III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
El Evangelio liberador de los pobres
El crecimiento exagerado del número de los que no tienen trabajo, de los
endeudados y de los desahuciados es cada vez más alarmante. El progresivo
empobrecimiento de las clases medias en la sociedad española, el abismo creciente
que separa a los “megarricos” del mundo de la gran masa de pobres y hambrientos
de la humanidad, así como la desigualdad en el reparto de los bienes y productos
de la tierra, constituyen las grandes dinámicas económicas y sociales que requieren
ser analizadas a fondo y ser afrontadas con perspectivas nuevas que permitan abrir
paso a nuevos procesos que conduzcan a un verdadero cambio de sistema social y
económico en el orden internacional. El mensaje liberador del evangelio en el texto
programático de Lucas, que presenta a Jesús en la sinagoga de Nazaret, pone a los
pobres como centro de la mirada de Jesús y destinatarios prioritarios del amor y de
la liberación que lleva consigo la gracia del Señor.
En esta escena evangélica (Lc 4,16-30) Jesús abre la Escritura en el pasaje que
proclama la misión profética de Isaías por encargo divino (Is 61,1-3). Pero Jesús
no solamente lee la Escritura sino que al mismo tiempo la abre y la interpreta. La
singularidad de su proclamación y lo asombroso de su interpretación contrasta con
la reacción negativa de sus convecinos nazarenos. “El Espíritu del Señor está sobre
mí porque él me ungió para evangelizar a los pobres, me ha enviado a anunciar a
los cautivos liberación y a los ciegos visión, a poner a los oprimidos en libertad, a
proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19) . El núcleo del mensaje de Jesús
al asumir las palabras del profeta Isaías pone un énfasis en la nueva visión que él
proclama para los ciegos y, podríamos decir también, para los obcecados. Es
preciso abrir los ojos para ver la realidad como la ve Jesús, de modo que
concentrando la atención, como los profetas, en los empobrecidos, en los oprimidos
y en los cautivos, se abran los caminos de la gracia que orienten a las gentes de
todos los pueblos hacia una vida digna y hacia la libertad. Éste es el mensaje de
Jesús. Los primeros destinatarios de su mensaje liberador son los pobres. Su
mirada está centrada en ellos y nos sigue apremiando para que, estrechamente
vinculados con él, los que formamos un solo cuerpo, activemos una respuesta
solidaria y liberadora. La novedad de la visión de un mundo como un único cuerpo
en el que todos los miembros se necesitan y buscan el bien de todos los órganos,
basándose en la dignidad de cada uno y en el dinamismo espiritual de todo el
organismo (cf. 1 Cor 12,12-30).
Pero la atención a los empobrecidos del mundo y la solidaridad con las víctimas de
la constante tragedia de la pobreza económica en cualquier parte del planeta son
desafíos que reclaman no sólo sentimientos solidarios sino respuestas operativas y
permanentes, estructuradas y organizadas, desde el amor y la justicia, que nazcan
de una nueva cultura samaritana, de una nueva mentalidad altruista y de una
nueva visión liberadora de las personas y de los pueblos. En el “Hoy” pronunciado
por Jesús al presentarse en Nazaret están todos los días de la historia en que él nos
abre el Evangelio liberador y con él la perspectiva de la fraternidad humana.
El texto de Isaías subyacente en este fragmento del evangelio de Lucas queda
recortado por la lectura de Jesús. Es un pasaje del Tercer Isaías (s. V a. C.) en el
contexto de la tradición antiquísima de los años sabáticos y jubilares de Israel, en
cuanto instituciones sociales, económicas y religiosas del pueblo de la Alianza,
tendentes al reajuste de los múltiples desequilibrios sociales, de las desigualdades
económicas y de las injusticias clamorosas que en el transcurso de la historia se
producían en seno del pueblo de Dios. La misión del profeta consiste en la
proclamación del año de gracia del Señor como un tiempo de alegría y de liberación
para los pobres, los oprimidos y los cautivos.
