Ciclo C: IV Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección (2 Pe 1, 10)
Jesús se proclama el cumplimiento de la Escritura y delinea su misión como
Evangelizador de los pobres. Frente a nosotros cual «señal de contradicción» y
mirándonos con cariño, él nos invita a decidir en su favor.
El bautismo supone, claro, la opción por Jesús. Pero siempre hay algo que nos
impide afirmar y profundizar la elección. No es que haya peligro de que se
convierta nuestra admiración en rechazo y enojo, como en el caso de los
nazarenos, debido a una supuesta familiaridad con Jesús o a cierto etnocentrismo.
Tampoco se trata de la posibilidad de que nuestro «Hosanna» se cambie en
«Crucifícalo», como si, discurriendo poco, vamos sólo donde está la gente. Pero sin
darnos cuenta, nos podemos desilusionar, sí, como Judas o como aquellos
discípulos que, hallando inaceptable el modo de hablar del Maestro, se marcharon.
No nos resulta fácil aceptar la enseñanza sobre la bendición de la pobreza y la
maldición de la riqueza. Agobiados por nuestras necesidades, nos cuesta estimar
más las máximas evangélicas que el dinero. Se requiere gran esfuerzo para no
andar solícito—como aconseja san Vicente de Paúl—por los bienes temporales y
antes bien dejar todos los cuidados a la bondad de Dios ( Reglas Comunes de la
C.M. II, 2).
Y, ¿acaso no nos interesa más la reputación de la institución eclesiástica que el bien
de los niños, volviéndole así la espalda al que los abrazó, los bendijo y dio
advertencia fuerte a quienes les harían pecar a los pequeños? Los presentó
también como modelos, lo que apunta a algo bien difícil de practicar: «El que
quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea esclavo
de todos».
Tal enseñanza es aún más dura para los opulentos que se creen destinados a
gobernar. Tomándose por ciudadanos productivos y menospreciando a
aprovechados «inútiles», eliminarán el programa de beneficiencia pública. No del
todo diferentes de los paisanos de Jesús, furiosos se ponen al oír hablar de «la
reforma migratoria». No les importa incluso a los cristianos entre ellos que Jesús
acogió a los extranjeros y desafió a sus oyentes que se librasen de sus
presuposiciones viejas, cómodas y convenientes sobre los que no eran de su raza,
cultura, religión o sexo siquiera.
Pero es precisamente por ser servidor o esclavo que un cristiano refleja al que «no
ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos».
Haciendo lo mismo, participa el discípulo del mejor carisma y la invencibilidad del
que, entregando su cuerpo y derramando su sangre, venció al mundo y superó toda
prueba. Ningún enemigo, ningún obstáculo, le podrá al que se mantiene al lado de
Jesús, ᆱaun cuando … parezca que todo está a punto de perecerᄏ ( ibid. ).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)