IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
SANTA MARÍA DESILUSIONADA
Padre Pedrojosé Ynaraja
La segunda lectura de la misa de hoy, mis queridos jóvenes lectores, es uno de los
más bellos textos del sesudo Pablo. Lo he escuchado proclamar muchas veces en
celebraciones matrimoniales, de esas que se dice son tan majas. No quisiera
desilusionaros, pero os advierto, que la gente comúnmente no sabe captar el
sentido del original. Se trata de un problema idiomático. La lengua griega tiene tres
vocablos diferentes para expresar el aprecio. Habla de filia, cuando se trata de
amor a algo abstracto o de relación amical entre personas. Filosofía, filología,
anglófilo o bibliófilo, tienen el primer sentido. Amigo de otra persona, amante de los
enfermos, son otros conceptos situados en este campo. Eros, indica el amor de
enamoramiento entre un hombre y una mujer. Agape, es caridad, el sublime
aprecio trascendente a Dios o a los hombres. Las tres palabras, lamentablemente,
se traducen al castellano con la misma locución: amor, ocasionando confusiones. El
texto de la carta a los Corintios se refiere al amor de agapé. Dicho de otra manera:
la excelencia, por encima de cualquier otro valor, está en la Caridad. Muchas veces
entre un posible novio y su enamorada, existe únicamente un atractivo físico o
sentimental, que puede tener gran valor humano, pero que no es el amor al que el
Apóstol se refiere. He puesto este ejemplo por la utilización que se hace en las
bodas, como decía antes.
Conviene, pues, que lo penséis bien. Que os preguntéis si amáis de esta manera,
para que si vuestra respuesta sincera os dice que sí, os alegréis y florezca en
vosotros la Esperanza. Que queráis a vuestro perro, que os guste la música o que
os entendáis muy bien con uno de vuestros compañeros, es cosa buena, pero no os
concederá nota de sobresaliente espiritual. Cosa semejante os digo de vuestra
posible pasión coleccionista. Y basta de ejemplos.
El texto evangélico de la misa de hoy, es continuación del del domingo pasado. La
gente miraba al Maestro atentamente, se asombraba de su notoria sabiduría,
esperaba con curiosidad lo que iba a decir. Como era vecino suyo, que conocerían
de sobras con motivo de reparaciones que habría efectuado en muchas de sus
casas o de encontrárselo por las calles o caminos, les picaría la curiosidad.
Seguramente que la mayor parte de ellos ignorarían que en Séforis había
estudiado, aspecto del que os hablaba la semana pasada. Todos ellos, excepto su
Madre Santa María, no sabrían que era el Hijo unigénito de Dios, y aun ella misma
no lo comprendería bien. José, el único confidente de Dios al respecto, habría
muerto anteriormente, por consiguiente todos ignoraban que había sido concebido
milagrosamente por obra del Espíritu Santo. Pero algo intuirían, porque habrían
observado que no era un vecino cualquiera. Su Madre ilusionada, ocuparía un lugar
desde el que pudiera verle y escucharle bien.
Los políticos y comerciantes cuando se les presenta una ocasión semejante, la
aprovechan para elogiar al auditorio y sacar tajada a su favor posteriormente. El
comportamiento de Jesús no fue tal. Les echó un jarro de agua.
Lo de buscarse influencias y sacar partido de relaciones vecinales o simpatías, la
corrupción que descubrimos que se ceba en tantos políticos, deportistas y
empresarios de hoy en día, no era, ni es, cosa del Señor. Les recuerda unos hechos
que para los judíos eran muy conocidos. Elías, el gran profeta, había asistido a una
extranjera que sufría una situación adversa, consecuencia de una pertinaz sequía.
Tantas otras mujeres que pasarían hambre, no se vieron favorecidas. Otro tanto
pasó con Eliseo, discípulo suyo y también profeta, que curó a un militar extranjero
de la lepra.
Que el Señor sacara estos ejemplos, no les hizo ninguna gracia a ellos. Se
indignaron, no soportaron lo que les decía y violentamente se lo llevaron para
despeñarlo por un precipicio. No era su hora, la hora de morir sacrificándose por los
hombres, y se escapó escurridizo del lugar.
Su Madre que habría esperado con tanta ilusión este momento, sufriría
enormemente este fracaso. En Caná de galilea, con motivo de la boda y de su
intercesión, recibiría felicitaciones y parabienes. Ahora sus vecinas la mirarían con
indiferencia, o tal vez con lástima, nada de enhorabuenas, ni cumplidos.
Jesús le resultó entonces, como en otras ocasiones, un problema. No os quejéis
vosotros si en algún momento os pasa igual.
¿Dónde ocurrió este fracaso? No se sabe con seguridad. La orografía de Nazaret no
da pie a señalar con exactitud un lugar determinado. Sí que existe una capilla
dedicada a Nuestra Señora del asombro, o del espanto. Mis queridas jóvenes
amigas, no os desaniméis cuando sufráis un fracaso. Uníos al de Santa María,
encontraréis consuelo y pedidle os de fuerzas para continuar sin desalentaros,
como hizo Ella.
Todos vosotros, no busquéis el éxito. No creáis que alcanzarlo es señal de
grandeza. Lo que os diré ahora no es palabra de Dios, es consejo de R Kipling, el
autor del famoso Libro de la Selva: “si tropiezas el triunfo, si llega tu derrota, y a
los dos impostores tratas de igual forma… serás hombre, hijo mío” (el texto
completo del bello y famoso poema, lo tendréis completo por internet si buscáis:
if… o El sí, de Kipling. Os lo recomiendo, como en alguna otra ocasión ya os lo he
dicho.