Domingo IV del tiempo Ordinario del ciclo C.
1. Hermanos cristianos, cumplamos la misión que nos ha sido encomendada por
Dios.
"Te nombré profeta de los gentiles
Lectura del libro de Jeremías 1, 4-5. 17-19
En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor:
«Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno
materno, te consagré:
te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos,
ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de
bronce, frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del
campo.
Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.»
Oráculo del Señor".
Jeremías sirvió como profeta de Judá entre los años 627 y 586 antes de Cristo,
durante los reinados de Josías, Joaquín y Sedecías. El ambiente en que Jeremías
sirvió a Yahveh era muy conflictivo, pues estaba caracterizado por el abandono de
la espiritualidad querida por Dios, y por el doble deterioro político y económico.
Dado que Jeremías denunció el incumplimiento de la voluntad de Yahveh llevado a
cabo por sus hermanos de raza, su mensaje no fue bien acogido, y se le maltrató
psíquica y físicamente.
El mensaje principal del libro de Jeremías es muy importante para nosotros, no
solo porque se acerca el tiempo de Cuaresma el cual está caracterizado por la
penitencia, sino porque, nuestra vida, debe ser una continua experiencia, de
conversión a Nuestro Dios. Dicho mensaje es el arrepentimiento de los pecados. En
el caso de los lectores inmediatos de nuestro Profeta, si los tales se hubieran
arrepentido de sus pecados, no hubieran sufrido la deportación a Babilonia. En
nuestro caso, si nos convirtiéramos plenamente a Nuestro Santo Padre, le
ayudaríamos a convertir nuestra tierra marcada por la miseria, en un paraíso.
No nos acerquemos a Dios como quienes lo tienen todo, sino como quienes se
saben pobres, enfermos y desamparados, si no nos convertimos a Nuestro Padre
celestial. Solo si actuamos humildemente en presencia de Dios, cumpliremos su
voluntad, y sentiremos que somos sus hijos, pues, Isaías, nos instruye, en los
siguientes términos:
"Oíd una palabra de Yahveh,
regidores de Sodoma.
Escuchad una instrucción de nuestro Dios,
pueblo de Gomorra.
«¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro?
-dice Yahveh-.
Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones;
y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada,
cuando venís a presentaros ante mí.
¿Quién ha solicitado de vosotros esa pateadura de mis
atrios?
No sigáis trayendo oblación vana:
el humo del incienso me resulta detestable.
Novilunio, sábado, convocatoria:
no tolero falsedad y solemnidad.
Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma:
me han resultado un gravamen
que me cuesta llevar.
Y al extender vosotros vuestras palmas,
me tapo los ojos por no veros.
Aunque menudeéis la plegaria,
yo no oigo.
Vuestras manos están de sangre llenas:
lavaos, limpiaos,
quitad vuestras fechorías de delante de mi vista,
desistid de hacer el mal,
aprended a hacer el bien,
buscad lo justo,
dad sus derechos al oprimido,
haced justicia al huérfano,
abogad por la viuda.
Venid, pues, y disputemos
-dice Yahveh-:
Así fueren vuestros pecados como la grana,
cual la nieve blanquearán.
Y así fueren rojos como el carmesí,
cual la lana quedarán.
Si aceptáis obedecer,
lo bueno de la tierra comeréis" (IS. 1, 10-19).
Isaías le predicó el mensaje contenido en el texto que estamos meditando a una
sociedad que vivía atenta al cumplimiento de los ritos religiosos, cuyo
comportamiento, difería en gran manera, de la conducta que Dios quería, que sus
miembros observaran. Este fragmento del primer capítulo del libro de Isaías es muy
importante para nosotros, porque puede sucedernos que, en vez de cumplir las
prescripciones litúrgicas y de hacer el bien en su justa medida, podemos situarnos
en una de las dos opciones, convirtiéndola en extremista, para no atender a la otra.
Las prácticas cultuales carecen de sentido si no nos impulsan a ser caritativos con
quienes necesitan nuestras dádivas espirituales y materiales, y, la solidaridad sin
oración, nos muestra ante el mundo como buenas personas, pero no como
cristianos capaces de testimoniar nuestra fe.
