DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat
27 de enero de 2013
Neh 8,1-4a .5-6.8-10 / 1 Cor 12,12-30 / Lc 1,1-4; 4,14-21
Queridos hermanos y hermanas,
Acertaba el Concilio Vaticano II, cuando hace cincuenta años decía: « Los autores
sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas
que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas
atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación
de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús».
Acertaba también, cuando añadía: «Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o
recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y
ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos
enseñan» ( Dei Verbum , 19).
He citado el último Concilio por dos motivos: porque conocer directamente sus textos
es uno de los objetivos del Año de la fe que estamos celebrando y porque en la larga
cita vemos la referencia a la primera parte del evangelio que acabamos de escuchar.
Sí, el texto de hoy tiene dos partes, ambas muy interesantes. Durante el Adviento y la
Navidad hemos ido oyendo al evangelista San Lucas en los episodios referentes a la
infancia de Juan Bautista y de Jesús. La primera parte del evangelio de hoy les
precede, porque es el prólogo del evangelio según San Lucas, y la segunda parte, es
la descripción del comienzo de la vida pública de Jesús.
Hacía bien el texto del Concilio Vaticano II al decirnos que los autores de los cuatro
evangelios " nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús". Todos recordaréis
que desde hace unos años, en torno a Semana Santa o Navidad, que es cuando los
cristianos intensifiquemos nuestra fe en la persona de Jesucristo, suele producirse un
hecho curioso a nivel mundial: la noticia sensacionalista que nos habla de no sé qué
documento encontrado o qué inscripción descubierta en Jerusalén. La noticia, que
generalmente no tiene ningún crédito para los que estudian seriamente los orígenes
cristianos, quiere sembrar entre los fieles no especializados una sospecha sobre si la
Iglesia nos oculta algo, o si la persona de Jesucristo que la fe nos transmite como
resucitado no correspondiera del todo con el Jesús de Nazaret que pisó el polvo de
Palestina y murió en la cruz.
Por eso no es inútil fijarnos en el comienzo del evangelio de Lucas. A diferencia de los
otros evangelistas, él escribe un prólogo propiamente dicho, de aquellos que
despiertan las ganas de leer el libro: corto, conciso, alusión a la fuente y los testigos
oculares que le han facilitado información, objetivo del libro y qué le ha movido a
escribir. Nos queda la incógnita de si este Teófilo a quien dirige la dedicatoria es un
personaje concreto o bien, dado que Teófilo quiere decir "amigo de Dios", todos
nosotros somos Teófilo, destinatarios del Evangelio.
No cuesta imaginar qué le movió a escribir este primer libro (el segundo es el de los
Hechos de los Apóstoles). No habían transcurrido demasiados decenios desde la
muerte y resurrección de Jesús que ya circulaban relatos, palabras, recuerdos. Incluso
algunos ya habían tomado nota y habían redactado algo. Naturalmente, las principales
fuentes de San Lucas, de las que se sirvió también San Mateo, fueron el Evangelio
según San Marcos y una colección de dichos y breves discursos de Jesús.
A partir de esto, el evangelista quiso hacernos conocer la solidez de la fe recibida. Y
no es poca cosa. Por esta fe transmitida de padres a hijos, de catequistas a
destinatarios del mensaje de Jesucristo, de predicadores cristianos dóciles a la
Palabra de Dios, por esa fe digo, generaciones y generaciones de creyentes han
comprometido sus vidas y han encontrado la paz del corazón. Y esto aún hoy, como
vemos en los ejemplos de generosidad a nuestro alrededor y a través de las noticias
que constantemente recibimos de cristianos que en todo el mundo dan la vida por
fidelidad a la enseñanza de Jesús.
Esta enseñanza, Nuestro Señor la dio a conocer durante los pocos años de su vida
pública. San Lucas lo sintetiza, desde el principio, con la cita de Isaías proclamada por
el Señor en la sinagoga de Nazaret. Es Cristo maestro que, pese a su juventud,
muestra cómo debe ser entendido su verdadero mesianismo. La cita de Isaías resume
de antemano la misión de Jesús y las reacciones que provoca. Así, al término del libro
evangélico, Jesús resucitado podrá decir que era necesario que se cumpliera todo lo
que estaba escrito de él en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos (cf. Lc
24,25-27.44-4) .
La fe cristiana nunca ha sido fundamentalista. Cree profundamente en el misterio de la
Encarnación, que no sólo se ha dado en la persona de Jesucristo, sino que también
explica el misterio de la Iglesia, con su trama humana y divina al mismo tiempo.
Estos últimos años la Iglesia ha reflexionado mucho sobre la Palabra de Dios, y
tenemos que estar contentos de que en Cataluña ininterrumpidamente se va
publicando la Biblia. Yo creo que si los creyentes, y especialmente con ocasión de
este Año de la fe, estamos convencidos cada vez más de que las palabras del Señor
son espíritu y son vida conoceremos la solidez de las enseñanzas que hemos recibido.
Y en medio de los momentos difíciles que vivimos como Iglesia, como ciudadanos del
mundo e incluso como ciudadanos de Cataluña sabremos superar la tristeza y el
desencanto.
¿No os acordáis, escolanes, de aquel "Me das fuerza para superar los obstáculos, me
das fuerza para cruzar el océano" de la Maratón del año pasado? "El gozo en el Señor
es vuestra fortaleza" era el final de la lectura primera. Por ello, en el gozo de este
domingo, los que hemos escuchado la Ley del Señor que es el Evangelio, comemos y
bebemos de la mesa de la Eucaristía, "pues es un día consagrado a nuestro Dios".