nazareth, el texto en su
sentido literal se refería a un hecho de la historia de Israel, ya pasada. Pero Jesús,
en su “homilía”, en su interpretación, lo traslada a la situación actual de los
 
oyentes: es decir, hace ver que la situación de opresión, de falta de libertad que
vivía el pueblo cuando estaba desterrado, en cierto sentido aún continúa. Porque
para ser verdaderamente libre, no basta con estar fuera de una cárcel: se puede
estar prisionero casi sin darse cuenta, entre rejas muy diversas: prisionero
del dinero, de la moda, del que dirán los demás, del deseo de poder, del
desenfreno sexual, del deseo de pasarla bien y nada más, etc... Todos
estos modos de ser esclavos necesitan liberación.
La interpretación de Jesús nos lleva a descubrir en el mundo a la gran masa de
ciegos y pobres, de cautivos y oprimidos que esperan la llegada del portador de la
Palabra de Dios que le anuncie la liberación.
Y el mismo Jesús es ese Profeta ungido por el Espíritu Santo de Dios que
puede anunciarles a todos la Buena Noticia de que su condición ya ha cambiado,
desde el momento que Él se ha hecho presente.
Hay muchas personas que constituyen este grupo al cual el Evangelio llama
“pobres”, y a los cuales hay que anunciarles la Buena Noticia de que a llegado el
año de gracia del Señor.
De un modo muy especial, este anuncio va dirigido a los incrédulos y a los
grandes pecadores...
Se puede ser pobre de pobreza material; o por ignorancia; o por ser muy
pecador; o por estar señalados por la sociedad: la Buena Noticia (eso es lo que
significa la palabra Ev-angelio ) de la Salvación es para todos ellos.
+ ¿Porqué decimos todas esas cosas hoy?
Porque cuando se proclama el evangelio en la Misa, es el mismo Jesús el que
está presente hablando a los creyentes... Nunca debemos escuchar la
proclamación del Evangelio como quien escucha relatos de cosas pasadas.
+ La Palabra de Dios no envejece: está tan fresca (y más!) que cuando se la
escribió. Jesús mismo, presente en la Iglesia que se reúne para orar, nos vuelve a
leer hoy el texto de Isaías, y también nos dice a nosotros: “Esta profecía se ha
cumplido hoy”.
Jesús nos trae hoy la Buena Noticia : la Salvación, el perdón, la transformación
de los corazones, un mundo nuevo, en el que los que son moralmente más débiles
son recibidos con el amor de Cristo.
Por eso la impresionante emoción del Pueblo de Dios al escuchar la lectura de
la Biblia (Iº Lect.); por eso hemos aclamado la Palabra en el Salmo Responsorial;
por eso Israel proclama dichosa a María: “por haber creído en lo que fue anunciado
de parte del Se￱or”.
Y lo mismo queremos hacer nosotros hoy...