La misión del profeta es llevar la buena noticia a los pobres y el anuncio gozoso de
la libertad para los cautivos. Este magnífico oráculo destila la alegría de la
liberación y del consuelo por el cambio de situación que ha de producirse en Israel
de donde desaparecerá la injusticia, la opresión y la pobreza. Jesús hace suyas
aquellas palabras de Isaías para presentarse ante los suyos en Nazaret como
portavoz de un año de gracia del Señor, consistente en el anuncio de la Buena
Noticia a los pobres y de la liberación de los oprimidos. Éste fue el objetivo
prioritario de su mensaje y de su actividad mesiánica y profética. Sin embargo, en
el evangelio de Lucas, Jesús hace una lectura algo diferente del texto de Is 61,1-2.
Al insertar la frase “libertar a los oprimidos” de Is 58,6 y eliminar la de “un día de
venganza” está dando una orientación más precisa a su misión evangelizadora,
acentuando el sentido liberador y profético de su unción divina. Los pobres carecen
de medios básicos para una vida digna, los cautivos son los endeudados carentes
de recursos económicos para afrontar sus deudas y privados por ello también de
libertad, los ciegos carecen de visión, y los oprimidos, de libertad. Con la
combinación de textos isaíanos resalta el marcado carácter liberador de la
interpretación de Jesús. Su intervención profética liberadora a favor de los
empobrecidos, de los cautivos por endeudamiento y de los oprimidos, delata la
situación opresora de la que son víctimas.
Tras su lectura en la sinagoga Jesús afirma solemnemente: “Hoy se ha cumplido
ante vosotros esta Escritura” (Lc 4,21). En su persona, en su interpretación de la
Escritura, en su mensaje evangelizador se actualiza la intervención portentosa de
Dios a favor de los empobrecidos de la tierra y en contra de los enriquecidos a
costa de aquellos. La omisión evangélica del “día de venganza” anunciado en Is 61,
1-2 no elimina el sentido de juicio crítico del día del Señor ni del año de gracia. El
juicio contra los poderosos, contra los ricos, los explotadores y los tiranos está
presente en este evangelio con un énfasis especial. Por ejemplo, en el cántico de
María al comienzo del Evangelio (Lc 1,46-55) se hace patente la confianza en el
Dios que da pan a los hambrientos y despide de vacío a los ricos, que derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Las bienaventuranzas lucanas a
favor de los pobres (Lc 6,20-23) tienen la contrapartida y “el desquite” de las
malaventuranzas contra los ricos (Lc 6,24-26). El juicio último de Dios sobre la
historia humana revela su justicia y se manifiesta en la inversión de la situación
social imperante, tal como cuenta la parábola de Lázaro y el rico (Lc 16,19-34); y la
auténtica conversión a Jesús implica un cambio radical de la persona en el aspecto
económico, de lo cual es un paradigma la figura de Zaqueo (Lc 19,2-10). Así pues
la cancelación de las palabras de venganza en el texto programático de Lucas no se
ha de entender como una pérdida de radicalidad del sentido profético de la justicia
social en el año de gracia, sino más bien con una orientación diferente del mismo y
que, según el texto lucano que leeremos la próxima semana, nos abre a una
comprensión universalista del mensaje evangelizador y salvífico de Jesús.
Todos los cristianos hemos sido ungidos para llevar a cabo la misma misión
liberadora de Cristo a favor de los empobrecidos. Para ello hemos de ver con
profundidad profética el fondo de todo lo que sucede en la gran crisis actual. La
crítica abierta al capitalismo financiero no regulado, realizada por todos los teóricos
críticos del momento presente y asumida por Benedicto XVI, así como las diferentes
teorías sociales que apuntan hacia una verdadera “democracia económica” en las
líneas de D. Schweickart (2001) y A. Comín (2012) o hacia un paradigma
poscapitalista centrado en el “bien común” según B. Daibert y F. Houtart (2012),
son exponentes de nuevos procesos y marcos teóricos de nuevas visiones. El
mensaje liberador del Evangelio es para los creyentes la principal fuente espiritual
de nuestra identidad y de nuestra misión en la opción prioritaria por los pobres,
siguiendo a Jesús de Nazaret.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura