III Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Martes
Jesús inaugura la nueva Alianza, la familia de los hijos de Dios. Y con su
sacrificio redentor nos salva
“En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y
quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada
a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus
hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi
madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban
sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis
hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi
hermana y mi madre»” (Marcos 3,31-35).
1 . “En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús,
y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente
sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y
tus hermanas están fuera y te buscan»”. Ya sabemos que los
«hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás
familiares.
En el Nuevo Testamento se inaugura un nuevo concepto de familia,
los que creen en Jesús, como Hijo de Dios vivo: estos forman la familia de
Jesús: los doce Apóstoles y muchos otros discípulos como Marta, María y
Lázaro… lo que leemos hoy vamos a ponerlo en relación con el gran amor
que Jesús tiene a su madre, a José y a su gente. Porque no podemos ver un
texto en solitario, y mucho más cuando “golpea” sobre un aspecto, cuando
lo subraya con contundencia; el contexto –es decir, el tono general de los
otros textos- y sobretodo la tradición apostólica, dan "el espíritu" que late
tras estos sentimientos de Jesús, que toma distancia sobre su ligazón con
su familia de sangre, queriéndolos mucho, para establecer una intimidad
nueva en su familia digamos “apostólica”. Esto nos sitúa en un contexto de
Iglesia como familia, donde las comunidades, instituciones por así decir,
pueden tener vida en familia, sentirse en Jesús familia. Dentro de este
sentido de familia, un caso especial es el de aquellos que viven en celibato.
Al igual que los que se unen en matrimonio y forman una familia nueva,
que deja a un segundo lugar la familia de la que surgieron, en el sentido de
que la prioritaria es la que forman, también la tradición sobre virginidad y
celibato va en esta línea de “injertarse” en la persona y en la conciencia de
Jesús, una vocación en vistas al Reino de Dios, y razona con motivos
estrictamente sobrenaturales. Establece una libertad para estar con “ el
Cordero dondequiera que vaya ”, o como dice San Pablo: " el célibe se
ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los
asuntos del mundo… y está dividido " (1 Cor 7). El sentido esponsal de
todo cristiano con Jesús se ve aquí reforzado en un sentido de familia, esas
personas forman una familia, a imagen de la que está formando Jesús.
Nos preguntamos con frecuencia si le costaría a Jesús poner distancia
ante tanto sufrimiento como se encontró en su ministerio. Me decía hace
poco una madre, sobre el tema del dolor y el amor: “precisamente hace 17
anos perdí a mi única hija, duele mucho porque uno la amaba tanto, y
ahora no poder verla mas…, pero la gracias de la aceptación la tuve siempre
y lo mismo mi hija, ahí aprendimos lo que es la muerte, no se entiende que
un Dios bueno lo permita si no es para que de eso saque también un bien.
Ya sabemos por qué no hay que tener miedo de la muerte, sino al contrario,
es el encuentro con Dios, al fin no tener ya sufrimientos de la enfermedad,
solo gozo... Le digo a Jesús que continúo siendo mama, y Él me entiende,
sé que un día veré a mi hija, que en el cielo estaré con los míos. Todo ese
dolor me ha hecho aprender a amar a Dios por sobre todo, y mi vida es
otra, vivo para hacer su voluntad”. Esa persona se dedica con más
intensidad a los hijos de los demás, participa de un ambiente apostólico
donde puede vivir la maternidad, de otro modo. Conmueve ver las muchas
experiencias que podríamos añadir a ésta, de esta familia que hoy nos
muestra el Evangelio, en la que la oración de las madres la sostienen.
Principalmente son la oración de esas madres las que sostienen la Iglesia
(junto a los que sufren y los niños), pues saben de amor y de sufrimiento,
de Cruz y de la vida de Jesús, que también pasó por esto, que tuvo que
tomar distancia ante su familia, provocarles dolor con su muerte... para
tomar el dolor de todos, y curarnos.
Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y
mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su
alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien
cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi
madre» . Sorprende la distancia que toma Jesús con respecto a su familia.
En la respuesta de Jesús no hay ningún rechazo hacia sus familiares. Jesús
ha renunciado a una dependencia de ellos: porque pertenece
completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él
mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo,
pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir
con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos
hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
Jesús, tienes un corazón universal... grande como el mundo: abierto
a toda la humanidad. Te sientes hermano de todo aquel que "hace la
voluntad de Dios".
2. –“ La antigua alianza poseyendo sólo una sombra de los
bienes definitivos... ” absolutamente incapaz de conducir a su perfección a
los que se acercan para ofrecer sus sacrificios.
-“ Es imposible en efecto, que sangre de animales borre el
pecado”. Todas las religiones antiguas, sin que se hubiesen concertado,
han practicado, y algunas lo hacen todavía hoy, «sacrificios» de animales:
el hombre quiere expresar, por medio de un símbolo su sumisión a Dios...
La sangre es portadora de «vida»... se ofrece sangre y ello significa la
ofrenda de la propia vida; pero hay el riesgo constante de tender a lo
mágico. Los profetas de Israel habían denunciado a menudo la inutilidad e
ineficacia de los sacrificios de animales, faltos de sinceridad interior: A Dios
no le interesan los sacrificios por sí mismos, sino la actitud profunda del
hombre que, en su vida, trata de serle fiel y obedecerle. El verdadero culto
es la vida misma.
-“ Por esto al entrar en este mundo Cristo dice: "Sacrificio y
oblación no quisiste, pero me has dado un cuerpo..."” Comencemos
por notar lo que aquí se nos revela: los salmos son la oración de Jesús.
¿Cómo es ello? Primero porque es absolutamente cierto que Jesús
pronunció esas palabras algún día. Y, sin riesgo a equivocarnos, podemos
imaginar que ciertos pasajes, -éste en particular- debieron de encontrar en
su oración una resonancia personal perfecta y frecuente. Repitiendo esas
palabras de los salmos, es tu plegaria la que adopto, Señor.
Además, como Verbo eterno de Dios antes mismo de encarnarse y de
tener labios humanos para pronunciarlas, esas palabras de los salmos
habían sido inspiradas por El. De tal modo que el autor pudo decir que en el
mismo momento de su Encarnación « entrando en el mundo » el Hijo de
Dios para esto vino... para cumplir lo que él mismo había inspirado al
salmista anónimo del salmo 40.
-“ Entonces dije: "He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu
voluntad"”. Una de las más bellas plegarias que se pueden repetir
incansablemente... Pero ante todo una «divisa» de vida, ¡la misma que
Jesús! Heme aquí HOY, Señor, quisiera hacer tu voluntad.
-“ Porque ciertamente de Mí habla la Escritura”. La presencia de
Jesús llena ya todo el Antiguo Testamento. Por esto lo leemos con amor y
descubrimos esa Presencia.
-“ Así abroga el antiguo culto para establecer el nuevo... Y en
virtud de esta voluntad de Dios somos santificados, merced a la
oblación, de una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo”.
Revelación capital: al entrar en el mundo, desde su concepción, Cristo dio a
su vida humana entera un alcance sacrificial de cumplimiento de la voluntad
del Padre, ¡que la cruz vino finalmente a cumplir! ¿Ofrezco también mi
cuerpo y mi vida? (Noel Quesson).
3. En el salmo hacemos propios los sentimientos de Jesús: “ Yo
esperaba con ansia al Señor; / él se inclinó y escuchó mi grito; / me
puso en la boca un cántico nuevo, / un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me
abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo:
"Aquí estoy".
He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he
cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, / he contado tu
fidelidad y tu salvación, / no he negado tu misericordia y tu lealtad
/ ante la gran asamblea ”.
Llucià Pou Sabaté