IV DOMINGO ORDINARIO C
(Jeremías 1:4-5.17-19; I Corintios 12:31-13:13; Lucas 4:21-30)
¿Dónde se encuentra a las gentes más orgullosas en el mundo hoy? A lo mejor
estarán en San Francisco y Baltimore. Pues dentro de pocas horas los equipos de
estas ciudades se enfrentarán en el Superbowl. Tal vez la gente de Nazaret sienta
algo del mismo orgullo en el evangelio hoy.
Cuando escuchan las palabras de Jesús, sus paisanos lo aclaman. Dice: "¿No es
éste el hijo de José?" Eso es, el carpintero que todo el mundo conoce. Se alegran
por ver a uno de su pueblo hablar con tanta convicción. Es como los alemanes
responden cuando el papa Benedicto los visita. Sin duda sienten exultados a saber
de uno de su pueblo encabeza la religión más numerosa en el mundo.
Sin embargo, después de escuchar al papa a lo mejor el orgullo de algunos
cambiará al disgusto. Pues, Benedicto no va a atenuar la doctrina católica para
placar a nadie. Al contrario, va a defender la vida desde la concepción y, como hizo
hace poco, va a resistir el intento de cambiar la naturaleza del matrimonio.
Asimismo, en el evangelio Jesús se presenta al pueblo como más que su hijo
predilecto; es profeta de Dios. Eso es, él va a proclamar tanto las exigencias como
el amor divino. Jesús sabe que no van a aceptar sus palabras cuando les acusen de
no vivir durante la semana la justicia que profesan al sábado. Por eso, les dice:
“…nadie es profeta en su propia tierra”.
Pero ¿cómo puede ser Jesús tan seguro de los motivos del pueblo? Él acaba de
volver a Nazaret y la gente sólo ha expresado su admiración para él. No obstante,
en los ojos del evangelista tanto como en nuestros, Jesús es Dios con la capacidad
de adivinar las intenciones de los hombres. Como un MRI espiritual, Jesús puede
leer el corazón del hombre. De una manera semejante preguntamos: ¿por qué
quedamos seguros que la Iglesia tiene razón en estas grandes cuestiones éticas?
Se puede responder que el Espíritu Santo reside con la Iglesia, pero hay otras
razones más al caso. Principalmente es que la Iglesia tiene la revelación de Dios
como su propia fuente de la sabiduría. Ésta resalta lo que la filosofía ha
demostrado desde los tiempos de Aristóteles: que nosotros humanos somos
creaturas de un Creador con vínculos fuertes a todas otras personas. Además, la
revelación nos promete la felicidad eterna si nos sometemos a la voluntad de Dios.
Desgraciadamente el hombre contemporáneo rechaza esta visión esperanzadora
por la glorificación del yo. Este yo quiere satisfacer sus antojos sin darle cuentas a
Dios ni ser responsable por el otro. Se puede ver el rechazo de Dios en favor del yo
en el número creciente de personas que no se identifican con ninguna religión. En
los Estados Unidos veinte por ciento de todos los adultos y uno por tres de los
jóvenes dicen que no están afiliados con ninguna religión. Algunos de estos, tal vez
no conscientes del daño creado por el Comunismo, aun acusan la religión de ser
fuente de la guerra. El rechazo está pronosticado en el evangelio hoy. Cuando la
gente lleva a Jesús al barranco para apedrearlo, está mostrando su resistencia a la
autoridad de Dios.
Jesús se les escapa para predicar en otros lugares. Así, tal vez, quisiéramos
terminar nuestra relación con los compañeros que rechacen a Dios. Pero Dios nos
llama a evangelizar “en tiempo y destiempo”. Recordando cómo las acciones
pueden hablar con mayor elocuencia que palabras, mostraremos a los que duden la
sustancia de nuestra fe. Los cientos de miles de personas que participaron en la
“Marcha por la Vida” el mes pasado a pesar de temperaturas congeladoras dieron
tal gran testimonio de fe. También lo hacen los laicos que pasan parte de su fin de
semana llevando la Santa Comunión a los encerrados.
Una revista muestra en su portada al papa Benedicto como un sacerdote joven. Es
alto, guapo con pelo undulado pero ya con canas. Se toma la foto durante el
Concilio Vaticano II donde él ayudó a los obispos como experto en la teología.
Cómo entonces contribuyó al tiempo más orgulloso del siglo veinte para los
católicos, ahora en el destiempo sigue anunciando el evangelio. Él nos proclama la
exigencia: que jámas rechacemos la verdad de Jesucristo para satisfacer los
antojos. Que jamás rechacemos la verdad de Cristo.
Padre Carmelo Mele, O.P.