Isaías no denunció el escrupuloso cumplimiento de los ritos religiosos por parte
de aquellos a quienes les dirigió su mensaje, sino el amor propio con que
organizaban sus ceremonias religiosas. A nosotros nos es lícito celebrar la
Eucaristía con la triple intención de adorar a Dios, de crecer espiritualmente, y de
servir a nuestros prójimos los hombres, no solo orando por ellos, sino
beneficiándolos, en la medida que nos sea posible, pero no es correcto hacerlo, con
el pensamiento de sobornar a Dios. Si celebro la Eucaristía para pedirle a Dios que
me evite el paso por el infierno, no estoy adorando a Nuestro Santo Padre, pues
persigo un fin egoísta. Es más correcto que celebre la Eucaristía pidiéndole a dios
que me purifique y me santifique, pero que no haga de ello el motivo principal por
el que asisto a la celebración, pues no he de anteponer mi interés personal, al
hecho de adorar a Dios.
Aunque estoy bautizado, no debo creer que puedo comprar mi salvación
sobornando a dios haciendo el bien, porque a Dios le importa más la intención con
que actúo que la eficacia de las buenas obras que llevo a cabo, y porque mi
salvación no proviene de la conducta que observo, pues es consecuente del amor
con que soy amado por Nuestro Santo Padre celestial.
Recuerdo que, hace varios años, me preguntaron unos amigos: ¿Para qué
queremos hacer el esfuerzo de celebrar la Eucaristía, si eso no nos asegura la
consecución de la salvación? Y, ¿para qué queremos hacer el bien, si eso no cuenta
para que seamos salvos, porque lo que cuenta es que Dios nos ama? Nos hemos
educado en entornos en los que hemos aprendido a ser egoístas, porque hemos
hecho el bien esperando ser recompensados, y no nos hemos acercado a Dios por
amor a El, sino cuando lo hemos necesitado. Tengo amigos japoneses que asisten a
ritos religiosos en su país, y no lo hacen pensando en lo que les van a pedir a los
dioses en que creen, sino en lo que les van a ofrecer. Pensemos si nuestros padres
podrían creer que los amamos, si supieran que nos relacionamos con ellos
esperando ser recompensados, y no por el gusto de sentirnos acompañados y
queridos por ellos.
Sigamos meditando la primera lectura correspondiente a esta celebración
eucarística.
Antes del siglo IV anterior al Nacimiento de Nuestro Señor, el cumplimiento de la
voluntad de Dios, se asociaba con el hecho de alcanzar la plenitud de la felicidad en
este mundo, pero, a partir del citado siglo, cuando surgió la creencia en la
existencia de un mundo en que la humanidad no será víctima del sufrimiento, las
promesas de Dios, empezaron a darles a los creyentes fuerza para vivir su día a
día, porque esperaban que Dios se les manifestara de alguna manera, y se
convirtieron en luz para el futuro, porque su cumplimiento se auguraba al final de
los tiempos, cuando Dios exterminara, el sufrimiento de su pueblo.
A pesar de que Jeremías predicó durante muchos años, no tuvo la dicha de
constatar que sus oyentes aceptaban su mensaje, pues, los tales, no cambiaban su
conducta pecadora. Quienes predicamos la Palabra de Dios en nuestro tiempo, tal
como le sucedió a Jeremías en ciertas ocasiones, podemos sentirnos tentados a
creer que nuestro trabajo en la viña del Señor es inútil, porque somos incapaces,
de producir fruto. Ello es difícil que no nos suceda, no solo porque vivimos en un
mundo que olvida nuestra fe cristiana, sino porque, en ciertas ocasiones,
necesitamos no sentirnos incomprendidos, sino aceptos, pero este problema debe
resolverse, porque tenemos el deber de sembrar la semilla de la Palabra de Dios en
los corazones de nuestros prójimos los hombres, y no debemos recoger el fruto que
producimos, porque ello es obra de Dios. Nuestra preocupación debe ser hacer el
mejor esfuerzo para que Dios sea conocido, aceptado, respetado y amado, sin
querer acceder al derecho de recoger el fruto de nuestra siembra, porque ello le
compete a Dios.
Al igual que le sucedió a Jeremías, Dios sabía que íbamos a existir antes de que
nuestros padres nos concibieran, y concibió en su mente planes, para que nos
dejáramos purificar y santificar, por el Espíritu Santo. Ello nos recuerda que somos
muy importantes para Nuestro Santo Padre, y debemos tenerlo presente siempre,
especialmente, cuando nuestras dificultades, nos debiliten la fe.
Dios nos encomienda a todos una misión que sabe que podemos desempeñar.
Hay quienes reciben misiones muy destacables, y hay quienes tienen que realizar
misiones desconocidas por la humanidad, pero no por ello ha de pensarse que las
tales carecen de importancia. Quienes deseen obtener información referente a este
tema, pueden leer las meditaciones que he escrito del capítulo doce de la primera
Carta de San Pablo a los Corintios, que publiqué el Domingo II Ordinario y el
Domingo III Ordinario.
