DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Cebrià Pifarré, monje de Montserrat
19 de septiembre de 2010
Lc 16,1-13
No debe sorprendernos que Jesús, en su predicación, a menudo hiciera referencia a la
"riqueza engañosa", y no se privara de advertir sobre el peligro que el afán de dinero y
de poder termine por esclavizar el corazón de las personas. Las narraciones del
evangelista de San Lucas lo consignan con no pocos detalles. De hecho, impresiona
constatar cómo la vida misionera de Jesús está toda marcada por la opción a favor de
los desvalidos y por un anhelo apasionante en favor de la justicia de Dios. No en vano
se ha dicho que Jesús tomó en sus manos la causa de Dios en pro de los indefensos y
excluidos de la sociedad. Sus palabras sobre el dinero injusto y sobre la necesidad de
emplear la riqueza engañosa, acumulada con frecuencia a costa de explotar a los que
viven en la penuria, debía resonar como un latigazo en una sociedad en la que tan
sólo unas pocas familias adineradas de Jerusalén y los grandes terratenientes de
Tiberíades gozaban de poder adquisitivo. En tiempos de Jesús, buena parte de la
población, gente campesina, vivía sin dinero, intercambiando productos en un régimen
de mera subsistencia. Era frecuente el caso de familias campesinas que, no pudiendo
satisfacer la deuda contraída en un préstamo, se veían obligadas a venderse como
esclavos de un amo prepotente. La economía de mercado sin alma, que tan sólo
busca la ganancia inmediata y, obviando los principios éticos más elementales, no
tiene en cuenta la dignidad de las personas y el respeto por la tierra, un capitalismo sin
rostro, falto de verdadera humanidad, ¿no sería, en nuestros días, la versión de un
mundo que olvida la justicia de Dios?
La vida de profeta itinerante, que vive a la intemperie, sin tener donde reclinar la
cabeza, hacía de Jesús un hombre libre. Él podía hablar de la justicia de Dios y de las
preferencias por los pobres con libertad inaudita. Pero sus palabras sobre las
"riquezas" acumuladas injustamente y sobre la necesidad de compartir con quien
experimenta el desvalimiento, no fueron bien acogidas. En el ámbito de la actividad
económica, el mensaje de Jesús resultaba incómodo. Nos dice san Lucas que "unos
fariseos, amigos de las riquezas, al escuchar estas palabras de Jesús, se reían de
él". Preocupados sólo por conocer y cumplir con todo detalle la ley, les molestaba
mucho que Jesús hablara del dinero, y les recordara que " no podéis servir a Dios y al
dinero". La riqueza, según la tradición bíblica, debieron pensar, ¿no era acaso una
bendición de Dios? Pero esta visión de la riqueza, del éxito económico y de la
prosperidad como un signo de la bendición de Dios, no es la visión del evangelio de
Jesús. Ganar dinero, gastarlo y disfrutarlo a cualquier precio, sin tener nada en cuenta
los carentes de recursos para vivir, es cosa impropia del discípulo de Jesús. Las
palabras que hemos escuchado en el evangelio de hoy, al final de la parábola del
administrador infiel, son claras: "ganaos amigos con el dinero injusto, para que,
cuando os falte, os reciban en las moradas eternas". En la perspectiva del evangelista
Lucas, siempre preocupado por la misericordia, la invitación de Jesús nos recuerda
algo importante: los bienes de este mundo son inconsistentes y pasajeros, más que
dueños, nosotros somos administradores, y la mejor inversión que podemos hacer es
ponerlos al servicio de un reparto equitativo. Poner en ellos la plena confianza es una
insensatez. El dinero es como un mal amo que te esclaviza, y a la hora de dejar este
mundo nada nos llevamos de lo que hayamos podido acumular. Lo único que cuenta a
la hora de la verdad es haber compartido todo lo que somos y todo lo que tenemos
con los más necesitados de entre los hijos de Dios. A la luz del Reino que Jesús
anuncia, el uso desinteresado y generoso del dinero es un signo de lucidez cristiana
en relación al sentido de los verdaderos valores.