EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Tercer Domingo del tiempo ordinario
Libro de Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10.
El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las
mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Era el primer día del
séptimo mes.
Luego, desde el alba hasta promediar el día, leyó el libro en la plaza que está ante
la puerta del Agua, en presencia de los hombres, de las mujeres y de todos los que
podían entender. Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley.
Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho
para esa ocasión. Junto a él, a su derecha, estaban Matitías, Semá, Anaías, Urías,
Jilquías y Maaseías, y a su izquierda Pedaías, Misael, Malquías, Jasúm, Jasbadaná,
Zacarías y Mesulám.
Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo - porque estaba más alto que todos
- y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie.
Esdras bendijo al Señor, el Dios grande y todo el pueblo, levantando las manos,
respondió: "¡Amén! ¡Amén!". Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor
con el rostro en tierra.
Ellos leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de
manera que se comprendió la lectura.
Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que
instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: "Este es un día consagrado al Señor,
su Dios: no estén tristes ni lloren". Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras
de la Ley.
Después añadió: "Ya pueden retirarse; coman bien, beban un buen vino y manden
una porción al que no tiene nada preparado, porque este es un día consagrado a
nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de
ustedes".
Salmo 19(18),8.9.10.15.
La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.
Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.
La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.
¡Ojalá sean de tu agrado
las palabras de mi boca,
y lleguen hasta ti mis pensamientos,
Señor, mi Roca y mi redentor!
Carta I de San Pablo a los Corintios 12,12-30.
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos
miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también
sucede con Cristo.
Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo
-judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo
Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos.
Si el pie dijera: "Como no soy mano, no formo parte del cuerpo", ¿acaso por eso no
seguiría siendo parte de él?
Y si el oído dijera: "Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo", ¿acaso dejaría
de ser parte de él?
Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde
estaría el olfato?
Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan
establecido.
Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito", ni la cabeza, a los pies: "No
tengo necesidad de ustedes".
Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son
necesarios,
y los que consideramos menos decorosos son los que tratamos más
decorosamente. Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor
respeto,
ya que los otros no necesitan ser tratados de esa manera. Pero Dios dispuso el
cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan,
a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean
mutuamente solidarios.
¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido?
Todos los demás participan de su alegría.
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese
Cuerpo.
En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar,
como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores.
Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el
don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas.
¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen
milagros?
¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de
interpretarlas?
Evangelio según San Lucas 1,1-4.4,14-21.
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se
cumplieron entre nosotros,
tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo
testigos oculares y servidores de la Palabra.
Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo
también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado,
a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con del poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la
región.
Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en
la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde
estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me
envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y
la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían
los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que
acaban de oír".
Comentario del Evangelio por
San Ambrosio (c 340-397), obispo de Milán y maestro de San Agustín,
doctor de la Iglesia
Comentario al salmo 1, 33; CSEL 64, 28-30
“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”
Sacia tu sed en el Antiguo Testamento para, seguidamente, beber del Nuevo. Si
tú no bebes del primero, no podrás beber del segundo. Bebe del primero para
atenuar tu sed, del segundo para saciarla completamente... Bebe de la copa del
Antiguo Testamento y del Nuevo, porque en los dos es a Cristo a quien bebes. Bebe
a Cristo, porque es la vid (Jn 15,1), es la roca que hace brotar el agua (1Co, 10,3),
es la fuente de la vida (Sal 36,10). Bebe a Cristo porque él es “el correr de las
acequias que alegra la ciudad de Dios” (Sal 45,5), él es la paz (Ef 2,14) y “de su
seno nacen los ríos de agua viva” (Jn 7,38). Bebe a Cristo para beber de la sangre
de tu redención y del Verbo de Dios. El Antiguo Testamento es su palabra, el Nuevo
lo es también. Se bebe la Santa Escritura y se la come; entonces, en las venas del
espíritu y en la vida del alma desciende el Verbo eterno. “No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4). Bebe, pues de este Verbo,
pero en el orden conveniente. Bebe primero del Antiguo Testamento, y después, sin
tardar, del Nuevo.
Dice él mismo, como si tuviera prisa: “Pueblo que camina en las tinieblas, mira
esta gran luz; tú, que habitas en un país de muerte, sobre ti se levanta una luz” (Is
9,1 LXX). Bebe, pues, y no esperes más y una gran luz te iluminará; no la luz
normal de cada día, del sol o de la luna, sino esta luz que rechaza la sombra de la
muerte.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”