Jeremías fue forzado por Dios a aceptar su misión, pues no quería hacerlo, pero
ello no sucedió porque quería vivir al margen de Yahveh, sino porque se sentía
insignificante, y, humanamente hablando, tenía muchas posibilidades de fracasar, y
muy pocas de triunfar. Nosotros también podemos dejarnos arrastrar por la
sensación de que no somos capaces de realizarnos como cristianos ni como hijos de
este mundo, porque todo nos sale mal. Cuanto más fracasemos, más debemos
recordar que, de la misma manera que Dios no desamparó a Jeremías, Nuestro
Santo Padre, tampoco nos abandonará a nosotros. No permitamos que nuestros
sentimientos de insuficiencia nos impidan esforzarnos para alcanzar nuestras metas
deseadas. Dios nunca nos va a encomendar ningún trabajo que no podamos llevar
a cabo.
Dios no le prometió a Jeremías que le iba a evitar los problemas a que tuvo que
sobrevivir, ni le dijo a Jesús que le iba a evitar su Pasión y muerte, pero ambos se
sintieron confortados, a pesar del odio que se les manifestó constantemente. Dios
no nos ha prometido que vamos a tener una vida plenamente feliz sin dificultades
en este tiempo, pero ha prometido utilizar nuestros sufrimientos para purificarnos y
santificarnos. Muchas veces sufrimos pensando que Dios no nos libera de nuestros
padecimientos actuales, olvidando que El no actúa como nos gustaría que lo haga,
sino como sabe que nos va a ayudar a crecer espiritualmente. No olvidemos que,
algún día, Dios nos dará a conocer las respuestas que ignoramos, y, gracias a ello,
comprenderemos las razones por las que padecemos en este tiempo.
2. El amor es el distintivo de los cristianos.
Nota: Consultadles a vuestros sacerdotes si en las celebraciones eucarísticas a
que asistáis se leerá la segunda lectura completa o si se acortará por razón de
brevedad.
"Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 31-13, 13
Hermanos:
Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor,
no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber,
podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no
tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal
educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la
injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin limites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.
¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se
acabará.
Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando
venga lo perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como
un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi
conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es
el amor.
Palabra de Dios.
O bien más breve:
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13, 4_13
Hermanos:
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal
educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la
injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin limites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.
¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se
acabará.
Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando
venga lo perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como
un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi
conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La mas grande es
el amor".
Al meditar textos del capítulo doce de la primera Carta de San Pablo a los
Corintios los Domingos II y III Ordinario, hemos recordado que todos los dones
espirituales que recibimos tienen la misma importancia, porque nos son dados por
el Espíritu Santo. Dado que tales dones están ordenados a fortalecer
espiritualmente a la Iglesia, no debemos considerar más importantes los dones que
nos hagan destacar notablemente sobre nuestros hermanos de fe, sino los que más
ayuden a la Iglesia a llevar a cabo la misión que le ha sido encomendada, de
evangelizar a la humanidad, y de socorrer a los pobres, a los enfermos, y a los
desamparados.
El Espíritu Santo no nos concede los dones que deseamos poseer, sino aquellos
que nos ayudarán a ser purificados y santificados, y nos capacitarán para servir a
los hijos de la Iglesia, en conformidad con nuestra capacidad de ejercitarlos. Esta
es la causa por la que no debemos desear tener los dones más notorios para
destacar sobre los demás, sino aquellos con los que vamos a prestar un servicio
más eficaz, en la viña del Señor.
Mientras que en el capítulo doce de la primera Carta de San Pablo a los Corintios
se nos habla de la extinción del amor en los corazones de quienes no viven para
servir a sus prójimos los hombres, en el capítulo trece, se nos habla del don de Dios
más importante que debemos desear, el cual es el amor. Nadie podrá medir el
amor con que amamos a Dios y a sus hijos, pero ningún otro don nos ayudará a
observar la conducta característica de Jesús y de sus Santos.
No olvidemos nunca que el amor es el don divino más importante que podemos
recibir. Esta es la causa por la que San Pablo nos dice en la segunda lectura de esta
Eucaristía que estamos celebrando que nuestras obras no deben ser medidas por su
grandeza y eficacia, sino por el amor con que las llevamos a cabo. Dios no necesita
de nuestra eficacia porque es más perfecto que nosotros, así pues, Nuestro Santo
Padre quiere perfeccionarnos, y lo irá haciendo, en conformidad con la grandeza
que alcance nuestro amor.
