DOMINGO 3º T.O. (C)
Lecturas: Ne 8,2-6.8-10; Icor 12,12-30; LCD 1,1-4;
4,14-21
Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
El Espíritu Santo en Cristo,
el Espíritu Santo en nosotros.
Esdras, un sacerdote, y Nehemías, un laico,
funcionario nombrado gobernador de Judea por el rey
persa, son los elegidos por Dios para realizar su voluntad
de acabar con el destierro en Babilonia, castigo de sus
idolatrías. No fue fácil, pero ayudados por Dios lo
consiguieron. Lograron animar a la vuelta a miles de sus
hermanos y repoblaron Jerusalén, reconstruyeron la
ciudad y las murallas y el templo. Los libros bíblicos de
Esdras y Nehemías, que originalmente formaban un solo
volumen, narran su obra.
Aquel pueblo, pese a sus gravísimos desvaríos del
pasado, seguía siendo el “Pueblo elegido”. Dios es fiel y
como lo prometió, no les fue mal en Babilonia. Muchos
judíos tuvieron puestos importantes en la
administración del estado; la religión y la cultura judías
eran apreciadas. De hecho un buen número de judíos
quedó todavía en tierra de Babilonia.
Tales hechos nos muestran que Dios no está
ausente, sino dirige el mundo con su providencia.
Ninguno de los hombres le somos indiferentes y todo lo
organiza para bien de los que quiere salvar, que son
todos los hombres (c. Ro 8,28). Y como vemos en esta
lectura y otras muchas que podríamos seleccionar, Dios
tiene una voluntad sobre cómo ha de ser nuestra
conducta en este mundo, que debe estar integrada por
actos religiosos y también por actos, digamos, profanos.
Entiendo por actos profanos aquellos que no se dirigen
inmediatamente a Dios, sino a las cosas del mundo, a la
atención de las propias necesidades y también ajenas de
esta vida terrena.
El hombre es el único ser en el mundo semejante
a Dios, que le puede conocer, agradecer, alabar,
reconocer, amar. Es tan importante este fin del hombre,
que para él ha creado todo el resto de la creación. La
vida ciudadana, la familia, el necesario trabajo, toda
actividad que desarrolle los dones que Dios ha puesto en
nuestras manos, deben integrarse en un conjunto,
inspirado por la palabra de Dios, donde se realice y brille
la fe en la bondad y amor de Dios. Por eso no es buen
cristiano quien vacía su vida religiosa de deberes
profesionales o sociales, ni lo es el que en el otro
extremo prescinde de Dios en su vida y se limita a
simplemente a no hacer mal a nadie. Cristo condenará
en el juicio final a los que se limiten a no hacer el mal. Al
comienzo de la misa pedimos perdón también por los
pecados de omisión.
La segunda lectura desarrolla la explicación de la
Iglesia como cuerpo de Cristo, que es su cabeza y fuente
de vida, siendo sus miembros todos nosotros, animados
por el Espíritu, que nos da Cristo y hemos recibido en el
bautismo y la confirmación. El mismo Espíritu suscita en
cada uno misiones diferentes y complementarias, que
sirven al conjunto de la Iglesia en el cumplimiento de su
misión en el mundo. Misiones y ministerios diferentes
son los propios del Papa, los de los obispos, sacerdotes,
profesores de teología, padres y madres de familia,
religiosos y religiosas, etc. Es imposible hacer una lista
completa. Lo importante es estar activo.
Pero quisiera advertir una cosa. Un miembro del
cuerpo, por ejemplo el oído, necesita que participe de la
vida del conjunto para oír y distinguir los diversos
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sonidos. Cada uno de nosotros necesitamos de la
participación del Espíritu para poder servir a la Iglesia.
Por eso la unión con Cristo por los sacramentos, la
oración y las virtudes sobrenaturales (fe, esperanza y
caridad). Por eso es tan importante la misa dominical.
Nos pone al pie de la cruz; en ella el Corazón de Jesús
nos da a beber del agua y sangre que brotan de su
costado y nos da una inyección de Espíritu que renueva
nuestras fuerzas espirituales.
El texto del evangelio contiene primero los cuatro
versículos del comienzo del libro y luego salta los
misterios de la infancia de Jesús, su bautismo y
tentaciones, y nos lleva directamente al comienzo de su
apostolado. En rigor no parece que Jesús empezase su
obra apostólica en Nazaret, pero a Lucas interesa
subrayar que Jesús, lleno del Espíritu Santo en el
bautismo, es llevado por su fuerza a la oración del
desierto y en toda su vida apostólica, y que esto cumplía
lo predicho por Isaías en las profecías del Siervo, que
anuncian lo más destacado de la figura del Mesías.
“El Espíritu Santo está sobre mí, porque Él me ha
ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los
pobres, para anunciar a los cautivos (del pecado) la
libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los
oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor…
Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. Lucas
quiere subrayar que la humanidad de Cristo fue capaz de
ser instrumento y transparentar la presencia de Dios
porque el Espíritu Santo habitaba en ella. Lucas indica
también, cuando recuerda las últimas recomendaciones
de Jesús antes de la ascensión, que ese mismo Espíritu
Santo necesitaban los apóstoles y todos los creyentes
para realizar su misión. Por eso les dice: “Quédense en
la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto”
(Lc 26,49).
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Recordemos que estamos en el Año de la fe. Para
testimoniar nuestra fe y dar razón de ella (1Pe 3,15)
debemos estudiarla, sí; pero sobre todo debemos pedir
que el Espíritu Santo nos llene. Esto es lo que hizo
aquella primera comunidad de Jerusalén y por eso fue
tan fecunda. Esto deben hacer las familias, las personas,
los grupos, las parroquias.
Que María Santísima, que por obra del Espíritu fue
hecha Madre de Dios, como Madre también de la Iglesia,
nos alcance esa gracia.
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