Si consideramos que el amor es el don de Dios más importante que podemos
recibir, no envidiaremos a nadie que destaque por sus dones divinos, pues
consideraremos que todos los dones tienen la misma importancia, porque los
recibimos del Espíritu Santo, quien no margina a nadie.
A la hora de mantener relaciones de pareja, muchos cristianos y no creyentes,
confunden el amor, con la sensualidad, sin tener en cuenta que el verdadero amor,
no busca el interés propio, sino el beneficio de quienes son objetos del mismo. Si
nuestro amor consiste en hacer de quienes amamos medios para alcanzar lo que
deseamos, tal sentimiento que albergamos en el corazón no es amor, sino egoísmo.
No podemos sentir amor verdadero sin ser ayudados por Dios para que podamos
experimentar el citado sentimiento. El amor verdadero se caracteriza porque nos
induce a anular nuestros intereses, para servir a nuestros prójimos los hombres, sin
esperar recibir ningún pago, por causa de las buenas obras que hacemos.
Los dones que en el presente nos sirven para crecer espiritualmente, y servir a
nuestros prójimos los hombres, no nos serán necesarios para ello, cuando Jesús
concluya la instauración de su Reino entre nosotros, porque viviremos en un mundo
en que no existirá el sufrimiento.
San Pablo nos habla del futuro que añoramos para ayudarnos a no sucumbir ante
la visión de nuestros sufrimientos actuales. el hecho de ver a Dios cara a cara,
debería animarnos a vivir como imitadores de Jesús, porque ello significa que,
todas las respuestas que ignoramos en este tiempo, nos serán reveladas, por lo
cuál, comprenderemos el sentido, de las circunstancias dolorosas, que han
caracterizado nuestra vida, total o parcialmente. Cuando veamos a Dios más allá de
la miseria que afecta a la humanidad, comprenderemos las razones de Nuestro
Santo Padre, y ello nos ayudará a saber lo que desconocemos en este tiempo.
3. La fortaleza de Jesús.
Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado sólo a los judíos
Lectura del santo evangelio según san Lucas 4, 21-30
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
—«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que
salían de sus labios.
Y decían:
—«¿No es éste el hijo de José?»
Y Jesús les dijo:
—«Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también
aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»
Y añadió:
—«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en
Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres
años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a
ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio
de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin
embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron
fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con
intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
"1. El pasado sábado 31 de agosto, meditábamos sobre cómo hemos de empezar
un nuevo ciclo laboral con fuerzas y ganas renovadas. Os dije hace dos días que
hemos de dejarnos inspirar por el Espíritu Santo, para así triunfar en las diversas
actividades que vamos a llevar a cabo durante el ciclo formativo y laboral 2002-
2003, así pues, a este respecto, es bueno que meditemos el pasaje de San Lucas
que la Iglesia nos propone en esta ocasión, para que conozcamos mejor a Jesús,
pues, si conocemos al Mesías, el citado texto nos ayudará a fortalecer nuestra fe.
2. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido".
¿Somos conscientes de haber sido bautizados en el fuego del Paráclito, fuego de
amor, que no quema, pero sí transforma nuestra vida?
¿Qué podríais decirme en este momento en que estáis leyendo este mensaje
electrónico, si os preguntara cuál es la razón por la que sentís que el Espíritu actúa
por vuestro medio?
3. El Espíritu Santo ungió a Cristo "para anunciar a los pobres la Buena Nueva" de
la instauración del Reino de Dios. La justicia divina nos exige que repartamos los
bienes materiales según la Santidad a que hemos sido llamados, por consiguiente,
siendo nuestras posesiones bienes enviados por Dios para cubrir nuestras
necesidades, no es justo que seamos semejantes al rico Epulón, más bien,
debemos hacer que todos los hombres disfruten los beneficios que Dios nos ha
concedido.
Si enfocamos la citada unción del Paráclito con respecto a Cristo recordando el
anuncio del Evangelio a los pobres, no hemos de pensar únicamente en la justa
distribución de los recursos del planeta, pues también es bueno que pensemos en
los pobres de espíritu, aquellos a los que quizá en alguna ocasión hemos llamado
simplones o perdonavidas, pues, en pleno siglo XXI, la inocencia es una virtud muy
valorada por nuestro Hermano y Señor Jesús.
4. Jesús fue ungido por el Espíritu para "anunciar la liberación a los cautivos".
¿Nos habla el Evangelista Lucas de que todas las puertas de las cárceles serán
abiertas de par en par para que los presos gocen de libertad, sin que los tales
hayan sido redimidos?
La redención de Cristo va más allá de los barrotes de las rejas de las prisiones,
pues se refiere a eximirnos del pecado, de nuestros miedos insignificantes, y del
desconocimiento del Evangelio que a veces nos inclina a ser fanáticos temerosos
del infierno, y no hijos que se gozan del Padre que tanto les ama.
5. Jesús fue ungido por el Espíritu para "dar la vista a los ciegos, y liberar a los
oprimidos". En las prisiones, -y fuera de los recintos carcelarios-, hay muchos
oprimidos, por consiguiente, mientras unos se oprimen por sus propios errores, aún
se tiene en muchos países la costumbre de torturar a los pobres e incultos, por el
simple placer de ejecutar crueles venganzas, o, quizá, para desahogar un estado de
nervios. En este momento me viene a la mente el recuerdo del abogado Juan Carlos
González Leiva, aquel a quien intentamos ayudar los miembros de varios
Newsletter, quien pide ser juzgado el 11 de septiembre, pues se le considera
terrorista, y es muy posible que sea encarcelado durante seis años, después de que
se le haya juzgado.
6. Jesús fue ungido por el Espíritu para "proclamar un año de gracia del Señor".
No es un año de gracia lo que Cristo vino a proclamar, sino, una eternidad de
felicidad, pero, si hemos de considerar la dureza de algunas conversiones, sí se
puede hablar de un año de gracia y penitencia.
Tras acabar la lectura de las citadas palabras del rollo de Isaías, Jesús cerró el
libro, pues no quiso leer las siguientes palabras, referidas a la condenación de los
paganos, pues, ya hablaría más adelante de la gehena, para implicarnos en las
sendas del amor.
7. "Esta Escritura que habéis oído -dijo Jesús tras cerrar el libro del primero de
los Profetas mayores-, se ha cumplido hoy".
¿Qué hubierais pensado al respecto si hubieseis estado en la sinagoga de
Nazaret, teniendo el conocimiento que poseéis actualmente, ante la revelación que
hizo Jesucristo?
8. Fijaos qué curiosa reacción tuvieron los oyentes de Jesús, cuando este les dijo
que no era un héroe nacional que les iba a colmar de bienes materiales, sino que
era el Hijo de Dios que iba a hacer para con ellos según fuese de tangible la fe de
los tales.
¡Cuántas veces le hemos pedido a Dios que se nos manifieste, y no se nos ha
pasado por la mente pedirle a nuestro Padre que nos conceda la ocasión de servirle
en los hombres!
¿Hasta cuándo vamos a seguir ocultando nuestra fe, para que quienes nos rodean
no se rían de nosotros?
Concluyamos esta meditación de hoy con esta ya emblemática confesión del
Apóstol Pedro, y digo emblemática, porque, sin pretenderlo, es uno de los
instintivos verbales y espirituales de Trigo de Dios, pan de vida, así como también
lo es de Hijos de Dios:
"Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". (José Portillo Pérez. 02/09/2002).
Las palabras pronunciadas por Jesús ante sus convecinos de Nazaret siguen
siendo vigentes en nuestros días. Muchas veces nos preguntamos cuál es la causa
por la que Dios no se nos revela a todos por igual. Para responder la citada
pregunta, muchas veces solemos decir que quizá no todos estamos preparados
para aceptar la verdad divina, a veces amable, en algunos casos tan cortante como
una espada de doble filo. El Evangelio que estamos meditando me hace pensar que
está muy claro el hecho de que todos no estamos dispuestos a aceptar a Dios como
la más cierta de nuestras realidades. Había muchas viudas en tiempos de Elías,
pero sólo la viuda de Sarepta consiguió el milagro de ser alimentada junto a su hijo,
este es el hecho por el cual ella aceptó que el Profeta comiera en su mesa. Había
muchos leprosos en tiempos de Eliseo, -servidor y sucesor de Elías-, pero este
Profeta sólo pudo curar a Naamán, simplemente porque este sirio fue humilde y
obedeció al enviado de Yahveh.
¿Qué nos indican a nosotros los dos ejemplos citados por Jesús en el Evangelio de
hoy?
Jesús nos quiere concienciar con respecto a que los cristianos tenemos que ser
humildes y serviciales. Si somos humildes y paliamos las carencias de nuestros
semejantes, empezaremos a descubrir la felicidad.
Concluyamos esta meditación del Evangelio diario, pidiéndole a nuestro Padre y
Dios que nos ayude a ser humildes y generosos" (José Portillo Pérez. Lunes III de
Cuaresma del año 2003).
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com